Josefa Pozo Conesa nunca imaginó que su vejez iba a ser tan precaria. "Nunca me paré a pensar en eso", comenta a El Faro, en la puerta de su casa, declarada en ruina técnica desde hace años, tantos, que ni siquiera se acuerda. Puede que desde 2012, pero no está segura.
"Esto no puede ser así. Al que no tiene, lo tiran como basura. Somos humanos; no somos como unos bichos que nos tiran y ahí nos buscamos la vida", concluye.
En la vivienda ubicada en la calle General Rodrigos número 8 del Rastro, Josefa Pozo vive con sus tres hijos, Antonio, Juan Manuel y Adrián Ruiz Pozo y con la novia de uno de ellos, Fatima Farhoni El Bagdadi, la única que en estos momentos tiene un empleo. Ella trabaja en McDonalds.
Josefa Pozo cobra la pensión de viudedad que le dejó su esposo, junto con un montón de deudas que ella desconocía que él tenía y que se comen la paga mensual. El mayor de los hijos cobra 600 euros de pensión por discapacidad. Tiene úlceras importantes en una pierna que no ha perdido de puro milagro.
Otro de los hijos tiene una alta discapacidad intelectual. No estudia ni aprendió nunca a leer. Mata el tiempo "enchinándose" y por eso tiene numerosas lesiones en forma de rayas hechas en el brazo izquierdo.
El tercero de los hijos de Josefa Pozo está en paro. Trabajaba para una conocida librería de Melilla. Llevaba un año y medio vinculado a la empresa, pero lo echaron, según él, por cogerse la baja al contagiarse de covid y no poder seguir repartiendo material en los colegios.
A Josefa Pozo se le saltan las lágrimas cuando dice que en su casa no hay espacio para lujos. "Comemos patatas por la mañana y patatas por la noche", señala a El Faro.
Pero no le dan ayudas públicas porque ella recibe una pensión y en su opinión, los Servicios Sociales creen que ella es millonaria, pero la realidad es bien distinta. "Yo no tengo ni mierda en las tripas", dice disculpándose por usar la expresión.
Su casa tiene seis estancias, un patio y dos puertas a la calle. En una de ellas tienen atados dos perros para evitar que les roben de noche. La otra es la entrada al pequeño salón-cocina-comedor distribuidos en apenas 3-4 metros cuadrados. Allí hay un sofá en el que duerme Josefa Pozo, que lleva el brazo escayolado porque se cayó en una de las habitaciones en ruina. La entrada es la parte más segura de la casa.
El techo de las habitaciones donde duermen sus hijos se puede venir abajo en cualquier momento. Fati Farhoni dice que no aguanta más y que en cualquier momento se va a acampar a las puertas de la Asamblea.
No consigue descansar de noche. No sólo por el temor a que la casa se le desplome encima sino también porque se la comen viva los chinches. "Trajimos a un fumigador y el hombre no sabía por dónde empezar. Menos mal que también tenemos dos gatos, si no, nos comen las cucarachas".
El hermano mayor de su marido, que está prejubilado, da fe de que a Fati los chinches que al parecer están en las vigas de la casa no le dan descanso. "La están picoteando por todos lados. A nosotros ya no nos hacen nada. Estamos acostumbrados. A ella sí porque es carne nueva", dice.
Él cobra una pensión de 600 euros, pero se le va la mitad en medicinas debido a una úlcera que no cierra con nada y que le obligó a dejar sus cabras porque los médicos le aconsejaron que lo dejara.
Cuando hay tormenta en Melilla, el hijo del medio de Josefa Pozo, que está en paro y es la pareja de Fati Farhoni, se sube al tejado con un chubasquero a sacar el agua acumulada para evitar que ésta atasque las cañerías y provoque el derrumbe total de la vivienda.
La casa fue construida en 1949 y permanece apuntalada desde 2015, cuando desde el Ayuntamiento les dieron un toque para reforzar el forjado del inmueble de manera urgente con el fin de evitar su desplome.
El marido de Josefa Pozo compró la vivienda en 1981 con la intención de rehabilitarla. Antes de morir, el padre de sus tres hijos intentó arreglarla un poco, pero no logró avanzar mucho. El hombre hizo lo que pudo, dice su viuda.
Ya por aquella época no se podía vivir dentro de la casa, reconoce la familia. Por eso se fueron de alquiler con la esperanza de hacer obras y regresar a la vivienda en propiedad. Han vivido casi toda la vida alquilados, pero con la subida de la inflación, tuvieron que dejar el piso porque las pensiones no dan para nada. "El pescado está caro, ya no se puede comprar", señala Josefa Pozo.
Ahora sus hijos quieren vender lo que queda de la vivienda y con lo que les den, marcharse a la península, pero Josefa Pozo es de Melilla y quiere morirse aquí, en su casa. Por eso, con los ojos llenos de lágrimas, pide auxilio a la Ciudad Autónoma para poder disfrutar de un techo digno donde cobijarse.
Ella apenas come porque del aseo de su casa, que está pegado a la cocina-comedor-sofá-dormitorio, sale un olor muy fuerte a cañerías que le quita el apetito. Por eso, dice, está muy delgada y, encima, ahora con el brazo en cabestrillo.
La familia no sabe qué tormenta será la última que aguantará su casa. Por culpa de las lluvias se les han estropeado dos televisores que se mojaron con las goteras y no volvieron a funcionar.
Consultado sobre el caso, el consejero de Infraestructuras. Rachid Bussian, cree que la familia de Josefa Pozo se puede acoger a las líneas de ayuda que tiene la Dirección General de Vivienda y Urbanismo para que les asesoren.
"Hemos instalado la figura del agente rehabilitador para asesoría, gestoría... También están tramitando ayudas. Pueden optar por las dos vías", señaló en declaraciones a El Faro.
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