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“Jugar en casa con los padres hace equipo”

Rosa Montenegro, pedagoga, autora de El yo y sus metáforas (Amazon, KDP Publishing, 2022). En este libro ha volcado las observaciones de una vida para ayudar en el autoconocimiento, superación personal y amor propio. Para ella, el amor da sentido a nuestra vida y proporciona la seguridad necesaria para emprender el reto de ser nuestra mejor versión cada día. Gran amante de la libertad, esencial para crecer como persona: "Hay flores que emergen del estiércol sin contagiarse del hedor que les rodea; y flores de invernadero que ni huelen ni duran". Sabias palabras.

-Los padres queremos ver crecer felices a nuestros hijos...

-Vínculo, pertenencia, origen. Todo esto es necesario para encontrar mi lugar en el mundo. Ante la soledad y el individualismo imperante en nuestra sociedad se habla de pertenencia a una tribu, en la que se reclama contacto humano, cobijo donde sentirse protegido emocionalmente y se manifiesta, se declara ante el mundo la pertenencia a través de una actividad, de un modo de vestir… . Necesitamos raíces, ser de algún lugar (de mi tierra bella…Gloria Estefan). Nos agrupamos para reconocernos y asumir el valor desconocido o ausente desde el contexto. Ser alguien para alguien tiene raíces profundas antropológicas. No hay nada más enfermizo que el desamor. Esto de vivir sin amor es casi un homicidio decía Dostoyevski.

-La familia, qué valor tan precioso.

-Lo que es, es. Y la familia es el mejor lugar para vivir y para morir. Donde uno es amado por quien es, aceptado con sus luces y sus sombras y valorado en lo que hace independientemente del éxito o el fracaso que pueda cargar. Esto que cualquier ser humano debería encontrar en los ojos de su madre, no siempre sucede así. Y el daño profundo que se infringe es directamente proporcional al bien personal que se adeuda. Herida que solo el amor puede curar.

-El amor ayuda a crecer...

-Nos vamos desvelando cada día en los ojos de los que nos aman y en los que no. En primer lugar en los ojos de nuestra madre, en los que leemos ¡Qué bueno que existas! Ojos que revelan aceptación, vínculo; sonrisa que comprime dos corazones en uno.

La fortaleza para levantarnos del suelo con una sonrisa cuando nos hemos caído, porque la caída no reduce el amor de los que saborean la verdad del ser en desarrollo. Sonrisa que asoma a sus ojos, en el entrenamiento diario del yo en ejercicio.

A veces, muchas veces, es mejor callar porque la conducta habla por sí misma. Lo que hacemos -lo visible- es una foto revelada y los millones de detalles, pequeños, que en la convivencia diaria se perciben construyen o destruyen. Su influencia es inversamente proporcional a la madurez personal que emerge desde la libertad en ejercicio.

-La libertad, qué importante es que vaya respetada en la familia.

-Hay flores que emergen del estiércol sin contagiarse del hedor que les rodea; y flores de invernadero que ni huelen ni duran.

Somos seres portadores de libertad en desarrollo. Crecemos en un entorno que puede ser o no ser favorable. Esa no es la cuestión fundamental. Lo que hace que la persona sea capaz de «llegar a ser» lo que está proyectado en ella, su mejor versión, es el amor que justifica la lucha, el esfuerzo de ser «Alguien para Alguien».

-Mirada materna...

El punto de encuentro siempre es la mirada de quien me mira con amor. Un amor que es debido. El primer punto de encuentro que apuntala mi edificio personal es la mirada de mi madre desde los primeros meses de vida. Ella es la que me comunica ¡Qué bueno que existas y a mi lado!

-¿Es importante el juego para los más pequeños?

-El juego realmente es importante para los pequeños y para los mayores. Hasta en los cursos de liderazgo para empresarios se establecen unas actividades lúdicas de manera natural para desarrollar el aprendizaje. El juego tiene unas reglas que hay que aceptar, acatar las reglas muy importante. Jugar en casa con los padres hace equipo: manifiesta el saber hacer, el querer hacer, el dejar hacer, el aprender a hacer, el el reír, el llorar, el carácter se pule, ver cómo ganas, cómo pierdes o cómo ayudas a otro a ganar.

