Opinión

El fortalecimiento sino-ruso que desfigura el escenario mundial

No cabe duda, que tanto Rusia como China ciñen su alianza sin ambages, influidos por Occidente y la crisis económica. Y es que, la guerra de Ucrania y la intimidación europea para asentar a ambos actores en un imperecedero eje del mal, ha aproximado, si cabe, más a Moscú y Pekín, que sin reservas avivan su afinidad global, a pesar de los fracasos que el Kremlin está padeciendo en el campo de batalla.

A día de hoy, Vladímir Putin (1952-69 años) y Xi Jinping (1953-69 años) se aventuran por un nuevo modelo energético que valga de alternativa al abastecimiento ruso de hidrocarburos al Viejo Continente, además de permitir lidiar la recesión y amortiguar la incidencia de las sanciones occidentales como desquite por las políticas exteriores del Kremlin y el gobierno chino.

A decir verdad, la cita entre ambos mandatarios en Beijing en febrero de 2022, singularizó una piedra menos en el camino de su relación. Aunque se trataba de otra de las reuniones entre ambos Jefes de Estado y el momento no dejó de proporcionar un marco adecuado: se trataba de la inauguración de los XXIV Juegos Olímpicos de Invierno que engalanaban un valor inconfundible para la República Popular China.

Recuérdese que las Olimpiadas de 2008 fueron el lanzamiento de China en el siglo recién estrenado, paradigma de prosperidad e innovación y consideradas como un emblema organizacional y deportivo, en los que Xi, por entonces Vicepresidente, ejerció un papel notable como organizador, siendo elogiados por la prensa internacional y marcaron un antes y un después en el retrato del gigante asiático.

Es sabido que los Juegos Olímpicos de Invierno no tienen la misma relevancia, y cuando China obtuvo en 2015 el testigo para organizarlos, muchos se interpelaron qué intención desempeñaría. No obstante, una vez más China le otorgó un fuerte contenido alegórico. Aun en la peor epidemia en un siglo, intentó confirmar su capacidad para preparar sin paliativos uno de los principales telones deportivos, aunque se desarrollasen con público reducido y las consabidas restricciones.

O séase, casi nada puede interferir en la trayectoria de China, o al menos, ese es el recado que pretendió emitir Beijing, acentuado por las enormes cantidades de nieve artificial que acumuló en recintos donde cada vez nieva menos. Ni tan siquiera, el boicot diplomático de Washington y de algunos estados anglosajones fue impedimento para que una veintena de Jefes de Estado y Gobierno concurrieran al ceremonial de apertura. Las competencias se materializaron sin obstáculos, con el complemento de que una de las grandes estrellas correspondían al equipo chino.

Que la fecha señalada del 4/II/2022, semanas anteriores al comienzo de las pruebas deportivas, decenas de miles de soldados rusos estuvieran enclavados en los límites fronterizos de Ucrania, añadía inquietud a la reunión mantenida por Putin y Xi. Aquello desvelaba que la probabilidad de una invasión se supuso en el diálogo entre ambos líderes, aunque Ucrania no se aludió en el comunicado de la reunión.

“A día de hoy, Putin y Xi Jinping se aventuran por un nuevo modelo energético que valga de alternativa al abastecimiento ruso de hidrocarburos al Viejo Continente, además de permitir lidiar la recesión y amortiguar la incidencia de las sanciones occidentales como desquite por las políticas exteriores del Kremlin y el gobierno chino”

Es de suponer que Putin midió a Xi sobre lo que verificaría en caso de una hipotética incursión rusa, mientras que este habría expuesto que de producirse un ataque inmediato debería desarrollarse más tarde de la clausura de los Juegos Olímpicos, como de hecho así ocurrió. Comoquiera, pocas fluctuaciones quedan de que la irrupción rusa de Ucrania el 24/II/2022 y la resultante guerra feroz, considerada por los observadores como una agresión en toda regla, un cambio de época vinieron a concatenar los estrechos lazos entre Beijing y Moscú, que muchos exponen que se encuentra en su punto más vehemente desde 1950.

