Pero si es que su propio nombre lo dice: ‘Bocatas’, el paraíso del bocadillo, el templo del mejor pan y de la mejor sustancia acompañante y, dicho sea de paso, de una calidad de servicio con letras mayúsculas, gracias al trabajo de dos hermanos: Juan y Dani. Tienen que aguantar, tienen que cargar la suerte con más de un ser humano que no va bien de norte pero lo hacen con la profesional que les caracteriza. ¿Que llevas una copita de más?, bueno, aquí estamos y no nos enfadamos; anda llena y te vas cargado para no dar dos viajes, mi alma.
Levan anclas, es decir, abren, cuando toda España debería estar trabajando, todos, abren a las siete de la mañana –oclock, de dirían los ingleses– porque levantarse del camastrón más tarde de las 05:30 horas es francamente deleznable, abominable. España no saldrá de su crisis endémica mientras que haya gente que abadone el sabanario a las ocho o a las nueve. Ellos, Juan y Dani, lo saben y se preparan convenientemente para tener una gama superior a los diez bocadillos en perfecto estado de revista y hasta tapitas para que sus clientes se peguen el segundo golpe a partir de las 11:30 o 12:00 de la mañana. Ya es como una gran familia quienes se reúnen cada día en el bar. Se conocen, se saludan y celebran el volver a encontrarse.
Lo hacen en el interior de un establecimiento tan recoleto como acogedor. Todos los días vemos cómo Popeye le echa un casquete a su novia en blanco y negro. También en blanco y negro, un grupo de currantes de la construcción toman el bocadillo en lo alto de una viga de la Nueva York de los años 30, sentados, desafiando a la ley de la gravedad del señor Newton. Hay opciones para el remanso de paz de ‘Bocatas’. Si hay suerte, se coge mesa y, caso contrario, pues un taburete y, hala, a la barra. Pero todo lo anterior, con ser importante, no es lo fundamental.
Lo fundamental es lo humano, como siempre. Dos señores que, en su día, decidideron ponerse el mundo por montera y ofrecer un servicio diferente basado en la calidad y en la prestación, por eso han triunfado y triunfan a diario. Si hay que hablar de motores –que les encantan– se habla y, si es de política, pues bueno, también. El caso es que al cliente no hay que darle sólo el bocata, la birra o el café, sino acogida, hospitalidad, cercanía. Hay un grupo de amas de casa que llega al ‘Bocatas’ a primera hora de la mañana, las mismas que se quedan en paro cuando los hermanos toman vacaciones.
No entienden la vida sin su cafatería preferida, sufren, pero vuelven tras el período de carencia con más fuerza, con más ganas de hablar de lo divino y de lo humano. Ahora tienen que abandonar de vez en cuando su mesa –primera a la derecha– para echar el pitillo fuera del bar. Pero regresan, son infalibles. Servicio de prensa, por supuesto, incluido y con abundancia, las primeras noticias del día, el olor a buen café, al pan tostado. La vida tiene estos sencillos matices de felicidad, que nadie lo dude.