Se llama Juan Manuel Fernández Millán es un psicólogo melillense y acaba de regresar de uno de los pueblos más afectados por la DANA, Catarroja. El Faro habla con Fernández Millán para saber cómo vivió esa experiencia y conocer la labor de los profesionales de la psicología ante estas catástrofes.
Fernández Millán no es un novato a la hora de manejar esta clase de tragedias. Comenzó colaborando con la explosión de un depósito de agua en Melilla en 1997: “no fue como la DANA, pero sí fue un shock porque en aquellos tiempos los psicólogos no teníamos ni idea de emergencias”.
Y es que no fue hasta la Riada del camping de Biescas cuando surgió la denominada psicología de emergencia. Posteriormente, Fernández Millán atendió a las víctimas del accidente del Pauknair en el Cabo Tres Forcas donde perdieron la vida 38 personas.
Curtido en mil batallas, el psicólogo melillense nos describe sus vivencias en Valencia donde estuvo una semana, colaborando en diferentes tareas al margen de su profesión.
Con esta maleta vital a sus espaldas no es de extrañar que Fernández Millán no se lo pensase dos veces y tomase la decisión de ayudar en todo los posible: “me fui de Melilla con un grupo de bomberos que habían decidido cogerse unos días por asuntos propios y solicitaron permiso a la Ciudad Autónoma para llevarse material. Mi trabajo era asistir a los bomberos en lo que me pedían, así que alternaba el trabajo físico con ir buscando a personas que estuvieran muy afectadas. Incluso había personas que me llamaban o enviaban mensajes, alertándome de quién necesitaba asistencia psicológica. Otras veces incluso iba por la calle viendo gente que estaba muy cabreada, llorando, deprimida que no entendía qué había sucedido o que tenía la sensación de que la habían abandonado y había que demostrarles que estábamos allí”.
Pero Juan Manuel Fernández también realza la belleza en medio del terror: “me quedo con los miles de voluntarios de esa “generación de cristal” llenos de barro, limpiando las calles, llevando comida a las personas que no podían salir de casa. He visto militares que se dormían en un asiento porque estaban todo el día trabajando y querían seguir. También había voluntarios con la camiseta de la Guardia Civil, de la Policía Nacional o de la Ertzaintza que iban por cuenta propia, pero que se sienten orgullosos de ser lo que son. Allí todo el mundo echaba una mano en lo que se necesitase”.
“Cuando llegué a Catarroja fue similar a lo que vemos en televisión. Calles llenas de barro, de muebles, de coches inservibles, familias que siguen limpiando sus casas, que siguen viviendo en sus hogares repletos de humedad y personas sin absolutamente nada. Ni muebles, ni ropa, ni recuerdos”.
Dicen que en las tragedias, en las catástrofes, los seres humanos nos mostramos tal y como somos. Si esto es cierto lo único que hemos visto estas semanas en los pueblos afectados por la DANA ha sido solidaridad y empatía.
“Allí los abrazos eran constantes y eran requeridos por la persona a la que estabas ayudando, o bien por nosotros mismos que también los precisamos”.
Pero, qué se le dice a una persona que ha perdido todo lo que le ha llevado una vida conseguir y cómo se consuela a quién ha perdido a un ser querido en estas circunstancias: “un día, por ejemplo, había una chica llorando en una escalera y me senté a su lado. Después esperé porque no se puede ser intrusivo. Tienes que esperar a que la gente se abra y me cuente sus emociones porque necesitaba expresar con palabras lo que tenía dentro. Se denomina terapia narrativa. Intento normalizar la situación, decirle es normal que estés enfadado, es normal que no puedas parar de llorar, es normal que no te haya caído una lágrima todavía, es normal que revivas esas imágenes todas las noches. Después intentaba cambiar la perspectiva y decir: dejad de preguntar el porqué y vamos a preguntarnos para qué. Enfrenté otras situaciones, tales como convencer a una anciana de que saliese de su casa o a una mujer que el coche que tiene aparcado no se iba a arreglar. Intentaba suavizar los sucesos”.
Pese a esa mano tendida que reconforta a tantos afectados por la DANA, Fernández Millán es consciente de que lo peor está por llegar: “ahora están en fase de reacción, pero dentro de unos meses cuando la cuenta bancaria siga recibiendo las facturas que tienen que pagar, cuando tengan que comprar un mueble y no puedan, o adquirir ropa y no puedan será peor. Muchas personas tenían su negocio y se han quedado sin él. Aquí aparece un componente de desesperanza y los psicólogos sabemos que la desesperanza es la puerta de la idea suicida y a mí me preocupa mucho lo que pueda ocurrir dentro de unos meses. De momento, viven la etapa de reacción y no se plantean el futuro. Ahora mismo su principal problema es limpiar sus casas, salir a la calle y no encontrar todos los muebles y el coche destrozado. Pero cuando ya no haya barro y no haya personas que les presten atención, cuando hayan pedido una ayuda que no llega, los telediarios se hayan olvidado de ellos y los políticos más todavía entonces vendrá esa caída emocional”.
