Es complejo dramatizar la sacudida política que por entonces representaba la elección primaria del 13 de agosto. Más aún, no resulta fácil percibir cada una de sus aristas: la extrema derecha quedaba a las puertas del poder. Lo que parecía inverosímil, actualmente es una realidad: una fuerza política casi imaginaria, que no cuenta con estructura partidaria, candidatos provinciales, senadores o gobernadores, consiguió una posición asombrosa en un sistema político trazado para sortear el acceso de bríos exteriores. No obstante, rebajar el seísmo a la incursión de Javier Gerardo Milei (1970-53 años) sería minimizar la dimensión de los cambios. Como suele ocurrir, es únicamente el indicativo de alteraciones tectónicas que de inmediato no son detectables.
El ejercicio de Milei se halla estrechamente articulado con lo que posiblemente sea la coyuntura esencial de esta situación: el trance del peronismo, la punta de lanza en torno a la cual planea el sistema político argentino desde 1945. El peronismo no es una fuerza política como cualquier otra. Su entramado social, o su mímica con las composiciones del Estado, sus redes territoriales, su conjunción con el movimiento obrero y las marchas sociales, lo convierten en un partido de una resiliencia pocas veces conocida.
Entre 1946 y 1983, respectivamente, jamás fracasó en una elección en la que militó. Su pavimentación electoral cuando se presentó de manera conjugada circuló en torno al 45% en elecciones presidenciales. En el molde del sistema vigente de primarias, su éxito más comedido se produjo en 2015 cuando consiguió el 38% de los votos, pero en aquella ocasión pugnaba con otra lista peronista que obtuvo el 16%.
Aquel 13 de agosto concurrió a las urnas y su caudal de votos se comprimió al 29%. Por vez primera, el peronismo se encontraba a las puertas de ver dilapidada la mayoría en el Senado y estaba transfiriendo el control de gobernaciones contempladas históricamente como sus baluartes.
De cara a cada una de las dificultades que vivió el país desde el restablecimiento democrático, el peronismo surgió como la fuerza política del orden, con capacidad para disponer un límite a la indisposición estatal y reponer la gobernabilidad. Como consecuencia de esta capacidad particular, valga la redundancia, una crisis del peronismo de este alcance es en sí misma, hasta cierto punto, una crisis del Estado.
No obstante, la colisión de los cambios que están produciéndose no se circunscribe al peronismo. La derecha tradicional que se acomodaba segura de sí misma para recoger el dominio en el cuadro de una superposición electoral convencional, actualmente está afrontando su propio síncope.
Con estas connotaciones preliminares, el entorno de las elecciones argentinas es de crisis económica y social. La desvalorización del peso, la inflación galopante, la deuda externa y el incremento de la pobreza y la precariedad laboral no cesan. Este escenario es ostentosamente coligado por las fuerzas de derecha con el gobierno de Alberto Ángel Fernández (1959-64 años) y, más extensamente, con el peronismo y las corrientes populares. Aparte de esta maraña, otro componente notable que ha punteado los últimos tiempos en Argentina es la conquista de la legalización del aborto, que distinguió una llamada de las mujeres y del movimiento feminista, pero que igualmente notó una intensa tenacidad y acoplamiento conservador en oposición.
“La extrema inestabilidad del curso económico en la que se traza el incremento reaccionario, es una peculiaridad que distingue el horizonte argentino del aluvión global de gobiernos de ultraderecha”
Estos mecanismos circunstanciales se armonizan con el crecimiento de la violencia política en las calles y en las redes sociales. Es en esta última, donde Milei posee superioridad y centra una parte significativa de sus artimañas, como muchos de los aspirantes y representantes de la extrema derecha global.
En otras palabras: la crisis económica y su relación con la administración de Fernández, la acentuación de los debates sobre la denominada ‘agenda de las costumbres’, encarnada especialmente por los inconvenientes sobre la legalización del aborto y la ampliación de la violencia política, son piezas centrales de este puzle para comprender las elecciones argentinas y la subida de la extrema derecha.
El desenvolvimiento de un tejido social absorbente también ha sido indispensable para el mínimo resquicio del progreso de Milei. El caldo de cultivo para la evolución de la externa derecha ya concurrían antes de que la propia candidatura se manifestara. Así lo justifican numerosas encuestas resultantes del Laboratorio para el Estudio de la Democracia y el Autoritarismo. Los resultados ponen en evidencia que los efectos desencadenantes de la crisis económica han sido concernientes, por una parte expresiva del conjunto poblacional con el sostenimiento de una clase política ya advertida en encuestas cualificadas del año 2021.
Esta manera de concebir los orígenes de la crisis económica está coligada al rehúso de segmentos de la ciudadanía a las políticas restringidas afines a la lucha contra la pandemia.
