La última celebración de las fiestas navideñas es con toda seguridad la más deseada por los más pequeños. Días antes se preparan para ella cuando de forma real o solo mental, escriben una carta en la que expresan aquellos regalos que desean recibir.
En muchos lugares se les invita a entregarla a un paje que hará de intermediario entregándola a los Reyes Magos.
Mágica es sin duda la noche del día 5 de enero, víspera de dicha festividad que tiene un significado mucho más profundo que el del reparto de regalos.
La única referencia que aparece a los Reyes Magos en el Nuevo Testamento la hayamos en el Evangelio de San Mateo:
“Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén diciendo: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle…”
Más adelante se hace mención a la ofrenda que realizaron:
“Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, postrándose, le adoraron, abrieron sus cofres y les ofrecieron dones de oro, incienso y mirra…”
¿Qué sabemos realmente sobre estos personajes? Para algunos autores esta historia es un mito, y que el evangelista, que escribía para los judíos, los utilizó como recurso para realzar la naturaleza divina y el carácter de Jesús como Mesías.
No cabe duda que lo que pretendía Mateo era dejar bien claro que la venida de Jesús no es exclusivamente para el pueblo de Israel, sino para todos los pueblos, incluidos los gentiles.
Ese es el sentido del nombre de la fiesta, Epifanía, que significa manifestación, ya que condensa la manifestación de Dios, más allá de los judíos, a todo el planeta.
Dicho esto pueden surgirnos algunas cuestiones los Reyes Magos:
¿Eran realmente Magos?
Teniendo en cuenta lo que actualmente entendemos por magos, no lo eran. Esta palabra procedía del griego magoi, y del latín magi. Ambas del persa magu.
En la antigüedad con el término mago se designaba a quienes se dedicaban a las ciencias ocultas como los astrólogos, hechiceros, augures, sacerdotes y adivinos.
Se consideraba a la casta sacerdotal como depositaria de todo conocimiento importante, desde las fórmulas para hacer propicios a los dioses, hasta el cultivo de la filosofía religiosa y el estudio de los cuerpos celestes y sus supuestas relaciones con los asuntos humanos, tan extendido en Babilonia.
Eran pues astrólogos o astrónomos- en esta época era lo mismo-, con gran influencia social como consejeros públicos, llegando incluso a ocupar cargos políticos (se llegó a decir que en Oriente se les consideraba reyes).
Los judíos conocieron esta categoría de magos durante su destierro en Babilonia, lo que podría justificar el empleo que hace Mateo de dicho término.
En lo que todos parecen estar de acuerdo es que aquellos viajeros de Oriente que llegaron a Belén eran hombres sabios e ilustrados. Lo que hoy conocemos como “científicos”, personas capaces de interpretar los signos de las estrellas, grandes conocedores de la historia y de las profecías.
No debe obviarse que en algunas traducciones de la Biblia se les presenta como sabios. Hombres de buena voluntad y valientes para emprender un viaje de características semejantes.
¿Cuántos eran?
Lo único que sabemos es que había más de uno. Nada se dice de su número en los textos en los que se mencionan, sino sólo que se nombran en plural.
En un principio, su número variaba según las circunstancias. En las representaciones de la adoración de los Magos que se hallaron en las catacumbas romanas hasta el siglo IV aparecían tanto dos como cuatro, incluso en mayor número de seis u ocho.
Por otra parte, las iglesias de Siria y Armenia defendieron la docena puesto que se identificaba a los Magos como los antecesores de los apóstoles y representaban también a cada una de las tribus de Israel.
Para los coptos los magos fueron sesenta y citaban los nombres de más de una docena de ellos.
En el siglo III d.C. el filósofo Orígenes determinó que los Magos fueron tres ya que fueron tres los regalos que ofrecieron al niño.
Finalmente será el Papa San León Magno I quien establece definitivamente este número. Además habla de sus razas y de las edades.
¿Cómo sabemos sus nombres?
A este respecto cabe decir que si no sabemos con certeza que fuesen tres, lo mismo ocurre con sus verdaderos nombres.
La primera vez que aparecen es en un mosaico bizantino del año 520 ubicado la basílica de San Apolinar el Nuevo en la ciudad italiana de Rávena. Se les designaba como Balthassar, Melchior y Gaspar.
Sería pues la primera representación física que aparece de ellos, descifrándose muchas incógnitas sobre su aspecto y procedencia. En el mismo se distinguen tres hombres de piel blanca, vestidos con elegantes ropajes de estilo persa, peculiares pantalones cubiertos por túnicas y majestuosas capas. Los tres llevan un tocado a modo de turbante cubriendo su pelo. No sería hasta el siglo VIII cuando se representan con la corona real.
Cada uno porta un gran cofre con la ofrenda que llevaban al Niño Jesús. Resulta curioso observar que en ningún momento Baltasar aparece con piel oscura, sino que se le representa con piel clara y barba negra.
Sorprende el detallismo en el paisaje, pudieron observarse al fondo palmeras datileras así como gran variedad de plantas y flores. Y por supuesto arriba a la derecha la estrella que los guio a Belén.
¿Qué animal utilizaron para su viaje?
San Agustín de Hipona también realizó su aportación para la construcción de esta leyenda determinando que los Reyes Magos habían viajado en dromedarios. Como africano, nacido en la actual Argelia, sabía que estos animales eran más veloces que los camellos.
De esta forma trataba de explicar cómo los Mayos habían podido llegar a Belén en tan solo trece días, los que separan el 25 de diciembre del 6 de enero. Desde cuando apareció la estrella, según la tradición cristiana occidental, hasta que tuvo lugar la Adoración.
Quizá no consideró que podían haber trascurrido 378 días, si llegaron un año después.
¿Qué simbolizan las ofrendas?
Los tres regalos que llevaron los Magos al Niño Jesús no fueron elegidos al azar. No son cosas que se regalarían a un niño, pero tienen una importante carga simbólica. Mucho más profunda que la que en un principio dio San Bernardo, quien aseguró que el oro era para aliviar la pobreza de la Virgen; el incienso para desinfectar el establo y la mirra para curar las posibles enfermedades que pudiera padecer.
El simbolismo de las ofrendas fue utilizado en el famoso Auto de los Reyes Magos (obra destacada de la literatura medieval española rescatada por Menéndez Pidal) para averiguar la naturaleza del niño al que van a adorar.
Pregunta Melchor: “¿Cómo podremos probar si es hombre mortal o si es rey de tierra o si celestial?” Y contesta Baltasar: “¿Queredes bien saber cómo lo sabremos? Oro, mirra, incienso a él ofreceremos; si fuere rey de tierra, el oro querrá; si fuera hombre mortal, la mirra tomará; si rey celestial, estos dos dejará, tomará el incienso quel pertenecerá.”
Al aceptar los tres regalos, habría demostrado su triple condición de hombre, Dios y rey.
En este año que acaba de empezar, la noche de Reyes no será tan mágica como en ocasiones anteriores. No habrá cabalgatas, ni reparto de caramelos para pequeños y mayores. Pero no dejemos de tener ilusión y el deseo de que esta vez además de los regalos los Reyes Magos vengan cargados de felicidad y de la salud que tanto ansiamos.
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