Opinión

Gratitud y esperanza

Cuando bebas lágrimas, recuerda los motivos. El mundo tiene que volver a ser una familia, un hogar de luz y certeza, cuya ciudadanía debe comprometerse públicamente en aunar esfuerzos, para poder ofrecer el futuro que queremos. Hoy en día, la urgencia de que todos los pueblos se adhieran, para cumplir la promesa de las Naciones Unidas, nunca ha sido mayor. Tenemos que entroncarnos para que pueda germinar el árbol viviente. Por desgracia, caminamos desorientados, entregados a nuestra egolatría posesiva. Hemos olvidado nuestras raíces comunitarias, hasta el extremo de que lo que era el núcleo de la sociedad, la unidad armónica doméstica, se ha corrompido en mil batallas inútiles y absurdas. Despertemos, pues, para salir cuanto antes de esta concepción individualista y relativista que no entiende de nexos y que tampoco comprende la vida social, con su búsqueda de valores y dimensiones de trascendencia. Por consiguiente, será buena enmienda, comenzar por mostrar reconocimiento hacia todo, sin obviar a nadie, que las mejores flores suelen reverdecer en la tierra buena de los humildes, jamás en las alturas.

El tiempo hace estragos, cuando el lenguaje de la indiferencia nos gobierna y el corazón no se revela. Ciertamente, el momento nos llama a la unidad global; y, al igual, que no existe ninguna otra organización mundial con la legitimidad, el poder de convocatoria y el impacto normativo de las Naciones Unidas, también se requiere de otras condiciones para que la familia tenga continuidad digna, con legislaciones vinculantes congruentes a su auténtica identidad; mediante políticas fiscales justas, decencia en lo laboral y viviendas decorosas. La baja natalidad es la peor pobreza de una sociedad. En consecuencia, tenemos que volver a encandilarnos y a tomar la gratitud como lenguaje y la gratuidad como servicio. Quizás todo nuestro descontento, por aquello de lo que no tenemos, proceda de nuestra falta de correspondencia por lo que poseemos. Necesitamos el anhelo solidario, sobre todo con las familias desunidas y rotas, cuyos miembros sufren con frecuencia la falta de confianza y apoyo. Desdichado de aquel que no tiene donde acogerse ni recogerse, normalmente malvive en el desamor y en la intemperie.

La vida no es fácil para nadie, tenemos que empezar a valorarla cada día, sabiendo que cada instante es un arco iris que esconde el negro, pero también un horizonte inmenso lleno de posibilidades. En cualquier caso, únicamente aquellos que el destino ha golpeado, conocen lo que significa la cultura del abrazo sincero en los momentos de dificultades; ya que sólo ellos saben amar y ser amados como se debe amar: con agradecimiento y esperanza. De ahí la importancia de las resoluciones jurídico-sociales de los conflictos familiares, mediante la mediación por parte de especialistas; éstas, no han de ser una mera facilitación de la desunión, sino una legítima orientación, dirigida a rehacer el entramado hogareño y a recuperar una convivencia estable y respetuosa. Potenciar, por consiguiente, el asociacionismo casero, social y humanitario en sus variadas formas, para que sean las familias mismas quienes adquieran el protagonismo y la iniciativa en la construcción de una sociedad realmente humana, lo considero prioritario, puesto que la genealogía es promesa de plenitud humana y gestación de porvenir.

De igual modo, resulta gratificante observar como una Organización del mundo con carácter verdaderamente universal, la ONU, junto con sus organismos especializados, también participen en una amplia gama de actividades para mejorar la existencia de la ciudadanía, como el socorro en casos de desastres, la apuesta educativa y el acceso en igualdad a la salud y al empleo, el desarme o la lucha contra el terrorismo, comenzando por activar la seguridad de la infancia y la juventud en la red o el constante tránsito de personas, sin obviar el vínculo entre el ser humano y el medio ambiente que debe preservarse. Indudablemente, las pasadas corrientes ideológicas se han descubierto ineficaces para dar respuesta a los interrogantes más profundos, lo que se requiere una cultura renovada antes que el desencanto nos triture como seres pensantes. Sin duda, requerimos centros que nos activen la sabiduría, no el mero conocimiento y poco más; que busquen no sólo informar, sino formar; no sólo tener más, sino ser mejor. Desde luego, nunca será tarde para rehacerse y renacerse, si en el empeño ponemos coraje y expectativa.

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