-Los padres son los que deben guiar a los hijos en estos juegos enseñándoles a vivir con otros, la convivialidad. La capacidad creativa de interactuar con otros...

-Los padres son los capitanes de ese barco que comentaba anteriormente. Recuerdo, con gran cariño, los juegos de mesa con mi padres cuando era pequeña. Hoy día hay miles de juegos para compartir: de liderazgo, de inteligencia de manualidades, de estrategia. Lo importante no es el juego en sí mismo es el compartir, dónde me lleva, qué estoy aprendiendo. Además de reír, llorar, corregir... los padres son los que dirigen el barco y han de saber para qué establecen ese juego familiar. El juego ha de tener una intencionalidad.

-Para encontrar sabor al juego hay que saber jugar.

-Para disfrutar del juego hay que saber jugar. Hay que subir el monte escarpado del aprendizaje: ese no salir las cosas bien, ese no entender las normas.. ver que el otro va más rápido que yo o yo más lento que el otro. En el aprendizaje, muchas veces, el niño no se satisface. Para bailar, jugar al tenis... hace falta adquirir habilidades y destrezas para lo cual se requiere tiempo.

-El hogar, lugar donde se me quiere y aprendo...

-El juego es una plataforma de convivencia de respeto, de comprensión, de disculpa, de servicio. Y eso lo enseñan los padres, los hermanos. Aprendo a pelear con mis padres y saber pedir perdón. Si yo aprendo en casa y me someto a las normas, aprenderé a hacerlo fuera de casa. La casa es ese espacio donde no hay dudas en el amor, puedo tropezar y no pasa nada. Los padres limpian el corazón, limpian las lágrimas o corrigen la ruta. Juego, es compartir a sus hermanos, a sus papas, un mírame, un háblame con los ojos, un sonríeme con los ojos, abrázame con la mirada. El juego es la herramienta, el motivo, la oportunidad para crecer.

-Una vez escuché a una maestra de guardería decir que los niños no aman a quienes les compran juguetes sino a quien juega con ellos

-Un día vi salir a una madre con un hijo de una tienda que gritaba: "Cómprame algo mami, cómprame algo, aunque sea barato". Yo creo que la madre le diría que no le compraba nada porque era muy caro o no tenía dinero... Este es un ejemplo que pongo en mis conferencias porque es muy plástico: "Cómprame algo aunque sea algo barato". Está claro que si fuera algo de vida o muerte la madre se lo hubiera comprado. Un niño, cuando entra en un almacén se le ponen los ojos locos ante tantos estímulos, tantas cosas por poseer... Muy probablemente ese niño no necesitaba aquello que pedía, pero el requerimiento de los hijos con el "cómprame algo" está exigiendo una respuesta inconsciente de amor, de cariño. El niño ha confundido las galaxias, las cosas son útiles pero no se las ama, son las personas quienes son dignas de ser amadas.

-El regalo... se obsequia sin pedir nada a cambio.

-El regalo es una materialización del amor en la medida que son útiles y hacen la vida más agradable al otro. Comprar juguetes, si son sustitutos de las personas, hace mucho daño, si son para compartir y usarlos de manera adecuada... el comprar cosas responde a veces a un sentido de culpabilidad por no dedicar tiempo. El tiempo es entrega, servicio, donación disponibilidad. Es un "eres lo más importante para mí". No puedo estar con un hijo mientras tengo el teléfono en la oreja o sin mirarlo a los ojos cuando me habla. El hijo se acostumbra a comercializar ese amor, con aquello que me dan a cambio. El alguien no se puede sustituir por algo, el alguien es insustituible.

-Las cosas, lo material. Estamos llenos de cosas...

-Las cosas no corresponden en el amor, las cosas se utilizan, se usan, se restituyen y, si están viejas, se tiran. Hoy día lo que estamos es saturados de cosas; el consumo lo que ha hecho es adormecer el corazón, satisfacer necesidades inmediatas y limitar la capacidad de resistir frustración. No ha generado resiliencia o el saber aplazar la satisfacciones.