Ninguna de las pérdidas de la DANA es fácil de asumir, pero, sin duda, la peor de ellas es la de un ser querido: “con esas personas lo que hacemos es acompañarlas, si hay alguna notificación, y ayudarles a pasar el duelo. En los primeros momentos, lo que intentamos es que vean que ese dolor que sienten es proporcional a todo lo que les dieron en vida. Cuanto mejor era la relación con el fallecido, cuanto más querías a esa persona, y ella a ti, el dolor es muy diferente. También tienen que darse permiso para pensar en la persona que ha muerto. Muchas veces el duelo no progresa porque cada vez que aparece un pensamiento sobre ese ser querido es tan duro que no me permito pensar y el duelo se queda enquistado. Hay que estar ahí por si necesitaban un hombro donde llorar”.
La visita de los Reyes de España y del presidente del Gobierno dio mucho de que hablar, fundamentalmente, por la reacción de algunos vecinos la cual es completamente normal para Juan Manuel Fernández: “la reacción de ira es muy normal en la fase de reacción porque en una catástrofe, en la que has perdido todo, y que ha podido ser una cuestión de azar tú no aceptas que todo es cuestión de azar porque entonces el mundo te da mucho más miedo. Así que la solución que te da tu mente es pensar que hay un culpable que puede ser Dios, un político o un familiar. Además era normal porque los políticos no lo hicieron bien y se tardó mucho en ir. Se tenía que haber dado una respuesta antes y aparecer en las zonas cero, pero avisando de la visita. Creo que el Rey, por ejemplo, debería haber salido al principio, diciendo estoy con vosotros e iré en cuando pueda, pero claro aparecen una semana después. Otro fallo, desde mi punto de vista, es que apareciesen tres responsables juntos durante el recorrido”.
Cuando nos recuperamos de la pandemia del covid, los españoles pensamos que íbamos a salir reforzados como seres humanos, pero nada más lejos de la realidad: “los psicólogos de emergencia tenemos un lema y reza así; “ser requerido en la tragedia y olvidado en la calma” porque cuando toda ha pasado se olvida la labor de los psicólogos, de los bomberos, de todos”.
Ante una catástrofe, la intervención de los psicólogos es prioritaria, sin embargo uno de los grandes problemas de este país es que no existe una especialidad que sea intervención psicológica de emergencia que es muy diferente a la que realiza un psicólogo en su gabinete. En las riadas de Valencia, la alerta a los especialistas también se hizo tarde y mal: “los psicólogos preparados para estas tragedias nos formamos a través de diferentes grupos de trabajo de los colegios oficiales, pero nadie sale de la carrera con esta formación. Nosotros pensamos que se nos iba a activar la alerta para asistir al momento, pero no fue así por lo que me fui con los bomberos. Además, la coordinación general nos impedía ir por nuestra cuenta para que hubiera una coordinación que no llegó. Lo único que se hizo fue poner muchos parches en vez de tirar de los profesionales y ése fue un error tremendo".
La pasada semana, Melilla acogió un simulacro “al que vinieron psicólogos de todas partes, porque tenemos muy buena fama, y en un descanso pude ver la irritación de los compañeros por nuestra mala coordinación y la del Consejo Superior de la Psicología de España a la hora de derivar psicólogos a las zonas afectadas. Apenas había y la forma de trabajar no era la adecuada, ya que instalaron a las afueras de los pueblos un puesto avanzado con carpas donde, en teoría, en una de ellas te atendían psicólogos que nunca vi y, por otra parte, en medio de ese caos ninguna víctima va a pedir atención psicológica. Hay personas mayores que ni quieren salir de sus casas, cómo van a desplazarse hasta allí”.
Juan Manuel Fernández Millán es uno de los pocos psicólogos de emergencia de España. Él no necesitó que nadie le pidiese ayuda. Decidió que debía estar en Catarroja y lo hizo. Este psicólogo melillense es otro de los héroes que durante estas semanas negras se desplazaron hasta Valencia. A profesionales como él debemos estarles siempre agradecidos aunque pase la tormenta.
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