Francisco, de 88 años, permanece en estado reservado en el hospital Gemelli de Roma debido a una neumonía bilateral y una insuficiencia renal leve. Aunque no ha experimentado nuevas crisis respiratorias, continúa recibiendo oxígeno de alto flujo y ha requerido transfusiones de sangre para abordar una anemia persistente. El pontífice se mantiene alerta y ha expresado su gratitud por las muestras de apoyo recibidas. En este momento de gravedad en su enfermedad lo que más agradece son los dibujos que le mandan los niños. El Faro de Melilla entrevista a Ramiro Pellitero Iglesias (León, 13 de enero de 1956) teólogo y escritor, profesor ordinario en la Universidad de Navarra, especialista en los ministerios y los carismas en la Iglesia católica y en el trasfondo cultural e ideológico de la catequesis contemporánea. Es también licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Santiago de Compostela (1981) y posteriormente en Teología en la Universidad de Navarra (1985). Fue ordenado sacerdote (20 de agosto de 1998), incardinándose en la Prelatura del Opus Dei. Autor de varios libros como ‘Ser Iglesia haciendo el mundo: los laicos en la nueva evangelización’ o ‘La sinfonía de la fe: redescubrir el catecismo de la Iglesia católica’.
Es una pregunta difícil de responder. De un lado, él ya entregó en la Secretaría de Estado, dos meses después de asumir el papado, un documento con su renuncia, en caso de impedimento médico. De otro lado, la renuncia de Benedicto XVI sienta un precedente próximo. Por último, Francisco ha insistido varias veces en que por ahora no piensa renunciar. Respecto a su carácter, no está precisamente exento de sorpresas. Otra cosa es que no superase la enfermedad actual.
Tampoco sobre esto sabría qué decir, además de que no hay una pregunta. En sus entrevistas y libros él reconoce varias veces ese carácter al que usted se refiere. Por otra parte, personas de carácter fuerte o fogoso han sido grandes santos y líderes en la Iglesia, como es el caso bien conocido de Santa Teresa de Ávila y otros menos conocidos en esto, como San Jerónimo, San Francisco de Sales o la misma Santa Teresita. Dios puede servirse de ese carácter precisamente para vencer dificultades que personas con otro carácter no afrontarían.
Así es. Y, como es sabido, no es el primero en subrayar modernamente la importancia de la misericordia de Dios. Ya desde principios del siglo XX tenemos a Santa Faustina Kowalska y otras místicas y místicos. Con las dos
guerras mundiales se sintió más la necesidad de acudir a la misericordia divina en un contexto marcado por el sufrimiento y la violencia. En relación con esto se puede poner la devoción al Corazón de Jesús, promovida especialmente desde la encíclica Haurietis Aquas de Pío XII (1956).
Ahí se invita a acudir al Corazón misericordioso ante las necesidades espirituales personales y las de la Iglesia. Esto viene recogido en la constitución conciliar Gaudium et spes, en relación con el deseo de salvación de Dios para la humanidad y el impulso de una pastoral sensible a esta dimensión de la misión evangelizadora. Luego, Juan Pablo II publicó su segunda encíclica sobre Dios, Dives in Misericordia (“Rico en misericordia”, 1980), canonizó a Santa Faustina en el año 2000 y en el mismo acto estableció el Domingo de la Misericordia para toda la Iglesia. Por cierto, que murió en 2005, precisamente en vísperas del Domingo de la Misericordia.
Dicho lo anterior, es evidente el subrayado de la misericordia desde el principio y a lo largo del pontificado de Francisco. La misericordia la presenta fuertemente vinculada, de un lado, con la compasión y la ternura divinas; y de otro lado, con la dimensión social del mensaje del Evangelio.
No sabría escoger una, porque son muy diferentes y al mismo tiempo cabe establecer una profunda y dinámica unidad entre ellas. Con la luz de la fe (Lumen fidei) se pueden aportar muchos argumentos, también antropológicos para el cuidado de la tierra (Laudato si). Al mismo tiempo, la fe nos hace más conscientes de la fraternidad humana, que el mensaje del Evangelio ha venido a impulsar (Fratellli tutti) y que hoy necesitamos redescubrir, también en relación con la amistad. Y, finalmente, en la perspectiva cristiana todo ello tiene como núcleo el amor de Dios manifestado plenamente en el Corazón de Cristo (Dilexit nos). Ese es el orden en que aparecieron las cuatro encíclicas de Francisco, que podrían haber salido en un orden inverso o distinto.
Esto también es jugar a adivinos. Quizá quede sobre todo su impulso renovador y su empuje misionero, con ese acento en la misericordia y en la sensibilidad social, de que hemos hablado.
Como hemos visto, el trayecto del Papa, en su magisterio, nace de la fe y desemboca en el amor que encuentra en el Corazón de Cristo. También ha promovido una esperanza activa u operativa (baste recordar su catequesis sobre la esperanza entre 2016 y 2017). El tema de este Jubileo es “Peregrinos
de la Esperanza” y el título de la bula que lo convoca es: “La esperanza no defrauda”, con palabras de san Pablo.
Como ha manifestado mons. Rino Fisichella, responsable de los aspectos organizativos de este Año jubilar, ahora se trata, además de la reflexión espiritual y la conversión personal, de promover las consecuencias sociales, políticas y culturales que brotan del testimonio cristiano. Sobre todo, del testimonio de los fieles laicos, en los múltiples campos de la sociedad civil: familia, trabajo, relaciones sociales, etc.
Por tanto, el Jubileo tiene que ver con la esperanza porque nos recuerda que Dios interviene en nuestra vida, se compromete por nosotros; porque lo mejor está siempre por venir, como dice Francisco; porque estamos en camino y todos, especialmente los cristianos, tenemos una misión y un papel que desempeñar en la Iglesia y en la sociedad.
La fe cristiana incide en la preocupación por la justicia social y mantiene la esperanza en tiempos difíciles. Y por eso el Jubileo anima a fortalecer la fe también como guía para la acción moral y ética.
Parece que el Papa Francisco desea publicar una exhortación apostólica (sería la octava) dedicada a los niños. Muchos esperan que aborde temas como la protección, el bienestar y los derechos de la infancia, como reflejo de
la constante preocupación del Papa por los más jóvenes y vulnerables. En este contexto, efectivamente cabe señalar su firmeza y constancia en la denuncia del aborto provocado como asesinato. Aquí me gusta recordar que, como decía Hanna Arendt, cada persona que nace es una esperanza inédita para el mundo.
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