Opinión

El G7 redobla su apoyo a Ucrania y presagia el callejón sin salida a Rusia

El foro político intergubernamental conocido como ‘G7’ conformado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido, emitió un ultimátum a Rusia que no deja un mínimo atisbo para una salida diplomática. Indicaba literalmente la declaración: “Instamos a Rusia a poner fin a su agresión en curso y a retirar de forma inmediata, completa e incondicional sus tropas y equipos militares de todo el territorio internacionalmente reconocido de Ucrania”.

Así, los miembros del G7 expresaron la rendición incondicional de Moscú, comprendida la evacuación de Crimea y la Base Naval de Sebastopol, de enorme trascendencia estratégica, como menester previo para cualquier negociación de paz. No facilitaremos concesiones, como garantías de seguridad para Moscú o el abandono al acogimiento de Ucrania en la OTAN. En su lugar, el comunicado ofrecía “proporcionar el apoyo financiero, humanitario, militar y diplomático que Ucrania necesite durante el tiempo que sea necesario”. En otras palabras, hasta la derrota militar de Rusia.

La determinación de proveer a Ucrania con cazas F16 con indudable capacidad nuclear se origina en este entorno. Y es que, los ‘Fighting Falcon’, es un caza polivalente monomotor capacitado para trasladar la guerra hasta lo más recóndito del espacio ruso. Por ende, es ineludible otra escalada militar que involucre a las tropas de la Alianza Atlántica en los acometimientos y apremie con prender el Viejo Continente. De esta manera, los líderes del G7 no se han limitado exclusivamente a requerir la retirada de Rusia, al mismo tiempo ambicionan impulsar un cambio de régimen en Moscú y desvalijar económica y financieramente al país.

Además, dispusieron aplicar nuevas sanciones a Rusia y asegurar que ésta costee a largo plazo la reconstrucción de Ucrania y que sus cabecillas sean conducidos ante la justicia ‘por crímenes de guerra y otras atrocidades’.

Es indiscutible que la dirección de Vladímir Putin (1952-70 años) no puede verificar esta advertencia sin antes rubricar su propia sentencia de muerte. Es un aviso cuya intención es proseguir la guerra hasta que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) alcance su propósito: la institución de un régimen títere en Moscú y el cataclismo de la Federación de Rusia. No es incoherente auspiciar, que el G7 está admitiendo seriamente el riesgo de una posible escalada nuclear.

Sin duda, se constatan antecedentes históricos de este tipo de requerimientos inadmisibles. El más memorable es el que atañe al que Austria-Hungría emitió a Serbia en 1914, después de que un nacionalista serbo-bosnio matara al heredero austriaco al trono de Sarajevo. Ante todo, Austria deseaba el conflicto bélico y contaba con el respaldo de Alemania. De hecho, se valió de la réplica evasiva de Serbia para detonar los primeros chispazos de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

Lo cierto es, que en principio las potencias hegemónicas del momento no se dejaron llevar hacia la guerra, como sostienen varios analistas. Pretendían la guerra, o al menos, la consintieron con conformidad. Los dictámenes políticos, incluso las pugnas y los muchos complots, cuya fatal encrucijada llevaron definitivamente al mayor baño de sangre de la humanidad, fueron el énfasis grandilocuente de intereses de clase que no consentían una salida paulatina al trance del capitalismo.

Las cuatro décadas preliminares al conflicto bélico estuvieron punteadas por un descomunal desarrollo de las fuerzas concéntricas que despedazó el marco del Estado-nación. Y, por si fuese poco, los actores industriales emergentes de Estados Unidos y Alemania estaban ansiosos de mercados, materias primas y todo tipo de medios de inversión que contrastaban sus contrincantes Francia y Gran Bretaña.

