Opinión

In memoriam

¿Quién va a sacarnos esa carcajada en nuestras tertulias? ¿Quién nos va a contar esas anécdotas increíbles del legionario y su mundo tan variopinto? ¿Quién va a alegrarnos los encuentros con historias que, si no te conociéramos, parecieran de un “monologuista” profesional? Mucho me temo que tendremos que vivir de los (extraordinarios) recuerdos que nos llevamos de ti, ahora que has recibido tu “Hoja de marcha” en tu “permiso extraordinario” para presentarte al Cristo de la Buena Muerte, el Protector de los Caballeros Legionarios.

Hace no demasiadas horas (que se nos han hecho muy largas), nos dejaba el Comandante Caballero Legionario Luis Ridao Cano, tras un periodo de lucha con feroz acometividad contra una maldita enfermedad, que ya se ha llevado a tantos y tantos Legionarios…y que casi iguala en bajas al fuego enemigo, aunque ésta aparece cuando uno menos se lo espera. Dios le ha llamado y ha partido a ese puesto que reclamó en su momento para unirse a la novia de los Legionarios, la muerte, para estrecharla con lazo fuerte, con serenidad, sabedor de que esta vida no es sino un paso temporal hacia otra, mucho más dichosa.

Y ha partido, en su particular “desfile” final, dejándonos rotos, vacíos, para quienes le conocíamos; nos ha dejado solos, tristes, pensativos y aún haciéndonos a la idea de que un enorme amigo, uno de los nuestros, ha dejado este mundo para reunirse con una pléyade de viejos Soldados, antiguos Caballeros Legionarios, que ya disfrutan del merecido descanso tras miles de jornadas de Servicio a España, en su caso, formando en las filas legionarias y vistiendo su verde camisa, con gracia, con un botón desabrochado, como ofreciendo su pecho y su corazón a quien necesitara de su alegría y protección.

Luis, el Comandante Ridao, no fue “un hombre a quien la suerte hirió con zarpa de fiera”, entre otras cosas, porque toda su vida se ha visto rodeado de una maravillosa familia a la que adoraba y que le adoraba a él. Nacido en Antas (provincia de Almería), allá por julio de 1949, hijo de Antonio y María, ha ido “acumulando trienios” de una vida plenamente vivida, a lo largo de sus algo más de setenta y tres años de vida terrenal, en cada experiencia que tenía.

Era un hombre culto y sobre todo sabio; “sabio de los de verdad” y no por sus conocimientos (que también), sino, sobre todo, por su enorme sentido común, que le hacía afrontar cada uno de los avatares que la vida le ofrecía, con serenidad, acierto e inteligencia.

Esa sabiduría emocional era su estilo de Mando, pues conocía “con pelos y señales” la vida de sus subordinados, a quienes mandaba sin ordenar; corregía sin castigar; daba ejemplo sin pretenderlo…pues Luis, nuestro Comandante, era, además, natural en su forma de ser, sin mayor aspiración que mantenerse al Mando de “su Octava Compañía”, en la ya desaparecida Segunda Bandera, desde la que le sobraba carisma y maestría para servir, también, de ejemplo a los Oficiales, Suboficiales y Personal de Tropa de “su Primera Bandera”, donde también había Servido.

Fueron muchos, muchísimos años de Servicio, “sin contar los días, ni los meses, ni los años”, los que dedicó a su otra familia, la familia legionaria, dedicándose especialmente a los menos favorecidos entre quienes ya de por sí lo eran y que habían buscado en el Tercio un lugar de cobijo, de redención, de renacimiento. Supo devolver la confianza en sí mismos a un buen puñado de grandes legionarios que no sabían de su grandeza, pues para Luis, nuestro Comandante, “nada importaba su vida anterior”.

Fueron muchos, muchísimos, días duros, que empezaban muy, muy pronto y terminaban muy, muy tarde; desde aquel 3 de agosto de 1971, en que uniste tu destino a La Legión en el Banderín de Enganche de Leganés (Madrid), con destino a Villa Cisneros, en el antiguo Sahara Español, para formar en las filas del Tercio “Alejandro Farnesio” 4º de la Legión; hasta que, tras el repliegue de las unidades de aquel territorio, partió con su unidad a Melilla, donde se incorporó al Tercio “Gran Capitán” 1º de La Legión, en su querida III Bandera, unidad en la que sirvió hasta su disolución, pasando a incorporarse a la I Bandera como Teniente y posteriormente a la II, como Capitán. Terminó su andadura legionaria en la Plana Mayor de Mando del Tercio “Gran Capitán”, donde Sirvió sus últimos años en activo, hasta ese no tan lejano 11 de julio de 2010, en que daba un paso al lado y pasaba a la situación de reserva. Han sido casi cuarenta años que no quiso contar, como reza nuestro Credo, pero sí quiso (y supo) vivir.

El Comandante Caballero Legionario Ridao ha Servido con entrega y brillantez, alcanzando (tras desempeñar todos y cada uno de los empleos de Tropa y Suboficial, en su momento) el mayor empleo que la legislación le permitía en su escala, la Escala Legionaria, dando prestigio a la misma con su buen hacer y mejor Servir. Ha sido ese compañero que todo militar desea tener cerca, muy cerca, por si vienen mal dadas, en paz o en combate.

Hace escasas semanas, unos cuantos oficiales muy cercanos a él y que habían Servido junto a él en las filas del Tercio “Gran Capitán”, volvieron a reunirse con su amigo Luis, “a la sombra de un café y unas porritas”, para verle, darle fuerzas, animarle…craso error…pues fue él quien, aún convaleciente de su última recaída, arrancaba sonrisa tras sonrisa de éstos, rememorando sus famosas anécdotas…”Los moruecos”, “Sin novedad en el negociado” y tantas otras que servirían para escribir, no un libro, sino una serie completa de “Best sellers” del humor más castizo y legionario.

Muy escasas han sido esas semanas; demasiado. Ahora nos toca pasar el trago de su partida, el trance del desasosiego; la zozobra del alma que no encuentra la razón ni el porqué. Ana Mari, su esposa, sus cuatro hijos, Gema, Antonio, Fran y Dani, así como sus nietos, no encuentran consuelo en estos momentos, como nosotros tampoco.

No lo busquéis, no; ese consuelo os va a llegar sin pretenderlo y aparecerá, como nos pasará a nosotros, cuando recordemos cada una de sus miles de anécdotas que, aunque ahora no lo creáis, os sacarán una sonrisa (y una carcajada, sí, una carcajada) al redescubrir a esa persona tan viva, tan alegre, que ahora hará feliz a quienes ya nos dejaron. Esa misma sonrisa y esa mirada limpia de sus azules ojos que os traerá la tranquilidad necesaria para, con la perspectiva que da el tiempo, sentir el orgullo de esposa, de hijos, de nietos, como el que nosotros hemos sentido siempre, como compañeros o hermanos legionarios…de juramento entre cada dos hombres…

Desde las filas del Tercio “Gran Capitán” 1º de La legión, así como desde la Comandancia General de Melilla, queremos enviar a familiares y amigos y de forma muy particular, a su esposa e hijos, un cariñoso saludo en tan complicados momentos, junto con un fuerte abrazo legionario a nuestro Comandante, el Comandante Ridao, Luis, que ya marcha, a 180 pasos por minuto, hacia un puesto de honor junto a su, nuestro, Protector.

Descanse en Paz.

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