Hce 25 años Melilla inició su propia transición democrática. Lo hizo para desembarazarse por siempre de muchas de las más graves amenazas que la atenazaban: La peor, no ya su fosilización como ciudad pétrea, heredera de un franquismo que se resistía a dejar su extremo halo militar sobre el total de la ciudad; lo más grave residía en el grueso muro que separaba a su población y que marginaba en la mayor de las inseguridades imaginables en un Estado de Derecho a un tercio largo de los melillenses.
Hoy se cumple el XXV aniversario del movimiento por los derechos civiles, jurídicos y políticos básicamente, de los musulmanes melillenses o si lo prefieren de los hispanobereberes que poblaban nuestra tierra pero que el Gobierno socialista de Felipe González no supo ver como tales. Tampoco le ayudó a verlo su partido en Melilla, ni ninguna de las fuerzas políticas o sindicales de nuestra ciudad, salvo el honroso caso de Comisiones Obreras. Melilla se enfrentó a sus peores temores, a sus tabúes a flor de piel y puso sobre la mesa todos sus miedos. En la balanza, el terror al quintacolumnismo, a la manoseada marcha de la tortuga que acabara en la marroquinización de la ciudad. En el otro lado del fiel, el derecho de unos melillenses a no ser tratados como extranjeros en su propia tierra, a enterrar para siempre esa ‘chapa de perro’ o tarjeta de estadística que no les daba ninguna garantía como ciudadanos y que permitía incluso que pudieran ser expulsados indiscriminadamente de esta ciudad, aunque Marruecos no tuviera más relación con ellos que ser la tierra de sus padres y sus abuelos en muchos casos.
‘El País Semanal’ publicaba ayer un extenso reportaje al respecto con varias imprecisiones y algunas exageraciones. No es verdad, por ejemplo, que en el 85 sólo mil melillenses de origen amazigh tuvieran la nacionalidad española, aunque sí es cierto que el número ni siquiera alcanzaba a los tres mil. Tampoco lo es que hoy en día los matrimonios mixtos sean muy escasos, representan ya un 8% y la cifra ha ido creciendo en lo que se promete una evolución acorde con la actual realidad de la ciudad.
Tampoco es cierto que Aomar Mohamedi Dudú, el líder de aquel movimiento del entonces llamado colectivo musulmán, fuera hace 25 años el único melillense hispanobereber con una licenciatura o que desde su exilio en Marruecos a partir de febrero del 87 no haya vuelto a esta ciudad. En el 99, no sólo volvió coincidiendo con las elecciones autonómicas de aquel año; apoyó y dio su imagen abiertamente al PSDM, partido en el que se integró activamente como candidata su mujer.
‘El País’ fue, no obstante, un periódico crucial para el inicio de ese movimiento, mediante la publicación de un artículo, ‘Legalizar Melilla’, que posiblemente no habría tenido cabida en la prensa local del momento y que no hubiera contado tampoco con el eco que consiguió de no haberse publicado en un medio nacional. Decía Dudú en ese artículo, como ayer recordaba en su reportaje del semanal el citado Diario, que “sería beneficioso para Melilla y para España que se abriera un debate nacional sobre el presente y el futuro de nuestra ciudad; sin pudor y sin condenas. Es la única forma de que en Melilla empiece a configurarse una estructura social, económica, jurídica, política y urbana propia de una ciudad española normal, con los problemas de una ciudad normal, regida por las leyes que se aplican en el resto de España".
La opinión de Dudú, tan sensata y comedida, provocó no obstante todos los recelos en una sociedad excesivamente temerosa y dominada históricamente por ‘el miedo al moro’, el mismo que le servía para hacer todo tipo de tareas de menor calado social, con el que convivía si tenía dinero del que beneficiarse, y al que respetaba incluso cuando Don Dinero se cruzaba de por medio.
En una mezcla de clasismo y racismo, Melilla empezó hace ya un cuarto de siglo a sacudirse a la fuerza sus pecados del pasado y comenzó a enfrentar un futuro que sólo podía ser más justo si nuestros vecinos, como mínimo, empezaban a tener los mismos derechos formales que los melillenses sociológicamente llamados cristianos.
25 años después, como la canción de Gardel, la vida nos demuestra que pasa muy deprisa pero que hemos sido capaces de avanzar mucho, aunque las amenazas siguen siendo también muy graves, si no ponemos remedio al alto índice de paro, falta de cualificación laboral y fracaso escolar que incide sobre todo en la población hispanobereber de Melilla.
Hace menos de un mes comprobamos con que facilidad un conflicto social se convierte en un asunto de dimensión internacional por nuestra situación geográfica y los intereses políticos que se ceban sobre nuestra tierra. Hoy publico una entrevista con el presidente de la Ciudad que no guarda relación con este histórico aniversario, pero que insiste en algo que comparto: la necesidad de desplegar una política de Estado que nos ayude a superar nuestros déficits históricos y nuestro menor desarrollo económico.
Sólo me queda felicitar a cuantos hicieron posible ese movimiento, a los que participaron de forma anónima y a los que lo dirigieron y también a esos pocos melillenses, cristianos sociológicamente aunque no de fe religiosa en muchos casos, que no dudaron en apoyar lo que resultaba justo, porque justo era no tratar como extranjeros a quienes sólo eran melillenses y por tanto españoles.