El sistema capitalista, encadenado a la propiedad privada y el Estado-nación, no otorgaba una formación razonada de la economía mundial en interés de los apuros sociales. Y en el molde del capitalismo, únicamente existía una respuesta a la argumentación entre la economía global y el Estado-nación: la atropellada redivisión del planeta entre las superpotencias imperialistas. Este sería el motivo principal tanto de la Primera como de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

“En este contexto por momentos irresoluto, los líderes de los siete estados más industrializados han desvelado su posicionamiento de más sanciones para hacer pagar a Rusia y han ratificado su compromiso de auxiliar a Kiev”

Las refutaciones objetivas que incitan actualmente a los miembros del G7 a la guerra, son muchísimo más potentes que en 1914. Su praxis bélica parte de un posicionamiento de extenuación. Curiosamente, cuando se fundó el G7 en 1975, sus integrantes implicaban el 60% de la producción económica, a diferencia del 31% que lo hace hoy.

Estados Unidos lleva demasiado tiempo pretendiendo subsanar su decadente poder económico a través de la fuerza militar y alentado por las potencias occidentales. Las guerras desarrolladas en Afganistán, Irak y Siria encerraban este objetivo. Y la guerra por dominios de la OTAN en Ucrania contra Rusia, valga la redundancia, es la continuidad de estas movilizaciones.

Posteriormente a que la burocracia estalinista diluyera la Unión Soviética en 1991, la OTAN se deslizó cada vez más hacia el Este. El régimen de Putin contestó con una agresión militar reaccionaria contra Ucrania. La Alianza Atlántica lo empleó como evasiva para una guerra a gran escala, pero no sólo contra Rusia. Estados Unidos, en particular, contempla a China como su principal competidor geopolítico y económico. Esto también quedó manifiesto en Hiroshima (19-21/V/2023). La declaración conclusiva de la cumbre embistió a China con endurecimiento. Culpaba a Pekín de intimidar la seguridad militar y económica de otros estados, así como de tentativas unilaterales de variar el statu quo en los mares de China Oriental y Meridional ‘por la fuerza o la coerción’ y de bríos por ‘distorsionar la economía mundial’ mediante ‘prácticas malignas, como la transferencia ilegítima de tecnología o la divulgación de datos y la coerción económica’.

La declaración final reclamaba a la República Popular China a fusionarse al frente contra Rusia, y a Pekín, a presionar a Rusia para que cancele su ataque militar y aparte de manera inmediata, total e íntegramente sus tropas de Ucrania. Ante la reiteración de Olaf Scholz (1958-64 años) y Emmanuel Macron (1977-45 años) que sospechan las bifurcaciones económicas de un rompimiento escabroso con China, igualmente se incrustó una travesía más conciliadora. Ni mucho menos aguardan castigar a China, ni dificultar su avance económico.

Los líderes del G7 no están por la labor de una ‘disociación’ de China, sino de una ‘desvinculación’. Pero esto es pura analítica. El recado del G7 es irrefutable: las potencias imperialistas se aprestan para un conflicto contra la potencia nuclear de China.

En este escenario, asimismo el G7 quiere seducir a los países del denominado ‘Sur Global’. Atando cabos, el primer ministro indio, Narendra Modi (1950-72 años) y el presidente brasileño, Lula da Silva (1945-77 años), fueron participantes como invitados en Hiroshima. Ambos han aceptado una actitud de espera con el conflicto de Ucrania y no han abogado por las sanciones contra Rusia.

Pero, para no perder ni un ápice en su obrar, el presidente ucraniano Volodímir Zelenski (1978-45 años) también se desplazó al lugar. Debería, como expuso Macron, adjudicarse el rol de ‘cambiador de juego’ y, tal como redactó el diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung, ‘romper el bloque de los neutrales’.

Zelenski, no se reservó sus esfuerzos. Del mismo modo, no tardó en comparar a las víctimas de la guerra en Ucrania con los sacrificados en el bombardeo atómico de Hiroshima. La puya de esta comparativa no pareció incomodarlo, porque la matanza de cientos de miles de personas en Hiroshima y Nagasaki, un crimen de guerra según el Derecho Internacional, no había sido el resultado de algún ‘villano’, sino del aliado de Zelenski, Estados Unidos. Aquel lanzamiento atómico no tuvo una finalidad militar, sino amedrentar a los opositores reales y permisibles de Estados Unidos.

