Se podría escribir no ya un libro, sino una enciclopedia, con la vida de Manuel Gómez (Melilla, 1931), más conocido por su segundo apellido (Bonilla). Este jueves cumplió 93 años.
El más pequeño de seis hermanos –cuatro varones y dos mujeres-, lamentablemente su infancia coincidió con la guerra civil y la posguerra, con toda aquella carestía. Por si fuera poco, se quedó huérfano de muy pequeño, por lo que no se puede decir precisamente que guarde un buen recuerdo de la época.
No le quedó otra que buscarse la vida vendiendo tabaco a la salida de las películas de los cines Nacional y Monumental, a veces hasta la una de la madrugada, cuando la entrada costaba tres perras chicas. Una vez incluso vio una. También vendía ropa, si se daba el caso. O iba al Monte María Cristina a recoger piedra asperón, que liaba en un papel con cuerda comprada en la ferretería Cabanillas. O compraba esparto, que luego usaba como estropajo para vender en paquetes por una perra gorda. Por fortuna, tenía la ayuda de sus hermanos. Uno de ellos, Paco, regentó el bar Bonilla.
Manuel vivió en varios lugares, pero de más pequeño en la Barraca San Francisco, por lo que también conoce muy bien el ambiente del mercado antiguamente y la fuente del Bombillo, donde había revolucionarios. Cosas de la guerra civil, que le obligó a emigrar a Holanda –aunque antes hizo la mili- a Holanda, donde estuvo un año y medio trabajando en un puerto ayudando a la carga y descarga de mercancía. En las canarias, realizó sus pinitos como boxeador. Se entrenaba en un lugar cercano a la gasolinera de Pinoris.
Ya en Melilla, formó parte de una peña flamenca, la primera que existió en la ciudad autónoma y que se encontraba muy próxima a la frontera. En la buena época de la pesca, se enroló en una embarcación que llamaban ‘Treiña’ donde capturó miles de sardinas, jureles y boquerones. En la ‘Vaca’ pescaba gambas, pescadillas, salmonetes y pelúas.
Muchas noches se pasó en el mar, pues salían a pesar por la tarde y regresaban de madrugada a vender las cajas de pescado a los comerciantes en el mercado, en la actual zona del Rastro. Esto tenía una pega, y es que, si por cualquier motivo no podían salir a pescar, no cobraban.
Hay algo que quizás poca gente sepa y es que el barco de colores junto a la Plaza de las Culturas es un homenaje a aquellos últimos barcos de pesca.
Casado en la década de los 50, con 22 años, tuvo dos hijos y dos hijas. En los años 60, trabajó en el puerto descargando de todo: desde butano procedente de las Canarias hasta harina. Sin duda, es una etapa que recuerda con cariño, pero se vio obligado a jubilarse a causa de la dureza del trabajo, que acabaron afectándole al pulmón y a los bronquios. No era tarea sencilla descargar plomo o cemento o cualquier otra cosa que viniera a Melilla.
En todo caso, le dio tiempo a fundar, en los años 70, el primer equipo de futbol de trabajadores portuarios, que vestía con una equipación de la antigua Caja de Ronda. El primer trofeo, jamás lo olvidará, se jugó en el campo del Tesorillo.
Lo que se puede dar por seguro es que Manuel ha disfrutado al máximo en su vida, y especialmente con sus hijos y con su esposa, Presentación, fallecida en 2016. Siempre le han gustado mucho el boxeo, el fútbol, el dominó y los juegos de mesa y fue asiduo y gran campeón de los torneos del Centro Hijos de Melilla y en otros lugares, como la asociación Amistad. De entre todos sus amigos, recuerda con especial afecto a ‘El Paíto’, que también murió.
Su imagen de la Melilla antigua es la de un lugar donde uno podía pasear tranquilamente hasta las cuatro o las cinco de la mañana y donde todo el mundo era hermano entre sí, independientemente de la religión que profesase. Hoy en día su vida transcurre plácidamente en el barrio de Corea junto a su familia y amigos, quienes, por cierto, le tienen preparada una fiesta este domingo por su reciente cumpleaños.
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