Este fin de semana, un lector de El Faro cuestionaba que realmente la ciudad esté atravesando una situación delicada y que los melillenses se estén apretando el cinturón. Dice que ve la terrazas de los bares llenas a toda hora. No le falta razón, están animadas y de eso podrán dar cuenta su vecinos mejor que nosotros, pero habría que preguntar a los hosteleros si la ocupación de las mesas se nota en la caja registradora del local.
No es posible que no se resienta el consumo con una inflación media en España del 7,3% en el último año y los tipos de interés que afectan a la mayoría de hipotecas de este país en el 2%. Pero hay que tener en cuenta que venimos de dos años de confinamiento. La gente necesita la calle, el aire, un café, conversar, quedar, hablar, compartir y, además, quien tiene paciencia para aguantar entre dos y cuatro horas de cola en la frontera, se va a Marruecos.
Del otro lado de la frontera han aprovechado los dos años de pandemia para terminar las obras de las carreteras que llevaban años en stand by y para iluminar el paseo de Nador con unas luces led azules que ya querríamos para Melilla. Mal que nos pese, hay que reconocer que nos han adelantado por la derecha hasta en la limpieza de las calles. Allí se notan cambios. Aquí no.
Volviendo a la subida de los precios, quienes sí la notan son los melillenses que no solo no pueden irse de tapas sino que, además, tienen que acudir al Banco de Alimento o a Cáritas. Ambas instituciones están desbordadas porque no solo acuden las personas en riesgo de exclusión o perfiles vulnerables sino también familias de clase media que tienen que elegir entre pagar el alquiler o comprar comida.
No se trata de que cada uno cuente la feria según le va, sino de que, como todos sabemos, hay una Melilla funcionaria con sueldos y horarios fijos que está mejor preparada para hacer frente al alza de los precios porque ha recortado, por ejemplo, en viajes a la península. Ahora se queda en la ciudad y consume. Se deja aquí, lo que antes se dejaba del otro lado.
Pero esa no es la única Melilla que existe. Hay muchas melillas que malviven de Planes de Empleo y ayudas sociales; que no llegan a fin de mes y que no saben ni siquiera lo que van a comer mañana. Esas melillas no llenan las terrazas de los bares sino, con suerte, la frontera de Beni Enzar.
Marruecos, a pesar de los controles, es una válvula de escape para muchas familias melillenses que compran allí productos básicos como pan, patatas o toallitas de bebé más baratas que en la ciudad.
¿Es competencia desleal? Depende de cómo se mire. Llevamos esperando desde 2017 a que salga adelante la subvención al transporte de mercancías con origen y destino Melilla porque estamos convencidos de que se notará en lo que paguemos por un producto adquirido en la ciudad.
No tenemos IVA, pero hoy eso no lo notamos los ciudadanos porque los precios con IPSI son básicamente los mismos que los de la península pese a que la oferta, salvo excepciones, es bastante limitada en comparación, claro está con Málaga, Madrid o Sevilla, ciudades con las que tenemos vuelos directos.
Un transporte de mercancías más económico, permitirá a los empresarios de la ciudad, especialmente a los comerciantes, ser más competitivos. Pero de eso no ha vuelto a hablarse. Sale más rentable y hasta creíble culpar a Marruecos de quitarnos clientela pese a que somos nosotros quienes no dejamos entrar a los turistas marroquíes para que consuman en la ciudad, como hacían antes.
Es cierto que hasta que no se modifique la ley de asilo no podemos hacerlo, pero eso era un proyecto que iba a acometerse con urgencia en febrero de este año y no ha vuelto a hablarse del tema. En estos momentos no es una prioridad.
Es cierto que no podemos competir en precios con Marruecos. Tenemos que competir en calidad y seguridad sanitaria y jurídica. Pero si nuestros precios bajan con la subvención al transporte de mercancías, podemos no solo atraer a los turistas marroquíes de alto poder adquisitivo que ahora se van de compras a la Costa del Sol sino, además, a consumidores de la península si consiguen bonos turísticos o si finalmente se consiguen regular los precios disparatados para los no residentes.
Hay que buscar la manera de hacer atractiva Melilla, pero no con promesas peregrinas sino con actos. El camino se demuestra andando. Llevamos cinco años a la espera de la subvención al transporte de mercancías y el único compromiso que tiene el Gobierno con Melilla es el de subvencionar el transporte de mercancías peligrosas y los residuos. Es buenísimo para el medio ambiente, pero no va a bajar los precios.
Eso no quiere decir que renunciamos a esa ayuda. Todo lo contrario, la queremos pero, sobre todo, necesitamos que las medidas que se tomen en estos momentos se noten cuanto antes en el bolsillo de los ciudadanos. Hay una Melilla que no puede aguantar por tiempo indefinido con la cuerda al cuello.
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