Otro descubrimiento destacado de la investigación elaborada por el Proyecto Plurianual de Investigación, corresponde a la ampliación en la sociedad argentina de un enfoque que interpreta la justicia social como prerrogativas de un grupo definido, que encandila recursos del Estado, destapando un enflaquecimiento social de un prototipo solidario. Por eso, cuando Milei indica literalmente que la justicia social es un ‘robo’, encuentra resonancia en una generación, sobre todo, joven, que objeta las políticas de seguridad social porque las encadena con la injusticia.
Podría exponerse, que la exploración muestra que el principio de que los políticos y las políticas públicas son parte del rompecabezas, y no fórmulas de opciones democráticas, viene generándose desde hace tiempo.
Aunque el engarce de la extrema derecha con el papel de la agenda económica varía en el mundo, incumbiendo de la formación social y económica de cada Estado y de su pertinente visión en la economía, la agenda neoliberal, habitualmente contrastada por el encaje fiscal, las privatizaciones y la desregulación de los contactos laborales, ha sido el principal programa económico de la extrema derecha en los estados periféricos y dependientes.
A este tenor, Milei, no es la excepción porque plantea dolarizar la economía, terminar con la moneda argentina y el Banco Central. Asimismo, un Estado mínimo con importantes permutaciones en las políticas de seguridad social, salvaguardando la efectividad en únicamente ocho ministerios, la privatización de la salud y la educación e incluso la comercialización de órganos humanos.
Es innegable que la protección de una agenda neoliberal no es acaparada exclusivamente por la extrema derecha, y puede haber postulantes y fuerzas liberales que interceden por ella. Pese a todo, al menos en América Latina, la porción que se ha radicalizado y ha adoptado el rumbo político de esta agenda económica en los últimos años es la extrema derecha.
Justamente, es esta parcela política y social la que ha acarreado la sustracción integra del Estado por parte de sectores de la burguesía. El ejemplo más patente de este proceso es el caso brasileño durante el gobierno de Jair Messias Bolsonaro (1955-68 años). Si bien, pocas administraciones de actores latinoamericanos han materializado grandes confrontaciones con los intereses de las naciones centrales del capitalismo, la extrema derecha de este siglo ha escudado el desmoronamiento completo de cualquier atenuante de esa dinámica.
Ni que decir tiene, que no es casualidad que la extrema derecha haya respaldado sin fisuras a las partes agroexportadoras y las políticas que benefician al capital financiero y transnacional.
Pero, una cuestión que se antoja crucial pasa por la relación con el tema de la memoria, la verdad y la justicia y los círculos militares o policiales. La aspirante a vicepresidenta, Victoria Villarruel (1975-48 años), viene ejerciendo un protagonismo más alineado con una extrema derecha clásica, con actitudes racistas como la pretensión de la influencia europea como centro de la afinidad del pueblo argentino, y capitaneando una tendencia negacionista en razón con la última dictadura argentina.
Según la demandante, los militares argentinos mataron e hicieron desaparecer a ocho mil individuos, mientras que los organismos de derechos humanos defienden que al menos treinta mil fueron aniquilados o desaparecidos. Este es el guarismo que Milei alude en sus comunicados públicos sobre la materia. Del mismo modo, cabe subrayar que Villarruel procede de una familia de militares.
Esta agenda quiebra una apreciable acumulación en la sociedad argentina sobre el argumento, intimidando los consensos y mejoras de los movimientos de derechos humanos y de víctimas familiares. El matiz negacionista y revisionista es alarmante en base a los cambios virtuales en un gobierno de Milei y Villarruel. La ministra de Defensa y Seguridad será designada por ésta última, quién podría colocar a un militar en la cartera. Incluso ha indicado el menester de aumentar la representación de las Fuerzas Armadas en su gobierno.
Al mismo tiempo, la política punitiva de agrandar la contención y los castigos por infracciones comunes y formalizar la portación de armas para civiles, forma parte de la hoja de ruta de esta proposición, en la misma línea con lo ocurrido en Brasil durante el gobierno de Bolsonaro y con Donald Trump (1946-77 años) en Estados Unidos.
Otra tesis, la sutileza de acaparar el emblema de la libertad por parte de la ultraderecha no es algo novedoso. Amén, que el nazismo y el fascismo igualmente conquistaron el apoyo masivo porque se apropiaron de este guion. ¡Viva la libertad, carajo!, exclama a viva voz Milei en sus arengas.
La extrema derecha alimenta una enorme adherencia a un incontrastable sentido arbitrario de la libertad, asentado en el ultraindividualismo y en la impresión de que la libertad primordial es la que nos tolera indagar las probabilidades de la defensa, conservación, amparo y por supuesto, el éxito. No existe la solidaridad, como tampoco hay comunidad ni responsabilidad ni del Estado ni de las personas entre sí. Esta proclama dominante, disfrazada de libertario, es el foco de lo que está seduciendo al electorado argentino.
