¿Por qué incorporar filosofía entre los espacios curriculares escolares, de todos los niveles y modalidades? Es una de las preguntas recurrentes que me han hecho y la respuesta, con ciertas variaciones, dependiendo quién pregunta, apunta siempre a que la incorporación de la filosofía en la educación, en un mundo cada vez más complejo y globalizado, donde la información es accesible de manera inmediata es imprescindible formar en la comprensión y el pensamiento crítico, siempre rezagados en la totalidad de los planes de estudio. O, en pocas palabras, porque es imperativo que enseñemos a pensar.
Una de las principales razones para incluir la filosofía en la escolaridad obligatoria es su capacidad de fomentar el juicio crítico, es decir, formar seriamente a los alumnos a tener un criterio propio que escape a la repetición de loro permanente. En este sentido, Matthew Lipman, filósofo y creador de un programa de filosofía para niños, en su obra ‘Thinking in Education’ (2003) argumenta que “la filosofía es la única disciplina que tiene como objetivo explícito enseñar a pensar sobre el pensamiento” (Lipman, 2003, p. 45). Se trata de un enfoque que no solo ayuda a los estudiantes a cuestionar y analizar la información que reciben, sino que también los capacita para desarrollar una autonomía intelectual que les permita tomar decisiones informadas y responsables a lo largo de sus vidas: no es lo mismo estar formateado en el modelo educativo de la repetición que no cuestiona nada, que ser educado en un modelo que corrobore que ser crítico nos abre las puertas a un universo de saberes profundos y a la adquisición de capacidades y competencias sumamente útiles para no ser, justamente, un inútil funcional.
Además, la filosofía juega un papel crucial en la formación de ciudadanos conscientes y comprometidos con su entorno. En este sentido, Martha Nussbaum nos indica en su obra ‘Cultivando humanidad’ (1997) que la “educación es para la democracia lo que la filosofía es para la vida: una preparación para participar en la vida pública y tomar decisiones éticas y políticas informadas” (Nussbaum, 1997, p. 85). En este sentido, la enseñanza de la filosofía desde los primeros años de la escolaridad, puede contribuir a formar individuos capaces de reflexionar sobre cuestiones éticas y políticas, fomentando así una participación activa (y crítica) en una sociedad que al mismo tiempo que demanda que nos involucremos, mira hacia los costados cuando se presentan severos problemas de injusticia e inequidad.
Asimismo, la filosofía tiene un impacto significativo en el desarrollo moral y ético de los estudiantes, tal como sostuvo Emmanuel Levinas en su obra ‘Totalidad e infinito’ (1961) cuando dejó en claro que la importancia de la ética en el plano educativo merece el tratamiento de la misma como una “filosofía primera”, a saber, como la base de toda relación humana. Esto quiere decir que al incorporar la filosofía en la educación obligatoria se le proporciona a los estudiantes las herramientas necesarias para pensar sobre sus acciones y decisiones, así como también desarrollar una comprensión severamente más profunda de la justicia, la equidad y el respeto irrestricto hacia los demás.
“La ética no es una rama de la filosofía, sino la filosofía primera, porque la relación con el Otro, con el prójimo, precede ontológicamente cualquier otra relación.” (Totalidad e infinito, 1961, p. 36).
Otro aspecto interesante a tener en cuenta es que la filosofía invita a los alumnos a reflexionar sobre cuestiones fundamentales de la condición humana, que jamás van a tener la posibilidad de analizar en cualquiera de los otros espacios curriculares. Por ejemplo, cuando Martin Heidegger, en su célebre obra ‘Ser y tiempo’ (1972), enfatiza la importancia de cuestionar nuestra existencia y nuestro lugar en el mundo, nos está invitando a vivir de una manera totalmente distinta a la que nos propone la sociedad del consumo y de la repetición de opiniones del “se dice” mediático y virtual. La filosofía, desde esta óptica, permite aprender a vivir una vida totalmente distinta, una vida analizada que vale la pena ser vivida mediante un proceso de comprensión que no es exclusivo para mentes brillantes, sino para todo ser al que se le habilite el espacio de preguntarse por su ser. Este tipo de reflexión es esencial para que nuestros alumnos comprendan no sólo el mundo fenoménico que nos rodea, sino también su propia existencia, sus valores y su propósito en la vida, asunto crucial sobre todo en tiempos violentos en los que podemos ver a diario cómo nuestros chicos se ahogan en un vaso de agua por asuntos realmente triviales e intrascendentes.
“La pregunta por el ser no es algo que nos pertenece a nosotros, sino que nosotros pertenecemos a ella.” (Ser y tiempo, 1972, p. 22).
Concretamente, amigos míos, vale la pena que desarrollemos, de la manera más sencilla y pragmática posible, una serie de argumentos que servirán para convencernos de la importancia de incluir la filosofía en la vida educativa de nuestros hijos. En primer lugar, la filosofía nos provee la capacidad de abordar con inteligencia y rigurosidad la complejidad de la realidad, evitando ser intérpretes superfluos y triviales. Estas habilidades son cada vez más necesarias justamente porque vivimos en un mundo donde las respuestas simples e inadecuadas son tan ponderadas. En este sentido, Gilles Deleuze en su obra ‘Diferencia y repetición’ (1968), argumenta que pensar filosóficamente implica un “aprendizaje” de la diferencia, es decir, una capacidad para abordar lo nuevo y lo complejo, sin reducirlo burdamente a lo ya conocido. Vista así, la filosofía educa en la habilidad de enfrentar los problemas sin respuestas simplonas, algo esencial para la conformación de una ciudadanía más culta y comprometida.
