Feijóo y Puigdemont se parecen más de lo que pretenden representar. El primero, lleva un año tratando de deslegitimar a un Gobierno que salió de la mayoría parlamentaria que votaron los españoles. Y, el segundo, repite la estrategia intentando deslegitimar lo que los catalanes decidieron en las urnas el pasado mes de mayo.
Nuestro orden constitucional no deja ni el más mínimo atisbo en cuanto a reglas del juego democrático se refiere. Por mucho que se quieran retorcer las instituciones lo que sale las urnas es matemáticamente lo que decide la conformación de parlamentos y ejecutivos en nuestro país, en todo el país.
¿No será entonces que el problema está en que la derecha española, en la que incluyo la catalana, no es capaz de asumir resultados electorales si no les son favorables? Ningún partido político los ha impugnado, puesto en entredicho o vaciado de legitimidad elección. Nuestro sistema electoral es robusto y capaz de autorregular sus fallas en cada proceso, porque cumple con las garantías y los estándares democráticos que se esperan de un país y una sociedad avanzada que forma parte de la Unión Europea. No sería posible formar parte si no fuera así.
Mucho se ha hablado de las herencias políticas de nuestra derecha que, a diferencia a la europea, se suma al carro democrático de su entorno con 40 años de retraso. No olvidemos que la izquierda de este país básicamente la conforman los mismos partidos políticos y fuerzas sociales que consiguieron resistir en clandestinidad la represión de la dictadura franquista, entre 1939 y 1977. La mayoría de sus direcciones exiliadas en esos países europeos que representaban la brújula de democrática para nuestro futuro político. Como así fue durante la transición democrática y definitivamente con nuestra entrada en la Comunidad Europea.
Pero la derecha española tuvo que transicionar al actual Partido Popular desde una Alianza Popular fundada por ex ministros franquistas que fue capaz de absorber al centro derecha y conseguir la mayoría parlamentaria para gobernar casi dos décadas después de ser España una democracia.
Con la derecha catalana pasó más de lo mismo, pero en clave nacionalista. La izquierda catalana, PSC, ERC y PSUC (actual En Comú Podem), consiguieron sobrevivir a la fuerte represión y el exilio franquista para retornar en democracia como partidos de referencia del especio progresista hasta la fecha.
La derecha catalana se constituye 1978, ya en democracia, fruto de la federación de dos partidos políticos de ideología nacionalista catalana, Convergencia Democrática de Cataluña, de centroderecha, y Unión Democrática de Cataluña, de ideología democristiana, estando en la cabeza del Gobierno de Cataluña entre 1980 y 2003, y desde 2010 hasta 2015, año en que desaparece la coalición conocida como CiU.
En 2018 la coalición fue condenada por financiación ilegal. En ese año nace Junts como formación de ideología liberal-conservadora e independentista catalana, que propugna abiertamente la confrontación con España para alcanzar la independencia de Cataluña.
Puigdemont, primero prometió que abandonaría la primera línea política si no era investido Presidente de Cataluña. Tras perder las elecciones, ha pretendido que la mayoría progresista salida de las urnas no fraguara intentando hasta el último momento torpedear el único pacto que suma mayoría en el Parlamento catalán. Les suena esta cantinela, ¿verdad?, tan parecida a la malograda investidura de su alter ego político español, Feijóo.
El líder independentista amenaza con volver y presentar su investidura, aunque sabe que no le dan los números parlamentarios para conseguirlo. Pero espera poder escenificar una detención en nuevo giro de guión que le sitúe en el centro de la vida política catalana. Justo lo que no le han permitido las urnas que, como a Feijóo, le han puesto en la oposición.
El pueblo español y el catalán, en su inmensa sabiduría, ya decidieron que quieren un futuro de convivencia y prosperidad, y no de confrontación y falsos salvapatrias. Hasta nunca, Feijóo y Puigdemont.
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