Aunque China ha conservado las comunicaciones accesibles con Ucrania e incluso se ha hablado de una virtual mediación de Beijing en el conflicto, paralelamente, ha rechazado tachar la invasión y no se ha unido a las duras sanciones aplicadas a la Federación de Rusia por EEUU y sus aliados occidentales.

Como no podía ser de otra manera, ello ha originado una controversia acerca de la particularidad de estos vínculos. El relato intemperante en Occidente es que estaríamos refiriéndonos a un eje de las potencias totalitarias del planeta, alumbrado para desafiar al denominado ‘mundo libre’. Conjuntamente, para algunos analistas se trataría de un puro ‘matrimonio de conveniencia’ entre actores con escasos intereses en común, inducido por el mero oportunismo y la conexión de sus líderes, mientras que otros hacen alusión a las circunstancias geopolíticas y estratégicas que desembocaron en el eje sino-soviético, actualmente reestablecido según los contextos del siglo XXI.

Lo más sugestivo de la determinación del acoplamiento internacional que irrumpe es la conjunción en que se reproduce una configuración específica y que vale por sí misma, más que establecer una reacción conjunta a las proposiciones de Estados Unidos y sus aliados.

Primero, se pone de manifiesto un universo en transición acentuado por una progresiva multipolaridad, globalización económica, desarrollo de la sociedad de la información e interdependencia entre los Estados que subyacen. Y segundo, denota una reconfiguración de las relaciones de poder entre los países más destacados después del impacto combinado de la crisis epidemiológica y los múltiples retos que atemorizan el equilibrio mundial.

En ese tablero de dos colosos ansiosos por replicar, se evidencia las relaciones interestatales entre China y Rusia que están por encima de las alianzas políticas y militares de la Guerra Fría, como su supuesta complicidad que no tiene límites y en las que a su vez, no existen parcelas prohibidas en materia de cooperación.

Así, Rusia muestra su apoyo al ofrecimiento chino de una ‘comunidad de destino compartido de la humanidad’, mientras que China enfatiza la trascendencia de los esfuerzos de Rusia por apuntalar un sistema multipolar de relaciones internacionales. En términos más precisos, su antítesis al esparcimiento de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), a la que incita a renunciar a sus posicionamientos ideologizados de la Guerra Fría.

Asimismo, Rusia ratifica su soporte al principio de una única China, corroborando que Taiwán es parte inalienable de esta y se resiste a cualquier forma de independencia. Estas afirmaciones se emplazan en un argumento de notable tendencia entre ambos estados de cara a los enfoques de EEUU y de Occidente indeterminadamente. Si bien, se constatan diferenciaciones entre China y Rusia y en muchos ámbitos sus intereses no concuerdan.

Por un lado, Rusia fue en su momento una superpotencia, pero en la última etapa de la Guerra Fría con la descomposición de la Unión Soviética sobrellevó una mengua significativa de tal dimensión, que en nuestros días su economía es del volumen de Italia. Y por otro, China es para todos los efectos, otra superpotencia y su economía es la mayor en términos de paridad en el poder adquisitivo.

Siguiendo con estos extremos, Rusia es la nación con mayor superficie, pero gran parte de ese territorio es estepa siberiana de exiguo conjunto poblacional. A diferencia de China como el más poblado, de manera que se incrementará la presión demográfica para ocupar esas inmensas y desocupadas zonas siberianas contiguas con la frontera china. También, Rusia es una tierra con fuertes tradiciones arraigadas en Europa, pero se contempla como una civilización propia, a caballo entre Asia y el continente europeo. Al contrario, China, el antiguo Imperio del Centro y Estado-civilización milenario está en el foco de Asia Oriental y simboliza el dinamismo y brío exclusivo de lo que algunos han indicado como el siglo de Asia.

