Se trata de seres humanos, en primer y destacado lugar, no debiera olvidarse. No es una más de las diferentes formas de hacer política que, como colores del arco iris, se proclaman como anzuelo y existen (aunque después la realidad sea otra) para gestionar los intereses de la comunidad de ciudadanos en las diferentes facetas de la vida en sociedad. Planes urbanísticos, los siempre complejos recursos de la sanidad, la educación y sus laberintos o la manera de aceptar las exigencias del medio ambiente entre otros, no, se trata de vidas en una precariedad que clama.
En ocasiones no está claro el objetivo que persiguen los partidos políticos a la hora de lanzar a un ariete con, cuanto menos, un exabrupto que daña la razón y ahoga el sentido común (especialmente los suyos propios). ¿Por convicción en la ideas que fundamentan al partido en una materia determinada (la inmigración es altamente sensible y de Estado) o por la “necesidad” que no le usurpen, en este caso por la derecha, un espacio electoral que se creyó en cuasi propiedad?. Cuesta trabajo pensar que la “cocina” de un partido relativamente moderno y de arraigo, que ha gobernado y gobernará probablemente y desde la perfección hoy en día en la denominada “tormenta de ideas” salga algo como lo escuchado esta semana: Enviar buques de guerra y presumiblemente sitiar las costas de otro país para evitar que los inmigrantes irregulares salgan a la mar.
Quizás la política y sus convulsiones vayan más hoy en día por la necesidad de ocurrencias interesadas que por la defensa de las ideas que se presumen tener. La inmigración irregular tuvo su punto álgido en los años 2005 y 2006 con aquello que se denominó la “crisis de las alambradas. Desde prácticamente entonces, numerosos episodios se han sucedido especialmente en Melilla, Ceuta y Canarias. Algunos de mortales consecuencias, como en junio de 2022 en la valla perimetral, lado marroquí, que separa Marruecos de Melilla, de España, de Europa o el “incentivo“ alauita para que cientos de menores llegaran a Ceuta en 2021, por citar momentos de cruenta gravedad. Desde siempre, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, especialmente la Guardia Civil, viene realizando en pro de su cometido una labor excepcional que compagina la humanidad con la protección de nuestras fronteras, no siempre con los medios necesarios a su disposición. El Ejército, las Fuerzas Armadas, en ocasiones realizó y realiza labores de patrullaje y vigilancia del perímetro territorial soberano, es uno de sus cometidos. Pero de eso a aproar barcos de la Armada frente a costas extranjeras hay un abismo y no, ni amistoso ni humanitario.
Sin duda, las dificultades a la hora de accionar convenios de repatriación (incluso los que ya existen desde antaño) o la lucha contra las mafias del tráfico de seres humanos y la aún incipiente y rala colaboración de países de origen (con grandes desequilibrios sociales aún) de este trágico negocio, son algunos de los graves obstáculos para una inmigración regulada y ordenada. Pero acentuar hasta los esdrújulo cuando le protagonismo en lo delictivo es foráneo o de otra confesión y que tiene su punto de culmen y desmesura en las redes sociales no es más que otro ingrediente y peligroso para violentar la sociedad. Esto es rentabilizado, más allá de su ánimo de denuncia, por fuerzas políticas de extrema condición y que protagonizan buena parte del presente político, a la vista está. Injusto es que de tantos compases para esa melodía de criminalización del extranjero o diferente se acabe señalando a esa inmensa mayoría de quienes viven en paz, integración y tolerancia.
Hay hartazgo, lógico, pero nunca este debe llevar a abismos ya conocidos. La inmigración, como arma política y de confrontación partidaria, además de injusta, suele dañar igualmente a quien la emplea, pese a los réditos momentáneos.
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