Y entre ellos están, también, los animales en estado de abandono. Muchos hay, demasiados aún, como mucha es la humanidad de gente anónima que, en la medida de sus posibilidades, les atiende en lo básico debido a su situación.
Incomprensible es que por trabas administrativas la proliferación de gatos y perros, singularmente los primeros, se convirtiera en parte del paisaje habitual de nuestras calles y otros espacios sin más esperanza de supervivencia que la compasión y en claro riesgo para la salud de todos, animales y humanos.
Se quiere creer que no ha sido falta de sensibilidad por parte de las instituciones -aunque la voluntad es la que supera los obstáculos- pero dice mucho de la calidad en una sociedad la manera de atender a sus animales. Y se ha perdido mucho tiempo, años de abandono han sido el abono para la proliferación de colonias, sobre todo, felinas que solo recibían la ayuda particular de quienes no aceptaron, aceptan ni aceptaran tal desidia.
El sufrimiento de estos animales, que son de compañía y mascotas en la terminología actual, es nuestro fracaso y es injusto y nocivo que ese sufrimiento, además de la cuestión de salud, haya sido motivo por largo tiempo del embrollo político-administrativo. Se retomaron la firma de convenios, la mejora de infraestructuras y el dictado de las normas. Falta por ver su real efectividad y que algunas de las acciones atención queden como “escenas de galería”. Tampoco puede ser que la atención humanitaria esté sujeta a horarios, podría ser al “vuelva usted mañana” de la administración.
Baste conocer la saturación de la Protectora de Animales, entidades privadas de tal actividad o muchos espacios de la ciudad, por ejemplo Melilla, para entender que el avance ha sido escaso. Parece que ha saltado alguna “orden” de no alimentar a animales en abandono. Inaudito y que seguirá siendo superado por la conciencia y los valores de muchas personas.
La convivencia -y la atención a estos animales es parte de ella- es una conjunción del carácter cívico de los ciudadanos y la gestión de la administración, sin duda, pero cuando por diversos factores la segunda adolece del suficiente engranaje, la primera está y estará siempre como acción supletoria de emergencia y supervivencia no siendo la solución a medio plazo, ni mucho menos al largo.
Son muchas las personas que adoptan a mascotas, pero tan noble acción, por la situación que aún sucede, queda alejada del número de necesidades. Ojalá, quienes gestionan lo público en esta materia, acierten y logren la solución de un problema que forma parte, también, de la humanidad con los más débiles. Débiles que lo dan todo por muy poco, solo cuidados y afecto.
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