Digamos, que estableció la base del orden de posguerra sujeto por Estados Unidos que la OTAN acoge, exponiéndose a una guerra nuclear. En tanto, Modi, admitió verse las caras con Zelenski y le dio una promesa no vinculante de socorrer a Ucrania ‘con las dificultades’ que ello entraña. En cambio, Lula, rechazó dialogar con el presidente ucraniano. Ambos no contradecían la política bélica de la OTAN, sino que se circunscribían a acoger una actitud de espera. Por ejemplo, India interviene estrechamente con Estados Unidos en los preparativos de la guerra contra China, pero de momento, no está por la labor de mutilar sus nexos económicos con Rusia.

Por último, el ascenso bélico en Ucrania y la colisión con China, así como la unidad del G7 evidenciada en la cumbre de Hiroshima, también valen para erradicar las progresivas refutaciones entre sus miembros. En la guerra, los actores europeos penden del soporte de Estados Unidos, militarmente por encima, pero se afanan por simplificar su dependencia.

Macron, ya informó tras su último viaje a China que Europa no debía convertirse en un ‘vasallo’ de Estados Unidos. Por lo demás, la República Federal de Alemania está empleando la guerra de Ucrania para reconstruir su viejo espejismo de ‘espacio vital’ en el Este y volver a erigirse en la punta de lanza militar de Europa. Visto y no visto, cuantiosos artículos surgieron en los medios de comunicación germanos durante la cumbre lamentando la ‘menguante influencia de Europa en el Nuevo Orden Mundial’, e influyendo a favor de otras alianzas y de un rearme apresurado.

A día de hoy, el canciller alemán materializa una agenda bastante ajustada de desplazamientos diplomáticos. Asistido por importantes delegaciones empresariales, ha asistido a África, India, Japón y en varias ocasiones a Corea del Sur para extender otros aliados y mercados a Alemania.

Con lo cual, la Primera Guerra Mundial demostró a todas luces que las apelaciones pacifistas a los gobernantes eran íntegramente infructuosas.

Lo que imprimió el fuego cruzado fue la mutación conjugada de las clases media y alta al campo del militarismo. Incluso la trayectoria de la socialdemocracia que había emprendido varios congresos internacionales por la paz hasta poco antes del inicio de la conflagración, estaba extenuada por la destemplanza de la guerra.

Únicamente una pequeña minoría marxista capitaneada por Vladímir Lenin (1870-1924), Lev Trotski (1879-1940), Rosa Luxemburg (1871-1919) y Karl Liebknecht (1871-1919), opusieron resistencia a la perturbación bélica chovinista y se asentó en la afinidad de la clase obrera y la revolución socialista. Su apariencia se ratificó en 1917 cuando la clase obrera de Rusia guiada por Lenin y Trotsky, se hizo con el poder y canceló la guerra.

En Alemania, la Revolución de Noviembre (29-X-1918/11-VIII-1919) se contuvo a medio gas en 1918 porque el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) se asoció con el Mando Supremo del Ejército para atenazarla fuertemente y preservar la propiedad privada capitalista. Los resultados fueron Adolf Hitler (1989-1945) y la Segunda Guerra Mundial. Incluso en nuestros días, los antiguos pacifistas de la pequeña burguesía se han constituido en beligerantes. Los Verdes, el SPD y una parte sustancial del Partido de Izquierda se hallan entre los más agresivos. El riesgo de una calamidad nuclear sólo puede ser abominado por un movimiento de la clase obrera y la juventud que sea totalmente imparcial de las fuerzas burguesas y armonice la lucha armada contra la guerra con la disputa en su causa: el capitalismo.

Las circunstancias objetivas para este movimiento se están expandiendo velozmente. El florecimiento de la insatisfecha oligarquía financiera a costa de la clase obrera, ha inducido a la detonación de fanáticos combates de clases. Miremos momentáneamente a la República Francesa, donde los trabajadores llevan protestando durante meses a consta de los recortes de las pensiones. O tal vez, a Estados Unidos y Europa, donde la inflación ha originado un fuerte incremento de las luchas salariales, cuya moderación es cada vez más dificultosa para los propios sindicatos.

