Opinión

Historia del sionismo (II)

David Ben Gurion dirigió el movimiento sionista desde mediados de la década de 1920 hasta bien entrada la década de 1960. Nacido como David Gruen en 1886 en Plonsk, Polonia (entonces parte de la Rusia zarista), había llegado a Palestina en 1906, cuando ya era un ferviente sionista. Bajo de estatura, con una mata de cabello blanco peinada hacia atrás e invariablemente vestido con un uniforme caqui, su figura resulta hoy familiar para muchas personas en el mundo entero. Cuando comenzaron las operaciones de limpieza étnica, añadió una pistola a su ropa militar y se puso una kipa para imitar el atuendo de sus unidades de elite. Para entonces tenía aproximadamente sesenta años y estaba aquejado por graves dolores de espalda, pese a lo cual era el líder indiscutible del movimiento sionista. (Extracto del Libro “David Ben Gurion: El Arquitecto” del historiador israelí Ilan Pape).

Ben Gurion había ascendido al poder como líder sindical pero pronto empezó a ocuparse del diseño del Estado Sionista en proceso de construcción. En 1937, cuando los británicos le ofrecieron a la comunidad judía un Estado sobre una porción de Palestina mucho menor de la que ésta tenía en mente, aprobó la propuesta por considerarla un buen comienzo, pese a que aspiraba a una soberanía judía sobre el mayor territorio palestino que fuera posible, y después convenció a la dirección sionista de que aceptara su autoridad suprema como la idea fundamental de que un futuro Estado implicaba una dominación absoluta. La cuestión de cómo lograr un Estado puramente judío fue algo que también se discutió bajo su orientación en 1937. Dos palabras mágicas emergieron entonces: fuerza y oportunidad. El Estado Judío basado en el sionismo solo podría ganarse mediante la fuerza, pero era necesario esperar la llegada del momento histórico oportuno para poder ser capaces de resolver “militarmente” la realidad demográfica sobre el terreno, a saber, la presencia de una población nativa mayoritariamente no judía.

En 1942, Ben Gurion ya apuntaba mucho más alto al reclamar públicamente la totalidad de Palestina en nombre del movimiento sionista. Como en los días de la Declaración Balfour (esta declaración impulso la idea de que el gobierno británico debía darle un claro respaldo al sionismo. Fue en 1917, cuando lord Balfour, el entonces ministro de Relaciones Exteriores Británico, prometió al movimiento sionista un hogar nacional para los judíos en Palestina, él fue quien abrió la puerta al conflicto interminable en el que pronto de hundirían al país y sus gentes), los lideres sionistas consideraban que la promesa de un Estado debía incluir al país en su conjunto. Pero Ben Gurion no solo era el constructor del Estado sino también un colonialista pragmático. Por un lado, era consciente de que proyectos maximalistas como el programa Biltmore, que exigía a voces la totalidad de la Palestina, no serían considerados realistas. Y, por otro, sabía que era evidente que no se podía presionar a Gran Bretaña en un momento en el que estaba dedicada a defenderse de la Alemania nazi en Europa. Por consiguiente, redujo sus ambiciones a lo largo de la Segunda Guerra Mundial.