Los hijos lo que quieren es compartir. ¿Cuántos niños van a la escuela con juguetes de casa para comprar la compañía o el amor de sus colegas? En esta sociedad de consumo parece que todo tiene un precio.

-Asisto a cumpleaños de niños donde los protagonistas parecen ser los padres, que preparan las animaciones. Los niños salen de la fiesta con regalito en la mano por haber asistido. El materialismo al poder. Observo además que, en este mundo materialista en el que nos ha tocado vivir, estas fiestas cuestan mucho dinero... ¿Dónde estamos? ¿Se ha perdido el norte?

-Los padres queremos que los hijos sean capaces de gestionarse. Vivimos en una situación de abundancia, nunca se ha tenido tanto, tan cerca y tan disponible. El tener se ha convertido en un problema y se ha generado una patología del deseo. Existe una presión constante para convertir el deseo en necesidad y, el no satisfacerlo, se convierte en una frustración penosa.

-Estamos necesitados de todo...o así nos lo hacen creer.

-La necesidad se acaba convirtiendo en adicción. La publicidad lo sabe, ese deseo imperioso quiere ser satisfecho de forma inmediata, por ello, si quiero vender un producto, primero genero la necesidad. Se ha generado la patología del deseo y, a eso, los griegos lo llamaban esclavitud. Aristóteles decía "Esclavo es aquel que no se tiene sino que es tenido". Somos capaces de tener y estar insatisfechos de modo constante de modo que hemos pasado a estar poseídos por lo que tenemos. La libertad es el don más excelso, solo el hombre es libre. Los padres han de educar en libertad, desde la libertad y para ejercer la libertad.

-¿Cómo ayudar en este sentido? ¿Qué podemos hacer los padres para que nuestros hijos sean felices?

-Con autodominio, que es un ejercicio de la libertad, tener señoría, ser señor de uno mismo. Si la felicidad radica en el amor (amar y ser amado), solo da el que tiene y, para entregarse, hay que tenerse. ¿Quieres que tu hijo sea feliz? ayúdale a crecer en señorío. Ese señorío es la infraestructura de la generosidad, y, esa generosidad, es la libertad concretada. Solamente quien se tiene a sí mismo puede darse voluntariamente.

Educar en el para qué, mantener vibrante la lucha por formar en cada hijo excelencia y la felicidad que le espera en cada momento que nos lleva al destino final.

Las piezas del puzzle: enseñar a prescindir de las cosas materiales, no necesarias, a no quejarse de lo que no se tiene y compartir de lo que se tiene. Lo material, al compartir, se pierde, y hay bienes que solo los posees cuando los compartes y, esos bienes, cuando lo compartes, los mantienes.

-Me ha venido a la mente el poema de Ernestina de Champourcin: hay manos que triunfan al quedarse vacías y otras como puños que no conservan nada"...

-Cómo utilizo las cosas y para qué revela mi identidad. Hacer de nuestros hijos seres autónomos, capaces de gestionarse. Nadie puede liderar nada si no se lidera.

La virtud de la templanza, señorío de los material. El sobrio, que cuida bien lo material, es capaz de cuidarse. La sobridad es a las cosas lo que la templanza es a lo afectos. El placer es al cuerpo, lo que la alegría es al alma. El placer es efímero, y no es compatible con el dolor, la alegría se mantiene con el dolor es compatible.

-Ayudar a crecer...

-Aprender todas estas cosas es formar parte de la ubicación personal en la existencia, enseñar a decir que no, es un entrenamiento diario, decir que no para poder decir que sí. Sobriedad y templanza son virtudes que ayudan al autogobierno. Que no tengan cosas en abundancia hasta que ellos no se las ganen, ayudar a pulir el carácter, saber lo que puedo cambiar y esforzarme en hacerlo y aceptar alegremente lo que no puedo cambiar. El pudor se convierte en discreción, cuidado.

Ayudar a crecer en libertad, el acto supremo de la libertad, es el amor. Y el acto supremo del amor es el perdón, nadie puede personar si no se gestiona y no tiene la ayuda de Dios. Quién perdona ama y quien ama es libre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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