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Francisca Muñoz y su anuncio de la Semana Santa

Hoy no voy a hablar de política en esta sección. Me sumergí ayer especialmente en este tiempo de Cuaresma, previo a la Semana Santa, que anoche se convirtió en proclamación de la proximidad de una de las tradiciones más arraigadas en nuestra cultura. Francisca Muñoz, enfermera y maestra, asesora del Centro de Profesores y Recursos de la Dirección Provincial de Educación en Melilla, se mostró como ella es en su hermoso pregón: tan sencillo como preñado de emotividad, sabiduría, gusto por las raíces, apego y amor por la familia, agradecimiento a esta ciudad que la acogió y acoge desde hace 34 años y donde se ha convertido en una malagueña-melillense o viceversa, que como me decía, horas antes de iniciar la lectura de su fabuloso canto a nuestra Semana Santa, se siente entre nosotros como un árbol con raíces en Málaga pero con todo el esplendor de sus ramas, hojas y follaje en esta Melilla nuestra.
Francisca es una mujer sencilla, nada protagonista. La conozco poco realmente, pero no por ello la admiro menos. Es camarera de la Soledad de Melilla la Vieja y de la Dolorosa de las Lágrimas, la hermosa Vírgen de Alhucemas que todos los Miércoles Santo acompaña el sobrecogedor paso de Nuestro Padre Jesús Nazareno.
Casada con Marcelo Nogales, hermano mayor de la Cofradía más antigua de Melilla, de la hermandad más unida a nuestra historia y nuestro devenir a lo largo de los siglos, aquí en Melilla Francisca ha hecho crecer “la semilla” que puso en ella su madre, cuando desde muy pequeña la introdujo y la hizo enamorarse de las procesiones, de su plasticidad y su belleza, y, sobre todo, del simbolismo que encierra todo su sentido y razón de ser como celebración de la catequesis cristiana en la calle.
Soy agnóstica, incluso atea si me apuran, y a pesar de ello nunca dejo de emocionarme con nuestra Semana Santa, anhelarla incluso y especialmente en estas fechas en que nos servirá de parón y respiro en esta espiral enloquecida hasta las elecciones del 22 de Mayo.
Veo en ella la proclamación de los valores cristianos en los que me han educado y con los que no es fácil comulgar en la práctica. Para mí el gran y único mandamiento válido sigue siendo es el que nos invita a no desear para nuestro prójimo lo que no deseamos para nosotros mismos.
Mi natural tendencia iconoclasta no está reñida con el respeto por quienes simbolizan en unas imágenes, hermosísimas y de gran valor estético en la mayoría de los casos, una forma de propagar su fe en el conjunto de los ciudadanos.
El pregón ayer de Francisca Muñoz nos recordó como seguimos sentenciando impíamente a muchos de los que nos rodean sin dar opción en demasiadas ocasiones a esa segunda oportunidad a la que todos tenemos derecho; cómo el amor por nuestros padres y mayores debe ser un valor en alza aunque tantísimas veces no sepamos cultivarlo; cómo la violencia es siempre maligna y destructiva; cómo pecamos tan frecuentemente con nuestros excesos y cómo olvidamos que no podemos jamás ser jueces de nadie sino tan sólo de nosotros mismos y de nuestros actos.
Admiro la labor callada de quienes mantienen nuestras cofradías, no veo lucimiento ni personalismos fuera de lugar en quienes hacen posible nuestras procesiones. Son para mí cristianos consecuentes con su forma de entender su religión y sus creencias. Por eso, por ese movimiento colectivo que la Semana Santa representa, también me emociono con ella frente a esta sociedad cada vez más individualista, materialista, donde el tener vale más que el ser.
Mis felicitaciones a la pregonera, a los Cofradías que ya andan entregadas en sus muchos quehaceres porque, con su iniciativa, nos llenan también de felices recuerdos familiares e infantiles para muchos de nosotros, que en nuestros 40 años largos crecimos también con la Semana Santa, para después perderla en nuestra adolescencia y, afortunadamente, recuperarla en nuestra juventud.
La Biblia es un libro lleno de sabiduría. El código ético de sus evangelios es universal, coincide en esencia con el de todas las religiones monoteístas. Proclamar que seamos menos avariciosos, más solidarios, más generosos y más capaces de pensar en los que sufren, nunca está demás, aunque en mi caso lo preciso es añadir que siempre hay que buscar la forma de cambiar las cosas, de transformarlas, de no aceptarlas como una penitencia ni un sacrificio, porque ante las injusticias deberíamos rebelarnos siempre. Claro está, decirlo es siempre mucho más fácil que hacerlo.

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