En los últimos días de agosto de 1946, Ben Gurion reunió a la dirección del movimiento sionista en un hotel de Paris, el Royal Monsue, para que le ayudaran a encontrar una alternativa al plan Biltmore, cuya meta había sido la toma de la totalidad de Palestina. Una “nueva vieja” idea del movimiento sionista resurgió entonces: la partición de Palestina. “Dadnos la independencia, así sea de sólo una pequeña parte del territorio”, pidió Nachum Goldman al gobierno británico en Londres mientras sus colegas en París decidían cual había de ser su siguiente paso, Goldman era el miembro más “manso” de la dirección sionista de aquella época, y su petición de sólo una “pequeña” parte de Palestina no reflejaba las ambiciones de Ben Gurion, que aceptaba la idea, pero no las dimensiones. Su propósito, como dijo a los sionistas reunidos en la capital francesa, era exigir “una porción más grande de Palestina. Como le ocurriría a varias generaciones de lideres israelíes, incluido Ariel Sharon en 2005, Ben Gurion descubrió que tenía que contener a los miembros más extremistas del movimiento a los que dijo que un 80 o 90 por 100 de la Palestina del Mandato era suficiente para crear un Estado viable, siempre que fueran capaces de garantizar el predominio de los judíos sobre todo con los simpatizantes del sionismo. Durante los siguientes sesenta años no cambiarían ni el concepto ni los porcentajes. Unos cuantos meses después, la Agencia Sionista tradujo el “una porción más grande de Palestina” de Ben Gurion en un mapa que distribuyó a todos aquellos relacionados con el futuro de Palestina. Este mapa de 1947 describía un Estado judío que anticipaba casi hasta el último punto el Israel anterior a 1967, esto es, Palestina sin Cisjordania y la Franja de Gaza.

Para poder entender toda esta parte de la historia debemos de saber cuándo se creó realmente el movimiento sionista, porque nace este movimiento y cuál es su motivación e inspiración ideológica.

El sionismo surgió a finales de la década de 1880 en Europa central y oriental como un movimiento de renacimiento nacional, animado por la creciente presión a la que en estas regiones estaban siendo sometidos los judíos, para quienes la única alternativa a la persecución constante era la asimilación total. Para comienzos del siglo XX, la mayoría de los lideres del movimiento sionista vinculaban este renacimiento nacional con la colonización de Palestina. Aunque otros eran más ambivalentes al respecto, en especial el fundador del movimiento, Theodor Herzl, tras la muerte de éste en 1904, la orientación hacia Palestina quedó establecida y se convirtió en el consenso.

Erezt Israel, la Tierra de Israel, el nombre de Palestina en la religión judía, había sido venerada a lo largo de los siglos por generaciones de judíos como un lugar de peregrinación sagrado, nunca como un Estado secular futuro. La tradición y la religión judías enseñaban que los judíos debían esperar la llegada del Mesías prometido al “final de los tiempos”, antes de poder regresar a Erezt Israel como un pueblo soberano, los siervos obedientes de Dios, para la fundación de una teocracia judía (ésta es la razón por la cual varias corrientes ortodoxas y ultraortodoxas no son sionistas, o mejor dicho son anti sionistas). En otras palabras, “el sionismo secularizó y nacionalizó el judaísmo”.

Para realizar su proyecto, los pensadores sionistas reclamaban el territorio bíblico, que recreaban (de hecho, inventaban) como la cuna de su movimiento nacionalista. Desde su punto de vista, Palestina estaba ocupada por “forasteros” y había de ser recuperada. En este contexto se entendía por “forastero” a todo aquel no judío que había vivido en Palestina desde la época del Imperio Romano. De hecho, para muchos sionistas Palestina ni siquiera era un territorio “ocupado” cuando empezaron a trasladarse allí en 1882, sino una tierra “vacía”: los palestinos nativos que vivían en el lugar les resultaban en gran medida invisibles o, en caso contrario, les parecían una dificultad natural más que había que conquistar y eliminar. Nada, ni las rocas ni los palestinos, iba a obstaculizar la “redención” de la tierra que el movimiento sionista codiciaba.

Vamos a acabar este articulo recordando la Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas 47/80 del 16 de diciembre de 1992 en la que rechaza con firmeza las políticas y las ideologías que tienen por fin fomentar la limpieza étnica en cualquier forma.

En el próximo articulo Dios mediante vamos a ver que paso cuando Inglaterra dejo en manos de la ONU la causa Palestina, como el sionismo vio la oportunidad perfecta para dar comienzo con el plan D (Dalet en hebreo) y vamos a analizar punto por punto lo que suponía el plan D (Dalet).

Continuará…..

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