En otras palabras: aunque Milei no se encuentre casado intuye que la atención de las agendas conservadoras emparentadas a la familia, la sexualidad y el género, cuentan con el visto bueno de una parte manifiesta del electorado.
En 2020, el análisis del Laboratorio para el Estudio de la Democracia y el Autoritarismo había resaltado que la xenofobia es un dilema social de primer orden en Argentina. El sentimiento de que los inmigrantes, primordialmente de otros estados sudamericanos, quieren beneficiarse de las ayudas económicas y que no contribuyen al bienestar de la nación es una de esas entonaciones.
Villarruel ha establecido esta agenda con expresiones racistas, interpelando la influencia europea como central en la identidad del pueblo argentino. La negativa de los negros e indígenas en la plasmación de la identificación nacional está claramente interrelacionada con un racismo y nacionalismo nebuloso que reclama la propia colonización como objetivo básico de su identidad.
Este plano de preponderancia racial blanca y europea está irreprochablemente orquestado en Milei. Su campaña volatiliza este acoplamiento del protagonismo del hombre blanco.
Conjuntamente, como la amplia mayoría de los estados dependientes y periféricos, la República Argentina ha sido testigo directo de grandes desavenencias en la explotación de los recursos naturales y de la tierra, básicamente, con los pueblos indígenas que compiten por la demarcación de sus tierras, tal como lo instituye la Carta Magna. Este país aglutina una demanda económica central en la minería de recursos estratégicos y la agricultura. Así, es el mayor exportador y tercer productor de productos originarios de la soja y el cuarto productor de litio.
Es sabido que Milei se vale de una motosierra como buque insignia de su campaña para denunciar que arrasará la casta política del país. La apuesta por este instrumento no podría ser más alegórico: al igual que los aspavientos de una pistola de Bolsonaro, la motosierra asume un importante carácter ideológico de destrucción medioambiental. Incluso ha llegado a sostener que no seguirá la Agenda 2030, como tampoco el Acuerdo de París.
Sin inmiscuir, que el ecologismo forma parte de una agenda pormarxista que intenta excluir a la población.
En la misma línea, Milei, posee una proyección elocuente entre las generaciones más jóvenes, conversando con las nuevas composiciones de comunicación, fundamentalmente, Tik Tok, una red social de origen chino que comparte vídeos cortos y en formato vertical. Además, Milei forma parte de una red de movimientos de extrema derecha que monopoliza las redes sociales como una maniobra refinada y desarrollada desde las elecciones estadounidenses de 2016, cuando se descubrió el escándalo de ‘Facebook-Cambridge Analytica’. Los Bolsonaro supieron manejar a la perfección esta red en Brasil, que pugnaba con el clásico dispositivo de prensa.
No es de sorprender que en las redes sociales es donde Bolsonaro se valiese de un vídeo avalando a Milei y requiriéndole el voto, apoyando su presencia en una hipotética investidura. Hay que tener en cuenta que esta aproximación ya se había originado con Eduardo Nantes Bolsonaro (1984-39 años), hijo del expresidente brasileño, que intervino en un emisión televisiva en Argentina la misma jornada de las elecciones en primera vuelta y se le cortó en directo por alentar la liberalización de la tenencia de armas.
Como consecuencia de la pericia de la campaña de Sergio Tomás Massa (1972-51 años) de aunar a Bolsonaro con Milei en ideas sensibles, este lazo es empequeñecido por Milei. Igualmente, los vínculos de Milei con la extrema derecha española, a través de Vox, igualmente es incontestable y público.
A resultas de todo ello, se desprende que los nexos de Milei con la extrema derecha son irrebatibles. Su fama tiene que ver indispensablemente con esa capacidad de pronunciar ofrecimientos económicos claros para una imaginada salida de la grave crisis económica, con el llamamiento de ese caldo conservador que en ningún tiempo ha dejado de constar en Argentina, pero que conquista entornos e intensidad desiguales en este nuevo período global.
Es llamativo apreciar que concurren varias indicaciones por parte de las esferas progresistas de cara a la promoción de la extrema derecha. Por un lado, algunos se contemplan inmovilizados por el sobresalto, en ocasiones con individualizaciones excesivas que pierden sentido por las cadencias. Incluso resulta acostumbrado reparar en otro sector una percepción extendida de desconfianza.
Lo que hasta el 13 de agosto podría ser el vaticinio de índole “esto no puede pasar”, refiriéndose lógicamente a un triunfo de la extrema derecha, en algunos casos se convirtió en un “esto no puede ser tan grave”, que realmente es una manera acomodada del primero.