Sin embargo, ambos corresponden un punto de vista de Eurasia descargado del protagonismo norteamericano y acoplados institucional, política y económicamente como un dominio independiente que afianza sus concernientes retaguardias estratégicas, abriéndole a Rusia un influjo hacia Asia y a China su vinculación, mediante la Iniciativa del Cinturón y la Nueva Ruta de la Seda con los mercados europeos.

Allende de algunos intereses discordantes, es incuestionable que los nexos ruso-chinos son consistentes. Desde el instante de la consecución de la Revolución en 1949, China bordeó vínculos con la Unión Soviética, al mismo tiempo que los fracturaba con las potencias occidentales. Realmente, los únicos dos desplazamientos de Mao Zedong (1893-1976) al extranjero fueron a sendas reuniones en Moscú, la primera con Iósif Stalin (1878-1953) y la segunda con Nikita Jruschov (1894-1971) y la Internacional Comunista.

En el período de 1950 la Unión Soviética ejerció un papel importante en la industrialización de China, a la que concedió bienes de capital y personal técnico. Posteriormente, en 1960, disconformidades ideológicas y de otro tipo provocaron una división en el terreno socialista y en el eje sino-soviético.

Esta etapa se combinó con un progresivo ensimismamiento de China, extenuada por una campaña de movilización tras otra, como el Gran Salto Adelante (1958-1962) y la Revolución Cultural (1966-1976), con luctuosas ramificaciones para el estado y el resto de la sociedad. El retraimiento internacional llegó a tales magnitudes, que en 1969 disponía únicamente de un embajador enviado a Egipto.

La visible disociación de Beijing y Moscú se agrandó con la visita del Presidente americano Richard Nixon (1913-1994) a China en 1972. El encuentro sería parte del dibujo estratégico del asesor nacional de seguridad, Henry Kissinger (1923-99 años). En cierto modo, aproximaba a Beijing y Washington y condujo al establecimiento de engarces diplomáticos entre China y Estados Unidos en 1979.

Con la primicia del proceso de apertura y reforma emprendido en 1978 por Deng Xiaoping (1904-1997), esta cercanía era un elemento redundante para intensificar el comercio exterior y la inversión extranjera, una esfera en el que la economía soviética prácticamente impenetrable apenas tenía poco o casi nada que proporcionar.

Mordazmente, este contacto entre China y Rusia se desencadenó después del desplome de la Unión Soviética en 1991 y el afianzamiento de Estados Unidos como única superpotencia mundial. La primera mitad de la década de 1990 estaba siendo testigo de fuertes tiranteces motivadas por la venta de 150 cazas F-16 Fighting Falcon a Taiwán, lo que indujo a la incomodidad del Alto Mando del Ejército Popular de Liberación.

En 1996, prácticas navales de la Marina asiática en las inmediaciones de Taiwán y el consiguiente ensanchamiento de flotas de guerra norteamericanas en entornos que parecían duplicados de la década de 1950 y en los intervalos más críticos de la Guerra Fría, resaltaron las divergencias que proseguían entre Beijing y Washington, más allá de la apertura económica china y de la gradual interconexión de sus economías.

Igualmente, la política soviética reivindicó la Doctrina Primakov en un triángulo estratégico Rusia-India-China para contrapesar la supremacía y el unilateralismo de EEUU, dando un empuje a un vuelco casual hacia el Este de Rusia, el presagio de una asociación estratégica entre China y Rusia y un pacto de solidaridad, amistad y cooperación en 2001 que sentaron las bases de convergencia entre éstos, quedaba vigorizado por la confluencia del proyecto Gran Eurasia de Putin y la proyección de Xi en el espacio euroasiático de la Nueva Ruta de la Seda.

Primakov persiguió una política exterior y llamémosle expansionista no solo en la región europea, sino también en la región euroasiática, sustentada en la mediación de bajo costo y el mantenimiento de la influencia rusa en las ex repúblicas soviéticas y el Medio Oriente, basaba en algunas deferencias de las que respondían a la reputación china en la coyuntura posterior a la Guerra Fría en cincos aspectos que sucintamente referiré.

