De vez en cuando, entre tomo y tomo del diccionario, hay que hacer una pausa, una reflexión, un interludio. El último lo escribí allá por junio, cuando hacía memoria y crónica de una inolvidable reunión con mis compañeros de la promoción del 66 de mi colegio de San Felipe Neri de Cádiz, muy justamente titulada como ‘La gloriosa’.
Hoy es muy necesario hacer otro interludio, penoso interludio que a mí me hubiese gustado que fuese un repique de trompetería arcangélica y no una marcha con sordina, como el de las bandas de música de los Viernes Santo, día de llevar las armas ‘a la funerala’. Aquí estamos ‘empetaos’ de complejos, que es un término que define a algo cuando está más lleno que el metro de Tokio en hora punta, según el gaditanísimo Pepe Monforte.
Un día tengo que probar el arroz ‘ciego empetao’ en ‘La Pepa’, en Cádiz, que según el gran Pepe Monforte tiene más tropezones que una carrera de cien metros vallas. Será digno de probar porque ahora, a los arroces, los pijos de los nuevos restoranes, le echan cuatro gambitas por encima y un alioli de coliflores y aquello (Monforte dixit) parece más un cuadro de Dalí, en vez de algo para meter la cuchara.
Por supuesto que le haré caso a Monforte y me iré también a ‘El Sopa’ en el mismito centro de Conil o a ‘Francisco La Fontanilla’, allí, en la avenida de la playa.
Con tristeza constato que el problema de España, nuestra Nación, no es otro que la falta de centros de salud mental. Padecemos una enfermedad mental al parecer incurable: el ‘autoodio’. No sé si el término es correcto desde el punto de vista médico, esto me avergonzaría porque lo soy, pero si no es correcto, lo siento porque no se me ocurre otro.
No debe existir nación en el mundo que acumule tanto odio contra sí misma y contra su historia común, coincido con el profesor Jordá.
Me daba pena y horror escuchar el pasado día doce, día de la Fiesta Nacional, a muchísimos compatriotas verter todo tipo de insultos y denuestos contra nuestra nación. Es insólita la situación; para estas gentes nada se ha hecho bien desde las Cuevas de Altamira y aquí no hay más que ladrones, aprovechados, genocidas y reyes corruptos.
El gran Cernuda decía que él era “un español sin ganas”. Pero lo dijo desde Glasgow, que es una de las ciudades más hostiles para vivir y huyendo de la malquerencia atravesada de sus paisanos hispalenses. Por eso nos dejó escrito ‘Ocnos’, un bellísimo libro sevillano en el que no se nombra para nada a la ciudad, su razón tenía desde luego.
Entonces, ¿nada hemos hecho bien en nuestra historia colectiva? ¿el Descubrimiento de América solo fue voracidad y rapiña? ¿Toda nuestra historia no es más que un cúmulo de hechos despreciables? Parece que sí, según esas gentes.
Tengo para mí, que la Fiesta Nacional es una piedra en el zapato de muchísimas gentes. No me refiero a los enemigos de España, que sí existen, desde López Obrador a Biden, desde Maduro a Bergoglio, todos ellos han escupido recientemente sobre la epopeya más grandes de los siglos. Ahí quedaron las palabras del gran León XIII.
Me refiero a los nuestros propios. La transmisión de los actos de nuestra Fiesta Nacional por televisión española fue, sencillamente, vergonzoso. El comportamiento de los ministros del gobierno filocomunista, indigno. No ya por la ostentación de desdén y desprecio hacia lo que se celebraba, sino por la desvergonzada osadía con que lo hacían. Ausencias de ministros, indumentaria con mensaje subliminal (el traje ‘republicano’ de la ministra de Defensa era demostrativo), la tardanza del Sánchez en cumplimentar al Jefe del Estado, el empeño de revestir con marcada opacidad el papel de este que es Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, extremo que me parece no tienen muy claro ni él ni los que son, presuntamente, regidos por él.
El Sánchez fue abucheado con fuerza y se queja amargamente. Lo que pasa es que olvida los desmanes protagonizados por sus socios de Gobierno contra Cristina Cifuentes, o Soraya Sáenz de Santamaría o los cercos al Congreso o las ‘alertas antifacistas’ lanzadas por quien luego nombró vicepresidente del congreso tras las elecciones de Andalucía, o el ‘jarabe democrático’ recetado por su socio contra las derechas… ¿Por qué, la ‘oposición’ no le recuerda esto? Porque está ‘empatada’ de complejos.
Todo fue muy triste. Ni siquiera la pasada de los aviones demostraron claramente que los chorros que despedían correspondían a los colores de la gloriosa bandera de España (sí, he escrito gloriosa, ¿passsa algo?). Tarde y mal salió un propio del ministerio de defensa justificando lo que he dicho antes y echándole las culpas al cambio climático. El año pasado también hubo otro error cuando la parada fue en la plaza de la Armería con la excusa de la pandemia. Mira que si han infiltrado también la patrulla ‘Águila’? Luego, decimos que el pescado está caro...
El problema no es de ahora, hubo un presidente del Gobierno caracterizado por su holganza y vaciedad, que por su falta de gallardía padecemos lo que padecemos, que calificó estos actos como ‘un coñazo’. Así nos van las cosas.
Claro que hemos tragado con el término ‘latinoamérica’, invento de los franceses, haciendo honor a su lengua estofada de la traición.
Tenemos un país a la deriva, una sociedad ayuna de valores, unos dirigentes que son tahures, unos pastores que son mercenarios y así.
De Lepanto, para qué vamos a hablar. De aquella hazaña con enemigos por todas partes y papas traidores, pese a figurar los Estados Pontificios en la llamada ‘Liga Santa’, nadie quiere hablar. Pues bueno...
Pese a todo, la vira de esperanza existe. Yo me quiero asomar a ese rayo de sol que nos alumbra en el lubricán de la tarde de España, como me agarro a la vira de sol de una indeterminada tarde de marzo que nos dice que por ella vendrá Jesus Nazareno, caminando hasta los días del paradójico gozo.
Me agarro también a la poesía descarnada de Luis Alberto de Cuenca:
España es un lugar muy triste,
que ha prohibido los héroes,
y ha dejado pudrirse las rosas del escándalo.
Siempre he vivido en él.
No sé si en otra parte habrá
tantos borrachos y chicas estupendas.
Es solo un lugar pobre que ha perdido su alma, sin ganar nada a cambio, un lugar sin futuro.
Un lugar de la tierra desunido y estéril.
Por él daría mi sangre hasta la última gota.
Como dicen los buenos capataces de los pasopalios; ahí ‘queó’ (con acento en la ‘O’).
Que no le falte agua al elefante.