El conflicto en Ucrania empeora todavía más los disensiones de clase. Cuanto mayor es el precio de la guerra y el armamento requerido, más afiladas son las embestidas a los ingresos y las prestaciones sociales. Conjuntamente, se encuentra la crisis del abultado sistema financiero que amenaza con remolcar a la economía al precipicio.

Las clases autoritarias repelen la progresiva resistencia con remedios absorbentes y un mayor protagonismo del militarismo. Las conveniencias democráticas del régimen burgués se están desintegrando.

Semblantes de la ultraderecha, como el ex presidente Donald Trump (1946-76 años) en Estados Unidos y Giorgia Meloni (1977-46 años) en Italia, están remontando a los más altos cargos del Estado. Esto pone en demostración las pugnas de las clases revolucionarias.

En cierta manera, hay que acomodarlas cimentando el Partido Socialista por la Igualdad y el Comité Internacional de la Cuarta Internacional en el nuevo partido de masas de la clase obrera.

Por otro lado, la ministra de Relaciones Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock (1980-42 años), ha afirmado que no se ocasionará ningún consentimiento territorial a Rusia como respuesta de las negociaciones de paz para poner fin a la guerra de Ucrania. Todo ello, en el trasfondo de la Conferencia de Seguridad de Múnich. Decía exactamente, que una paz justa comporta que “quien ha violado la integridad territorial, es decir, Rusia, retire sus tropas del país ocupado”.

“La paz mundial se basa precisamente en que todos reconozcamos la integridad territorial y la soberanía de cada país”, ha pronunciado textualmente mientras que al unísono ha apuntado que igualmente habría que exprimir “todas las oportunidades” para llegar a un pacto. De esta manera, Baerbock, ha alegado que las pretensiones de dar fin a la guerra por medio de una renuncia de territorios no es una elección: “Eso significaría hacer a la población presa de Rusia. No lo haremos”.

Otra de las cuestiones que no pueden quedar al margen de esta disertación, hace referencia exclusiva a China. Me explico: el Ministerio de Relaciones Exteriores de China declaró su enojo ante el G7 e incitó al organismo a dejar de “exagerar” las contrariedades conexas con el país asiático, “estando muy insatisfecha y oponiéndose firmemente a la insistencia del G7 en manipular los asuntos relacionados con China”, como a la difamación y los ataques en contra del país, expresó la cancillería.

De la misma manera, objetó las “graves injerencias” de la organización en las materias internas, reprochando que hizo “caso omiso de las serias preocupaciones” del gobierno chino.

Pekín pidió al G7 a dejar de entremeterse en “pequeños círculos” cerrados y preferentes y dejar de contener y cohibir a otros estados, así como a ausentarse de la senda de la confrontación. En su lugar, encomendó retomar el “camino correcto de la cooperación”. Sin inmiscuir, la explicación del doble rasero del G7 en torno al argumento de Taiwán. “El G7 sigue afirmando mantener la paz a través del Estrecho de Taiwán, pero nunca menciona su oposición a la independencia de Taiwán (…). Nadie debe subestimar la fuerte determinación, la firme voluntad y la gran capacidad del pueblo chino para defender la soberanía nacional y la integridad territorial”.

La cancillería repitió taxativamente que “China defiende firmemente el sistema internacional con las Naciones Unidas en su núcleo, el orden internacional basado en el derecho internacional y las normas básicas de las relaciones internacionales basadas en los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas, y nunca aceptará las órdenes judiciales inventadas por algunos países”. El comunicado de Pekín finaliza rotulando que “la comunidad internacional no acepta las reglas occidentales dominadas por el G7 y dibujadas por la ideología y los valores, y mucho menos las reglas de círculo pequeño que sirven a Estados Unidos primero y los intereses creados de unos pocos países (…). El G7 debe reflexionar sobre sí mismo y cambiar de rumbo”.

