Sus muros han visto nacimientos, enfermedades y también muertes. Durante setenta años, fue el principal centro sanitario de la ciudad. Bajo el título ‘La restauración del Antiguo Hospital de la Cruz Roja. Historia del edificio monumental’, se han recogido sus vicisitudes a lo largo del tiempo en un libro que ayer fue presentado de manos del arquitecto Manuel A. Quevedo. “Es un juego de volúmenes, de ventanas seccionadas, torreones, terrazas planas, ladrillo visto. Es un juego impresionante. Sin embargo, con todos esos elementos, se consigue un edificio noble y sereno”, consideró el actual consejero de Coordinación y Medio Ambiente.
En un acto celebrado en el propio antiguo Hospital de la Cruz Roja, en el que participaron numerosas personalidades de la ciudad, entre ellos, el presidente, Juan José Imbroda, Quevedo detalló que este libro, que ha sido editado por la Fundación Melilla Ciudad Monumental, recoge toda la historia de este edificio desde que en 1914 se proyecta hasta nuestros días.
Hace cinco años
Concretó que la idea nació hace cinco años, siendo consejero de Fomento Miguel Marín. Fue entonces cuando se encargó este libro y contactaron con Quevedo como autor del proyecto de recuperación de este edificio. “A partir de ahí, aportamos las fotos, planos y todo el material”, explicó.
El arquitecto indicó que el libro está escrito desde hace cuatro años hasta que finalmente Maribel Pintos, responsable de la Fundación Melilla Ciudad Monumental, decidió retomar el proyecto de editarlo.
“El libro recoge toda la historia de este edificio con un valor tremendo porque tiene un enorme valor histórico y arquitectónico. Se unen las dos cosas”, aseguró Quevedo.
Principal hospital
De esta manera, en el plano histórico, recordó que desde 1921 hasta 1990, ha sido el principal centro sanitario de la ciudad, primero como hospital de sangre por el Desastre de Annual y luego como hospital civil hasta que se abrió el Comarcal.
En cuanto a su calidad arquitectónica, Quevedo resaltó que se trata de un edificio ecléctico distinto a la mayoría de edificios modernistas de la ciudad. Y esa esencia es la que se intentó respetar al elegir los colores de los acabados. Detalló que la fachada tiene cuatro tonalidades y, sin embargo, “no aparenta algo chillón y queda todo integrado”.
Quevedo dijo que conoce muy bien el edificio porque nació cerca de él y que por ello uno de sus empeños fue sustituir la valla blanca de dos metros que impedía ver la mitad de la fachada por una transparente para que deje verla en toda su plenitud.
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