O séase, la incomodidad psicológica que produce la experiencia de percepciones discordantes, habitualmente la incompatibilidad entre las creencias precedentes y la información derivada de la realidad, se soluciona por medio de correcciones secundarias que permiten restablecer la congruencia y lo fundamental de las ideas iniciales.
"La extrema derecha alimenta una enorme adherencia a un incontrastable sentido arbitrario de la libertad, asentado en el ultraindividualismo y en la impresión de que la libertad primordial es la que nos tolera indagar las probabilidades de la defensa, conservación, amparo y por supuesto, el éxito”
La singularidad de algunas proposiciones de Milei agiliza el escepticismo. Digamos que el comercio de órganos, la privatización de las calles, etc. Nadie cae en la cuenta de que dichas medidas son implementables a escala mundial. Incluso su ofrecimiento estrella, el abandono de la moneda nacional en favor del dólar, es altamente enigmático en términos de probabilidad.
Pero en las promesas chocantes no se encuentra la dificultad. En cambio, se constata otro paquete de medidas que no están en el terreno de la utopía y cuya práctica exitosa conjeturaría un descalabro para la clase trabajadora: una reforma laboral impulsiva, como la que cristalizó el ultraliberal Paulo Nunes Guedes (1949-74 años) en el gobierno de Bolsonaro, mediante un ajuste fiscal asentado en la privatización o cierre de empresas públicas y la destitución masiva de trabajadores del Estado, un asalto a la educación y la salud pública o una revolución temporal que prescinda el sistema estatal de reparto, entre algunos.
Por ende, es indudable que la extrema derecha sondearía lanzar una ofensiva ambiciosa en el espacio de la igualdad de género y los derechos LGTBQ, forjando un refrendo estatal a los alegatos de odio, homofóbicos y patriarcales, tal y como lo concibieron Bolsonaro y Trump. Una política de choque antipopular no podrá descartar una tenacidad autoritaria del Estado: el acoso judicial a líderes sociales, un apoyo a la violencia policial, el libre acceso a la portación de armas, la revitalización de las Fuerzas Armadas, la tentativa de amortiguar la proyección de los sindicatos en el lugar de trabajo, pero sobre todo, la hostilidad a la presencia de los movimientos sociales en los barrios populares, sujeto social elemental del último tiempo político.
Este último podría ser el adversario predilecto de una administración de extrema derecha que contaría con el soporte de una parte de la burocracia sindical, hallando alguna ayuda en un sentido común cimentado gubernamentalmente a lo largo de los últimos tiempos, valiéndose del agotamiento social causado por la presencia persistente de manifestaciones callejeras.
Si estas medidas se clarificaran con satisfacción, comportaría un retroceso social y democrático de la mano de una resistencia autoritaria del Estado y un conato de disciplinamiento social y desmovilización de la protesta. O lo que es igual: implicaría un revés estratégico para la clase trabajadora.
En consecuencia, la extrema inestabilidad del curso económico en la que se traza el incremento reaccionario, es una peculiaridad que distingue el horizonte argentino del aluvión global de gobiernos de ultraderecha. No se puede subestimar el vaivén que envuelve a esta conjunción.
No es necesario enmarcar la hiperinflación alemana de los años veinte para exponer lo sobrevenido. Este marco esconde diversos antecedentes recientes, uno de ellos mayormente explícito. Me explico: durante la década de los ochenta, la República del Perú padeció acuciantemente las secuelas de un largo lapso de inmovilización que se precipitó hacia el desenlace en un pico hiperinflacionario.
Precisamente, en esta fragosidad enrevesada hubo de desenvolverse Alberto Kenya Fujimori (1938-85 años). Su subida electoral como la espuma fue con una fuerza política marginal, esencialmente electoral, sin apenas refrendos sociales o empresariales. El infortunio económico le facilitó la legitimidad para emplear un método de estabilización, privatización de empresas públicas y liberalización de la economía, a la vez que una dureza totalitaria que abarcó el cierre del Congreso. La rehechura neoliberal de Perú y el quebrantamiento masivo de los derechos humanos totalizaron un punto de inflexión del que la clase trabajadora aún no ha levantado cabeza.
Con lo cual, es chocante que el paralelismo ‘crisis inflacionaria-gobierno autoritario’, no esté lo bastantemente vigente en el debate público de la izquierda, sobre todo, en una posición donde la inflación periódica alcanzó los dos dígitos y las reservas netas del Banco Central son negativas.
Finalmente, no se puede soslayar una crisis bancaria de proporciones descomunales, teniendo en cuenta que Milei parece tener conocimiento del beneficio que le produciría rechinar la alarma económica comunicando fórmulas radicales de efectos demoledores en el corto plazo, como la salida accidentada del cepo bancario, la exclusión de retenciones a las exportaciones, la dolarización, etc. Y en el panorama sombrío, la predisposición al miedo en los mercados, como el desplome de los bonos o el estancamiento de las acciones.
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