El Partido Popular ha puesto en un brete al equipo de Gobierno de CpM, Cs y PSOE, que se ha negado a sacar adelante una declaración conjunta, que condene las palabras del primer ministro marroquí, Saadeddine El Othmani, cuando en diciembre pasado dijo que Ceuta y Melilla son tan marroquíes como el Sáhara.
Tras aquellas declaraciones subidísimas de tono, el Gobierno de España, a través de la secretaria de Estado de Exteriores, Cristina Gallach, convocó de urgencia a la embajadora de Rabat en Madrid, Karima Benyaich, para que explicara (si es que eso es posible), a qué se debía el gesto, sin dudas beligerante, de Marruecos.
Como cabía esperar, el Partido Popular de Melilla quiso arrancar la declaración conjunta de la Asamblea a sabiendas de que iba a arar en el desierto. Tampoco pedía nada fuera de lo normal. Sólo buscaba que cada uno se retratara con respecto a la defensa de la españolidad de Melilla. Por increíble que parezca, no lo consiguió. Ni siquiera de Cs, que es un partido que tiene por bandera en el resto del país el constitucionalismo y la defensa de la integridad de España, apoyó la propuesta.
Como jugada política es de 10. Estoy segura de que los populares sabían que no iban a conseguirlo, pero con su propuesta obligaron a cada uno de los socios del tripartito a retratarse en un renuncio tan difícil de explicar.
¿Por qué lo hizo el tripartito? ¿Por prudencia desmedida? ¿Porque lo propone el PP? ¿O porque apoyan las palabras del primer ministro marroquí? Mal vamos cuando ni siquiera somos capaces de controlar el relato en el plano de lo simbólico.
En esto, tengo que reconocer que el PP ha estado ágil y de seguir por este camino, hace suya una bandera que se presupone en manos de Vox, cuya reivindicación de España en todas partes se hace mucho más visible allí donde la españolidad está amenazada. Y no os quepa la menor duda: aquí lo está. No lo digo yo. Lo dijo Saadeddine El Othmani en diciembre pasado.
Mire, lo menos que se le pide a los políticos de esta tierra es que preserven nuestra españolidad. No voy a apelar, ni siquiera, a los 521 años de historia común en el Reino de España. Voy a bajar al barro: señores, porque en este país se vive bien. Porque en libertad se vive infinitamente mejor que en regímenes autoritarios. La libertad, no os quepan dudas, es la apuesta más segura que podemos hacer.
Mal vamos si a estas alturas nos andamos con melindres. Sabemos que la confrontación no es la solución, pero señores, cuando nos meten el dedo en el ojo, qué menos que reconocer que nos molesta.
Intuimos que Marruecos quiere y busca la guerra. No es una metáfora. Es literal. Por eso no para de rearmarse, de anunciar con bombo y platillos la compra de armamentos e incluso de exigir a España, en tono desafiante, un mejor trato para los niños que nunca le han preocupado en su territorio.
También sabemos que nuestros diplomáticos hacen virguerías para huir de los charcos que se nos cruzan en el camino y de los que nos monta Marruecos. Porque cuando Rabat no ve uno al alcance de nuestras piernas, se encarga de lanzar un cubo de agua al barro para que se monte el chapoteo.
Es comprensible que el Gobierno de España rehúya del conflicto, pero dígame usted por qué rehúye una autonomía con rango de ayuntamiento. Ya lo he dicho, es difícil de justificar. Aquí el dilema es existencial: somos o no somos.
Y si nuestros políticos creen que no somos, sobran. Aquí hay conceptos que hay que tener muy claros. O se es español o se es separatista, anexionista o antiespañol, no caben las medias tintas. No se puede ser español a veces o sólo a la hora de viajar con un pasaporte que es de los que más puertas abre en el mundo.
Me pregunto qué quiere el tripartito; qué discurso pretende enarbolar; qué entiende por defender la españolidad. ¿Están todos sus miembros a gusto dentro de España? Pues si lo están, que se note.
El PP ha encontrado por fin, un filón a explotar. Los ciudadanos necesitamos que nuestros políticos se retraten. Podrán decir lo que quieran pero hechos son amores. Y si no lo hacen por voluntad propia sino empujados por la oposición, miel sobre hojuelas porque para eso está la oposición: para oponerse.
Hoy corren tiempos difíciles para Melilla. A los problemas económicos, sumamos también los de identidad. No tenemos bailes típicos, ni artesanía propia; ni una marca de cerveza que nos identifique. Nos sacas del cortadillo y nos dejas en bragas. Por eso es tan importante defender las líneas rojas. Saltárselas es una irresponsabilidad.
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