El 9 de diciembre de 1774 el Sultán de Marruecos Sidi Mohamed Ben Abdalah se presentó con un poderoso ejército a las puertas de Melilla y puso sitio a la ciudad. 250 años después, el Centro de Historia y Cultura Militar de Melilla quiere hacerse eco de este importante acontecimiento que ha quedado grabado en el ánimo de los melillenses como una prueba de su valor, sacrificio y capacidad de resistencia.
Todo lo acontecido quedó reflejado en varios diarios, escritos por testigos presenciales del asedio, entre ellos el del capitán venezolano Francisco de Miranda, que luego sería protagonista en las guerras de emancipación de Hispanoamérica, el del ingeniero Juan Caballero y Arigorri, y el del médico cirujano Miguel Fernández de Loaiza.
Al mando de la plaza, en calidad de Comandante General, estaba el mariscal de campo Juan Sherlock, prestigioso general irlandés al servicio de España que había sido enviado previamente por el rey Carlos III para preparar la defensa al conocerse las noticias del inminente asedio.
El 10 de diciembre una comitiva marroquí con bandera de paz se presenta ante la plaza pidiendo la rendición. El gobernador Carrión de Andrade, en nombre del mariscal Sherlock, le contesta “que era fiel vasallo y tenía la plaza jurada, la que defendería hasta derramar la última gota de sangre, y para ello estaba bien provista de municiones de boca y guerra, y con suficiente guarnición dispuesta a defenderla con el mayor valor hasta escarmentar su orgullo”.
La población de Melilla tuvo que soportar 100 días de asedio en durísimas condiciones. Su guarnición estaba compuesta por apenas 800 hombres y los temporales de Levante impidieron la llegada de refuerzos hasta el día 29 de diciembre.
Desde el primer momento, la plaza sufre un incesante bombardeo artillero desde las distintas baterías que el Sultán establece en los alrededores, obligando a la población a refugiarse en el interior de las cuevas del Conventico. Los sitiadores ocupan las trincheras circundantes, y construyen otras nuevas para acercarse a las murallas, desde las que hostigan permanentemente a los españoles; pero sus mayores esfuerzos se concentran contra los fuertes del Cuarto Recinto, utilizando especialmente la guerra de minas, con la intención de volar sus muros mediante explosivos a través de galerías subterráneas.
Por algunos momentos la situación se consideró realmente crítica; se temía que la ciudad no pudiera resistir y cayera en manos del enemigo. Una escuadra de la Armada, al mando de Francisco Hidalgo de Cisneros, fue enviada a Melilla para reforzar su defensa y garantizar, en caso necesario, la evacuación de sus habitantes.
Sin embargo, conforme mejoran las condiciones meteorológicas, la guarnición se refuerza con la llegada de numerosas unidades, hasta un total de seis Regimientos de Infantería, un buen número de modernos cañones de bronce, y gran cantidad de víveres, con lo que la balanza se inclina definitivamente a favor de los defensores, poniendo de manifiesto el interés de la Corona por conservar la soberanía territorial de España.
Entre las tropas de refuerzo llegaron también numerosos desterrados, que se empleaban en las obras de fortificación. Los de mejor conducta podían alistarse en las Compañías Fijas y conseguir una reducción de condena por méritos de guerra; por ello, estas unidades eran empleadas en las acciones de mayor riesgo.
Con el aumento de tropas ya se podían realizar incluso salidas ofensivas sobre las posiciones enemigas. Este fue el caso de una famosa acción protagonizada por el cabo Alonso Martín junto con 12 desterrados que, con gran arrojo y valentía, consiguieron destruir varias trincheras y galerías de minas muy próximas a la ciudad. Por su heroica actuación, el cabo fue ascendido a Sargento y los desterrados fueron indultados.
Conforme pasan los días se hace más evidente que las fortificaciones de la ciudad resultan inexpugnables para los sitiadores y que la voluntad de los defensores sigue inquebrantable. Francisco de Miranda, el 10 de febrero de 1775, escribe en su diario: “No puede darse guarnición más bien provista de pertrechos, municiones, etc., que se halla la nuestra en el día; con todos sus almacenes llenos; más de 120 quintales de pólvora bajo de tierra en cerca hornillos que ay cargadas fogatas, bombas, y todos sus fuertes y baterías provistas de cuanto es necesario para una gloriosa defensa”.
Mientras, en el campo vecino, cunde el pesimismo; algunos confidentes de los que dispone la plaza lo confirman. Poco a poco la moral de los marroquíes se va desmoronando hasta el punto de que el 16 de marzo de 1775 el Sultán decide levantar el sitio, dejando una bandera blanca en el cerro de la Horca.
En el libro parroquial de la iglesia de la Purísima Concepción de Melilla se escribe la siguiente nota: “Comenzó el Sitio del Emperador de Marruecos contra esta plaza de Melilla el día 9 de diciembre de 1774 y lebanto dicho sitio aviendo tirado más de 9.000 bombas y 5.000 cañonazos el día 16 de marzo de 1775 quedando la plaza Vencedora”.
Tres días después, el 19 de marzo, los últimos sitiadores abandonan el campo exterior y se alejan definitivamente hacia el sur, a través del camino que lleva al Atalayón, quedando los alrededores en la más absoluta calma. Con ello se da por finalizado oficialmente el Sitio de 1774-1775, conocido como “el Sitio de los Cien Días”, con un balance estimado de bajas melillenses de 110 fallecidos y 500 heridos.
Por Real Orden de 28 de marzo de 1775 el rey Carlos III felicita al mariscal Sherlock y a sus hombres: “Quiere el Rey que V. E., en su real nombre, dé las gracias muy particularmente a esa guarnición por el esmero en que se ha portado en la obstinada defensa de esa plaza, contra las armas del Rey de Marruecos y la gloria que de su constancia y fidelidad resulta a la Nación y a sus reales armas”.
En los años sucesivos se mantuvo la tranquilidad, y volvieron las buenas relaciones entre los melillenses y los habitantes de las cabilas vecinas.
En conmemoración del levantamiento del sitio, todos los años, el día 19 de marzo, los melillenses celebran un sencillo acto de recuerdo y agradecimiento a los defensores, y a todos los que dieron su vida, para que hoy la ciudad siga siendo española.
A la Redacción del Faro:
Esta artículo dedicárselo a vuestro "colaborador" el guía Florensa en su afán de enaltecer a las Fuerzas y Reales Majestades Marroquís...
Va por usted querido