Primero, la repercusión a ser un socio de menor entidad supeditado a EEUU y Occidente en el nuevo orden; segundo, la presentación de un mundo bipolar establecido en una política exterior con visiones contrarias a las de Occidente; tercero, la exploración del orden liberal efectivo desde 1945; cuarto, la persistencia de la integración de Rusia en una aldea globalizada en sus diversas expresiones, pero no con base en la preeminencia europea; y quinto, la plasmación de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), satisfecha por las antiguas repúblicas soviéticas como una causa de varias marchas con el que Rusia participaría estrechamente, dada la premura de consolidar una zona de importancia.

Para los inicios del siglo XXI no habían madurado los esfuerzos de Moscú por integrarse a Europa, y los ofrecimientos de establecer una alianza de seguridad paneuropeo que emitiese los nuevos escenarios geopolíticos tras la caída del muro de Berlín (9/XI/1989) y la desaparición del Pacto de Varsovia (1/VII/1991). Lo que más tarde aconteció es sabido: el incesante crecimiento de la OTAN hacia el Este y una irrisoria invitación a Rusia de unirse al G-7 en 1997, pero descartada del grupo ministerial más trascendente, el de las finanzas. Mientras, el G-8 jamás cuajó y a Rusia se le expulsó después de la crisis de Crimea (20/II/2014).

A resultas de todo ello, en una situación de desencuentros con la Unión Europea (UE) y la OTAN que culminaron con la resolución en una cumbre de la Alianza Transatlántica cristalizada en Bucarest de abrir las puertas de la Organización, tanto a Ucrania como Georgia, dos antiguas repúblicas soviéticas, Rusia ahondó en su sesgo mirando siempre al Este y comenzó a desenmarañar un pulso euroasiático más pronunciado. Con China turbada por la rotación a Asia de la administración de Barack Obama (1961-61 años), esta variación halló oídos receptivos y una soltura para la reciprocidad chino-rusa en defensa: los sistemas de prevención temprana de ataques de misiles de la industria soviética son de utilidad para Beijing, mientras que China se halla más a la vanguardia en la construcción naviera, inteligencia artificial y drones.

Aparte de las relaciones bilaterales, se desenvuelve un amplio retazo de entes multilaterales en lo que ha venido a denominarse el ‘supercontinente’, esto es, Eurasia, y más allá en las que tanto China como Rusia son los socios preferentes.

Además, por el precedente de la frustración rusa vivida en Afganistán y con China apremiada por sortear la autonomía uigur en Xinjiang, una inquietud ha sido lidiar lo que ambos observan como los tres grandes desafíos que afrontan en la región: el terrorismo, el extremismo y el separatismo. La Organización de Cooperación de Shanghái instituida en 2001 por China, Rusia, Kirguistán, Uzbekistán y Kazajistán y que actualmente cuenta con Pakistán, India e Irán, es la principal institución multilateral en materia de seguridad de la demarcación, pero también un componente sustancial del creciente engranaje intergubernamental de sumarios económicos y financieros.

“La guerra de Ucrania y la intimidación europea para asentar a ambos actores en un imperecedero eje del mal, ha aproximado, si cabe, más a Moscú y Pekín, que sin reservas avivan su afinidad global, a pesar de los fracasos que el Kremlin está padeciendo en el campo de batalla”

Al mismo tiempo, en materia económica la organización más ambiciosa en este marco son los BRICS, el grupo conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica que representan el 40% de la economía mundial. Diversos expertos han expresado que la primera década incumbió a los BRICS, ya que sirvió de auge de éstas y otras potencias emergentes lo que le facilitó su sello. En buena medida significa el asalto del nuevo Sur que desliza al Tercer Mundo. Simultáneamente, es un asunto relevante para transferir bonos, que finalmente acabó convertido en una evidencia geopolítica con cumbres diplomáticas ininterrumpidas desde 2009.

