El Cristo del Gran Poder, el Betis (‘güeno’) y Curro Romero son sus tres iconos indefectibles. Pasan los años y, como él, como Antonio Gutiérrez Molina, son los mismos, por mucho que le emocione el Cautivo, por muchas copas que gane el Barça y por mucho que se arrime al toro José Tomás. Sus signos de identidad, como su propia familia, son permanentes y secularmente idolatrados. El es el diputado nacional del Partido Popular por Melilla. ¿Quién no lo sabía?. ¿Volverá a presentarse el 20 de mayo a las Elecciones Generales. Sólo él lo sabe pero no dirá ni pío hasta que el partido la píe. Es hombre de disciplinas y procedimientos, poca improvisación suele ofrecer.
Pero tiene claro lo que muchos diputados –representantes políticos en general- olvidan: dar cuentas de su gestión. Gutiérrez Molina no emprende iniciativa alguna parlamentaria que, luego, no tenga su eco en los medios de comunicación. La experiencia y su propia actitud personal –acaso el ser profesional de la Medicina tenga algo que ver- le ponen permanentemente al servicio de los demás. A veces se puede contentar al respetable y otras, poco o nada. Es que la gente, a veces, pide la Luna y un poco de Saturno. Nadie puede decir que Molina no haya invertido en charlas con cualquiera y con cualquier fin honesto.
“Soy dueño de mis silencios y esclavo de mis palabras”, suele decir el diputado; por ello sus manifestaciones son esperadas aunque no por ello menos demandadas ya que hablamos de quien ha sido todo en el PP de Melilla y ha sabido acomodarse a las contingencias que presiden el día a día de cualquier formación política. Algunos pasan, otros se quedan arrumbados en el camino pero decir Gutiérrez Molina es decir afiliado fiel, veterano y con experiencia.
En su calidad de presidente de la Plaza de Toros de Melilla hace gala de decisiones ajustadas a la aplicación del Reglamento Taurino aunque no exentas no exentas de cierta flexibilidad. Conoce como nadie a los tendidos de La Mezquita del Toreo y no será él quien fomente un desorden público. A veces pone cara de circunstancias a la hora de conceder un segundo trofeo pero, amigo, entiende muy bien lo que tiene debajo del palco presidencial. Otras veces, saca los dos pañuelos blancos correspondientes a dos orejas antes de que nadie tenga la osadía de insistir y lo hace porque lo cree justo.
La justicia, amigo. Es una condición difícilmente aplicable en cualquier terreno pero su autocontrol le suele permitir ser justo en cualquier situación que pone a cualquier cristiano de los nervios. Por eso es referencia –y no sólo política- para quienes debutan en la vida pública con el norte un tanto perdido. Digamos que ejerce varios magisterios este diputado: el familiar, el político y el más difícil, el de la bonhomía.
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