En la otra cara de la moneda, el G7 guarda diversos recados para China: le invita a que “presione” a Rusia para poner fin de una vez por todas a la guerra en Ucrania, apremia a una “resolución pacífica” del entorno en Taiwán y, mismamente, avisa que atenuará su dependencia económica de Pekín. Aparte de excluir el empleo “como arma” de las fortalezas exportadoras y la instrumentalización de la “coerción económica” como instrumento político, en una proposición con el dominio de China en mente.

“El G7 solicita a China que fuerce a Rusia para concluir la guerra y expone que disminuirá considerablemente su dependencia de Pekín, y ésta a su vez, la inculpa de manejar, como de esparcir las desavenencias contra China y rechazar los principios de la economía de mercado”

Y por supuesto, en contestación a este último apartado, Pekín tacha al G7 de querer “manipular, sembrar la discordia contra China e ignorar los principios de la economía de mercado”.

En otras palabras, los líderes del G7 han reclamado a China que las tropas rusas abandonen “de inmediato” Ucrania y acabe la guerra en ese país. “Instamos a China a presionar a Rusia para que detenga su agresión militar y retire de inmediato, completa e incondicionalmente sus tropas de Ucrania”. Además, el grupo alentó a China a respaldar una paz “completa, justa y duradera” fundamentada en la integridad territorial y los principios reunidos en la Carta Fundacional de Naciones Unidas. Esa paz, agrega el comunicado, debe causarse “en diálogo directo” con Ucrania.

China ha presentado un plan de paz bastante impreciso que ha conseguido el aval de Moscú, ya que aunque salvaguarda la integridad territorial de los estados, no apunta en ningún instante a la anexión rusa de cuatro regiones ucranianas, o del repliegue de las fuerzas rusas. Entretanto, el presidente ucraniano ha ofrecido su propio plan de paz que pone como requisitos específicos para terminar con la guerra, la recuperación total de la integridad territorial y un acuerdo internacional con garantías de seguridad. Los lideres del G7 redoblaron sus voces en el patrocinio a ese plan de Zelenski e incluyeron una de las frases que más se ha reproducido en los comunicados conjuntos: “Reafirmamos nuestro apoyo inquebrantable a Ucrania durante el tiempo que sea necesario para lograr una paz integral, justa y duradera”.

En consecuencia, el G7 solicita a China que fuerce a Rusia para concluir la guerra y expone que disminuirá considerablemente su dependencia de Pekín, y ésta a su vez, la inculpa de manejar, como de esparcir las desavenencias contra China y rechazar los principios de la economía de mercado tras el rehúso del grupo a la instrumentalización de la sujeción económica. Toda vez, que Rusia reconoce que Occidente está sirviéndose de Ucrania como artilugio para producir una derrota estratégica de la misma.

Y en este contexto por momentos irresoluto, los líderes de los siete estados más industrializados han desvelado su posicionamiento de más sanciones para hacer pagar a Rusia, y han ratificado su compromiso de auxiliar a Kiev “el tiempo que sea necesario”. “Hemos reafirmado nuestro compromiso en hacer frente común contra la guerra de agresión ilegal, injustificable y no provocada de Rusia contra Ucrania”, manifestaron los Jefes de Estado y de Gobierno.

El paquete de sanciones comprende importantes limitaciones a las exportaciones de bienes “críticos para Rusia en el campo de batalla”, así como de medidas contra entidades de transportar material al frente en beneficio único de Moscú. En esta misma línea, Estados Unidos ya se puso en marcha al informar de más sanciones contra Moscú para cortar el acceso de Rusia a “productos necesarios para sus capacidades de combate”. Y siguiendo los mismos pasos, Reino Unido, ha dado luz verde a medidas contra el sector minero ruso y muy en particular, a la industria del diamante.

A este tenor, en su comunicado sucinto, el G7 se ha comprometido a “restringir el comercio y el uso de diamantes extraídos, tratados o producidos en Rusia”, haciendo uso para ello de las tecnologías de seguimiento. “Estamos imponiendo más sanciones y medidas para aumentar el coste para Rusia y para aquellos que apoyan su esfuerzo bélico”, refirieron los líderes, en el que igualmente refrescaron su firme compromiso para asistir a Ucrania en todo lo que sea tanto a nivel humanitario, como financiero, diplomático y militar.

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