Los BRICS son un referente que se asigna independientemente de la voluntad de los gobernantes. Así pudo verificarlo Jair Bolsonaro (1955-67 años), quien como aspirante a la presidencia de Brasil informó que de ser electo, su país abandonaría inmediatamente el grupo. No solo no sucedió esto, sino que Bolsonaro se constituyó en anfitrión de la cumbre de los BRICS en 2019. Sin inmiscuir, que en el foco de la confluencia entre China y Rusia se ilustra la rehechura de Eurasia: el avance de la OTAN, transitando de diecisiete a treinta miembros, ha presionado a Rusia a encauzar su política exterior a Asia.

En otras palabras: Moscú ha apostado por fijar su autoridad en las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central mediante la Unión Económica Euroasiática (UEEA) y la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC). En tanto, en 2013, China daba a conocer la Nueva Ruta de la Seda, un plan insaciable predestinado a acometer la infraestructura y conectividad entre el sector más solícito y de mayor crecimiento, esto es, Asia Oriental, y de mayor mercado, el de Europa.

Finalmente, lejos de ser una oscilación oportunista transitoria e inspirada por el mero deseo de crispar a Occidente, la confluencia entre China y Rusia, hoy por hoy, trasluce instintos sostenidos que los transfieren a colaborar como instrumento diplomático, económico y militar.

No obstante, existen controversias en cuanto al grado de cuestionamiento del orden liberal, porque Rusia contrae posicionamientos más radicales. Militando una correlación estratégica que se formula en múltiples acuerdos y artificios multilaterales, sobre todo, en el contorno euroasiático. Me refiero a una analogía asimétrica que altera el paralelismo entre socio mayor y menor de la década de 1950, pero hasta ahora estas irregularidades y disimilitudes han sido digeridas y armonizadas sin que China y Rusia se conviertan en aliados militares.

Amén, que la guerra de Ucrania pone a prueba dicha convergencia. Primero, la conflagración ha favorecido a China, al disuadir el foco de atención del Indo-Pacífico, prioridad estratégica de Joseph Biden (1942-79 años), lo que le dispensó a Beijing más tiempo para tonificar sus perspectivas, pero China que en todo momento ha respaldado el principio de la no intervención y el respeto a la soberanía de los Estados, se ha visto en una encrucijada.

Indiscutiblemente, esta postura le ha reportado a efectuar contracciones diplomáticas en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y en otros foros, con tal de no enjuiciar la invasión rusa y no dar la sensación de que renuncia a sus principios.

Las presiones de EEUU y la UE para que aplique sanciones extremas a Rusia, tanto primarias como secundarias, han puesto a Beijing entre la espada y la pared. La interdependencia de la economía china con la norteamericana y la europea revela que hay demasiado en juego.

Y segundo, China es consecuente que esas sanciones podrían asignársele. Así, a largo plazo hay un laberinto entre el interés geoestratégico chino que apuesta por un predominio de China con Rusia desde Eurasia, y sus logros económicos en el corto y mediano plazo en el cuadro de la interdependencia con Estados Unidos.

Con los meses transcurridos desde entonces, la guerra de Ucrania ha ocasionado una reacción en cadena acorde de los estados del Atlántico Norte y sus aliados. Si bien, queda lejos de ser idéntica en el resto del mundo. Las sanciones económicas extremas empleadas por Estados Unidos y sus socios se han topado con la obstinación de algunos de los principales países del Sur, envolviendo a un grupo que implica más de la mitad de la urbe mundial, dando lugar a una fisura cuya progresión penderá de muchos ingredientes.

Más allá de los esclarecimientos que ponen en énfasis las posibles disparidades entre los sistemas democráticos y los regímenes autoritarios, tan infundidos de doctrinas y concepciones de la Guerra Fría, si se analizan detenidamente las quiebras actuales del sistema internacional, darían pie a juicios similares de globalización y mecanismos de gobernanza específicos que no responden a las normas y valores instaurados por el orden liberal.

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