“Pensar es crear, no hay otra creación, pero crear es, ante todo, engendrar 'pensamiento' en el pensamiento.” (Diferencia y repetición, 1968, p. 147).
Otra gran ventaja de la filosofía en la formación de nuestros hijos podría venir de la idea del pensamiento filosófico como forma de resistencia a la alienación, tal como sostenía Hannah Arendt en su obra ‘La condición humana’ (1958), en la que expuso que la reflexión filosófica es, sin dudas, una forma de resistir a las tendencias alienantes de la sociedad moderna, que tiende a convertir a las personas en meras cosas y las trata como engranajes de una máquina. En esta modalidad, la filosofía promueve la reflexión sobre la vida mientras que le permite a los individuos resistir estas tendencias autoritarias para mantener su humanidad en medio de sistemas que permanentemente propenden a reducirlos a simples funciones.
“La triste verdad es que la mayor parte del mal es hecha por gente que nunca decide ser buena o mala.” (La condición humana, 1958, p. 180).
Continuando con las ventajas, la filosofía es sin duda un insumo de vital importancia para el desarrollo de la empatía. Además del desarrollo ético precitado, nuestra disciplina favorece esta habilidad que es crucial en nuestras sociedades cada vez más diversas y polarizadas. Al fomentar la reflexión sobre la justicia, la equidad y el lugar “del otro”, también prepara a los estudiantes a ser más comprensivos y compasivos, como sugiere Richard Rorty en su obra ‘Contingencia, ironía y solidaridad’ (1989) al indicarnos que el ejercicio filosófico nos facilita “ensanchar nuestro círculo de preocupación”, promoviendo así una solidaridad que trasciende las diferencias culturales, étnicas y sociales.
“La solidaridad no se descubre por reflexión, sino que se crea. Se crea aumentando nuestra sensibilidad hacia los detalles particulares del dolor y la humillación de otras personas desconocidas.” (Contingencia, ironía y solidaridad, 1989, p. xvi).
Y aquí nos vamos a detener con la ventaja más importante de la enseñanza de la filosofía a nuestros alumnos, a saber, la búsqueda de sentido. Nadie puede negar que estamos atravesando serios problemas con nuestros niños y adolescentes respecto a la búsqueda de un sentido en un mundo que muchas veces quiere vendernos que es ‘cool’ carecer de él. En su obra ‘El hombre en busca de sentido’ 81946), Viktor Frankl sostuvo que la capacidad de encontrar sentido en la vida, incluso en las situaciones más difíciles, es esencial para la salud mental y el bienestar personal y comunitario. La filosofía ofrece ese espacio, para que los estudiantes exploren mediante preguntas existenciales y encuentren significado, algo particularmente relevante en tiempos donde la inmediatez y la superficialidad prevalecen por sobre la búsqueda concreta del sentido.
“Cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos.” (El hombre en busca de sentido, 1946, p. 116).
Como habrán podido apreciar, queridos lectores, la filosofía, bien enseñada, no por hippies amantes de la deconstrucción posmo-progre y serviles a las modas del momento, es sin dudas, una herramienta de emancipación personal y social. El pedagogo Paulo Freire, en ‘Pedagogía del oprimido’ (1970) sostuvo que la educación debe ser vista como una práctica de la libertad, y la filosofía es central para que esto ocurra, ya que permite a los estudiantes cuestionar y desafiar las estructuras de poder que perpetúan la opresión, incluso cuando el yugo está disfrazado de placeres que no hacen otra cosa que ensimismarnos y aislarnos por completo de nuestro entorno comunitario.
“La educación, o bien funciona como un instrumento que se utiliza para facilitar la integración de las nuevas generaciones en la lógica del sistema actual y traer conformidad, o se convierte en la práctica de la libertad, el medio por el cual hombres y mujeres tratan críticamente la realidad y descubren cómo participar en la transformación de su mundo.” (Pedagogía del oprimido, 1970, p. 34).
Incorporar la filosofía en la educación básica y obligatoria no es solamente un deseo académico, sino un compromiso con el desarrollo pleno de nuestros hijos. Como siempre hemos sostenido, filosofar no es perder el tiempo, sino aprender a vivir con profundidad, cuestionando lo que se da por sentado y explorar el sentido de nuestra existencia: es más libre el que aprende a dudar que quien cree que se las sabe todas, o peor aún, que quien cree en absolutamente todo lo que “se dice”. Justamente por ello, al enseñarles a nuestros estudiantes a pensar, a cuestionar y a reflexionar críticamente, les estamos brindando las herramientas para llevar una vida libre, digna y auténtica, capaz de enfrentar los desafíos del mundo con sabiduría y humanidad. En un mundo que suele premiar la estupidez y la superficialidad, la filosofía nos recuerda que lo más valioso no es acumular respuestas y aparentar ser erudito para la foto, sino aprender a formular preguntas. En esa vía de aprendizaje, diametralmente opuesta a la instrucción brindada por cualquier red social que se le entrega al niño “para que no moleste” o por cualquier sistema educativo que deteste la instrucción en el arte de pensar, nuestros hijos encontrarán no sólo su voz, sino también su verdadero ser.
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