<<Fortis est non perturbaris in rebus asperis >> (Los fuertes no vacilan en la adversidad)
Marco Tulio Cicerón
Han pasado varios días desde este venturoso 19 de marzo del año de Nuestro Señor de 1775 en que el Sultán Muley Mohamed Ben Abdalah ha levantado el campo y el sitio de la plaza de Melilla. Casi tres meses han transcurrido. Cien días de bombardeo día sí, día también, que han dejado la plaza cual tabula rasa. Estos días me han servido para reflexionar sobre las vicisitudes de mi vida. Cincuenta y seis años al servicio de la corona de España, a cinco Católicas Majestades he servido, desde Don Felipe v, Don Luis I, Don Fernando VI, hasta Don Carlos III.
Oteando el mar desde el caballero del Baluarte de La Concepción, molesto por las embestidas del poniente, observo las escuadras de Hidalgo de Cisneros y de Barceló al pairo. Mirando el curso de las olas recuerdo mi infancia en mi bella Irlanda, como si viera las aguas batiendo las escarpadas costas de Watwerford con sus maravillosas calas, la tierra alfombrada por verdes pastos y sus imponentes alturas coronadas de castillos.
Allí lo tuvimos todo y todo lo perdimos cuando la causa jacobina se desplomó ante el inglés rey protestante Jorge de Hannover. Con 14 años abandoné mi patria y senté plaza de capitán al servicio de su Católica Majestad don Felipe V en el Regimiento de Ultonia de la Brigada Irlandesa. En este regimiento ha transcurrido prácticamente mi carrera de las armas hasta el empleo de mariscal. En él sirvió mi padre, en él sirvió mi abuelo.
Por el servicio de Su Majestad he renunciado a todo mi patrimonio en Irlanda. Mi padre pereció al servicio del rey. Mi hermano Diego, perdió la vida junto al marqués de Santa Cruz de Marcenado en Orán. Sirvieron igualmente a España e estos años mi tío el brigadier Don Diego O’Ronan y mis dos sobrinos Daniel y Ricardo Mc Courtin, muertos en Gibraltar y en Mahón.
En estos momentos de calma, tras los días de combate, estoy rememorando toda mi vida de soldado: MI bautismo de fuego en Gibraltar asediando a los ingleses en 1727 que no prosperó. Cinco años después, otra vez a Orán y sus fuertes durante un año. Partí después a la campaña de Extremadura de 1735. De ahí, otra vez a tierras argelinas durante 9 largos años, participando en las frecuentes salidas que realizábamos para combatir a los turcos y argelinos.
Varios años estuve en esas tierras de gobernador de Mazalquivir. Después la campaña del Genovesado combatiendo contra los alemanes. En la Campaña de Portugal, entrando con tres compañías de granaderos en la brecha de las murallas de Miranda de Duero o en la ocupación de Almeida. Y tras otras vicisitudes, dirigí mis pasos a Melilla. Su Majestad Católica Don Carlos III tuvo a bien otorgarme su confianza para que aprestara a la defensa esta ciudad.
Ya en 1772 una comisión encabezada por el mariscal Don Luis de Urbina demostró la firme voluntad del monarca de defender firmemente que la Bandera de España ondeara en nuestras tierras africanas. De su informe se desprendía la necesidad de reforzar las fortificaciones, dar cobertura al desembarcadero en la puerta del Socorro, dejar bien abastecida a la Plaza y artillar en las mejores condiciones las murallas. De ahí que recibiera instrucciones del marqués de Grimaldi y del conde de Aranda de que me sostuviera en la ciudad mientras quedase un solo hombre con vida.
Arribé a Melilla un 28 de junio de 1774 a bordo del Chambequi Andaluz entrevistándome de inmediato con el Alcaide Mayor Don Honorato de Valenzuela y con el gobernador Gobernador Militar el coronel Don José Carrión Andrade.
Lo primero fue la ubicación del Hospital Real en el Hoyo de la Cárcel, próximo al torreón del Bonete.
La guarnición se componía de dos compañías fijas auxiliados por quinientos desterrados que tan bravamente se han comportado en el sitio. La reforzaban por el sistema de relevo un batallón del Regimiento de Cataluña y un batallón del Regimiento de la Princesa,
La artillería al comienzo del asedio era escasa y obsoleta, unas noventa piezas, la mayoría de hierro cuyos sirvientes al comienzo del asedio temieron les reventaran encima tras pocos disparos. Hubo que artillar la Plaza con piezas proporcionadas por los buques del Almirante Hidalgo de Cisneros.
Ordené preparar y acondicionar las galerías, tanto para afrontar la guerra de minas, como para mantener la comunicación entre las diferentes torres y fuertes. A su vez dispuse el alojamiento a cubierto de los fuegos de los habitantes en las cuevas del Conventico y de la Florentina.
Y así con nuestra tenaz convicción manifesté a la embajada del Sultán que nos traía su ultimátum el día 10 de diciembre de 1774 que yo era fiel vasallo y tenía la Plaza jurada, la que defendería hasta derramar la última gota de sangre y para ello estaba bien provista de municiones de boca y guerra, y con suficiente guarnición dispuesta a defenderla con el mayor valor hasta escarmentar su orgullo. Una vez más los españoles, emulando las heroicas defensas de Numancia, Sagunto o Castelnuovo, han vuelto a escribir una página de su longeva historia con letras de oro.
Así se inicia el Sitio de Melilla que duró 110 días y cayendo sobre la ciudad incesantemente más de 12.000 proyectiles desde la artillería emplazada en el Cerro de San Lorenzo y Ataque Seco.
De tener más interés en las vicisitudes de este asedio pueden leer las memorias del capitán del Regimiento de la Princesa Don Francisco de Miranda, del que dispone la Biblioteca Militar de esta Ciudad. Así mismo pueden observare una copia del resumen de la Hoja de Servicios del Mariscal Sherlock proporcionada por el Archivo General Militar de Segovia las proporcionadas por el Archivo General de la Armada de Hidalgo de Cisneros, Barceló y Malaspina en el Archivo Intermedio Militar de Melilla.
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Magnifico resumen historico el que presenta este periodico. Muchas gracias