Un día, muy lejano en el tiempo, los habitantes de la Plaza de Melilla eligieron como Madre y Protectora a la Virgen de la Victoria. A Ella han elevado siempre sus peticiones con el deseo de ver cumplidos sus anhelos de salud y bienestar. Rogándole que volviera hacia estos hijos suyos, sus ojos misericordiosos y así reconfortarles en los momentos más difíciles.
Explicar lo que se siente, no es tarea fácil. Plasmar en unas líneas la devoción que alberga nuestro corazón no es sencillo. Por eso, en este día tan especial para los melillenses en el que celebramos la festividad de Nuestra Señora de la Victoria, desde la Congregación hemos querido recordar a algunas personas, que de una forma u otra tuvieron un vínculo especial con Ella, y le escribieron con el más profundo de los sentimientos y la mayor de las devociones.
Hagamos nuestras sus palabras henchidas de Amor Mariano:
“Y después de los años, ya muy cerca de dos siglos, la fe de nuestros mayores perdura, y en el devoto santuario de la antigua plaza de guerra, una hermosísima imagen preside desde su Camarín el sueño de la ciudad. Los hijos de Melilla y los verdaderos amantes de sus tradiciones, suben cual peregrinación anual en numeroso concurso el día 8 de Septiembre, fiesta de su Patrona y no hay familia donde el nombre de Victoria deja de perpetuarse en alguna de sus hijas: mientras tanto, el tiempo inmutable sigue su curso, las generaciones se suceden y la campana del reloj viejo de la plaza, que es quizá aquella llamada del Gobierno, o de la Vela, nos evoca con su sonido quejumbroso, toda la historia de Melilla”. Enrique Moya Casals, 1934.
“Hoy día grande para Ti en el que vistes las mejores galas y en el que de gozo estás llena, pues todos tus hijos acuden a Ti con el corazón henchido del más acendrado de los amores a rendirte pleitesía en tan fausto día, y a Ti ¡Virgen mía y Madre amorosa de todos! acudo yo también yo para pedirte protección ya amparo, si, como hasta aquí me lo has acogido: que no me falten nunca tan preciados dones y menos ahora, porque lo necesito cual nunca.
Ilumíname en lo sucesivo más que antes, no me apartes ni un solo instante del camino del bien, mil veces antes morir que desviarme de tan divina senda. No dejes de ser el Faro luminoso y potente que guíe mis pasos como guió la estrella de Oriente el de los Pastores cuando iban a ver y a reverenciar al Niño Jesús, único Dios de Cielos y tierra y única verdad del mundo entero.
Ampara a España entera y haz ¡Madre mía muy amada! que cese tanto lucha como se sostiene en el mundo. Remedia con tu poder omnipotente los males humanos; lleva la paz a todos los corazones, perdona y convierte a los malos. Protege a los buenos y líbralos de todo mal.” Rosa Ripoll Maestre, 1938.
“¡Soberana Reina y Madre de la Victoria: Aquí tienes ante tu celestial imagen al pueblo de Melilla a quien tantas muestras tienes dadas de tu especial predilección; mira Señora, muestra con ojos de piedad a todos tus hijos que imploran de Ti clemencia y misericordia, rogándote nos colmes de bendiciones y que por tu mediación beatísima nos concedas del Señor que veamos en un próximo e inmediato mañana luciendo la corona que todos sin excepción te ofreceremos como obsequio humilde y desinteresado de amor y filial veneración!
¡¡A ti Santa María de la Victoria, Patrona de este pueblo de Melilla, te sea dada toda Honra y Gloria!!”. El Viejo Centurión, 1947.
“La fiesta de la Patrona de Melilla, el 8 de septiembre, revistió desde el siglo XVII inusitado esplendor. Llegada que era su víspera, cubrían los balcones de colgaduras, dando ocasión a que el vecindario, luciera en ellos las mejores de sus colchas y reposteros, poniendo el pueblo un muy señalado empeño en festejar solemnemente a su Patrona, dulce consuelo en sus amarguras. Vestían de gala las tropas, y chicos y grandes disponían desde la víspera lo mejor de su ropilla, acicalando las mozas su belleza y asistiendo la población en pleno, al son de las campanas, a las funciones de la Iglesia, donde el Fraile predicador de turno procuraba excitar, si cabe, el fervor delos melillenses, haciéndoles memoria de los numerosos milagros obrados por intercesión de la Santísima Virgen”. Rafael Fernández de Castro y Pedrera, 1949.
“Soberna, Reina y Señora: Madre amadísima, Santísima Virgen de la Victoria: a Vuestras Plantas me presento en súplica de que aceptéis mi modesto ofrecimiento de entregaros este bastón, símbolo de Mando que ostento...
Lo hago, Madre mía, con satisfacción inmensa, con orgullo de católico y Caballero Congregante de la Asociación que Vos, Señora, patrocináis, convencido, por mi fe, de que me inspiraréis cada día al dedicaros mi primera oración, al despertar, los dones y virtudes necesarios para poder ejercer el Mando, por Vuestra delegación cristiana, justa y acertadamente y para que todos mis actos sean siempre tan honrosos como requieren los servicios a Nuestro Señor Jesucristo, a Vos amadísima Madre, ¡y a mi querida España! José Jiménez Jiménez, 1950.
En las postrimerías de la época estival, las calles y plazas de la centenaria y primitiva Melilla, cobran toda su esencia secularmente católica y de la más pura raigambre española.
¿Qué extraño bullir de gran fiesta que coloca la gracia de su policromía en las vías adyacentes a la Plaza de España, abrigándose después en abanico sobre la faz hermosa de la Acrópolis melillense, preñada de historia y de recuerdos?
Es que sobre las olas, suaves, unas redes de cariños y anhelos, otras, encrespadas de dificultades ha venido logrando una nave que trae la Imagen sacratísima de una Virgen milagrosa, refugio de pecadores y consuelo de afligidos: María Santísima de la Victoria, Patrona de Melilla.
Y anclada eterna y profundamente en la cumbre del Peñón, como estrella hermosa precursora del día y faro esplendente que conduce al Puerto de salvación estará, con la seriedad de sus ladrillos, que encierra cual más preciado cofre, fervores de Santuario.
Por eso bullen en los últimos días agosteños y primeros septembrinos las calles que conducen al Pueblo; porque las gentes van al Santuario de Nuestra Señora de la Victoria a extasiarse con el brillo de sus ojos y a quedar deslumbrados con los resplandores de su valiosa corona, obsequio magnánimo de sus hijos.
Iglesia amplia, donde la majestuosidad de Dios tiene ámbitos para batir sus alas. Al entrar en su sagrado recinto, parece que el alma se dilata y expande para prender sus admiraciones en multitud de detalles: el Altar y presbiterio donde los dorados mármoles rielan la fluorescencia de las luces. Las amplias naves: ¡Así deben ser las del cielo por las que los ángeles gozan contemplando el rostro del Altísimo!
Cuando los fieles salen del templo y se libran del recogimiento que el fervor religioso impone, no es extraño oir esta exclamación: ¡La más bonita! Si, la Iglesia más bonita para muchos, muchísimos, que amén de sus recios y profundos convencimientos cristianos, han conocido en la fastuosidad de este templo, antesala del cielo, a la Virgen de la Victoria.
Esta Iglesia ha vivido unos días desbordantes de entusiasmo y fervores marianos, cuáles han sido los del solemnísimo Novenario en honor de Nuestra Señora de la Victoria, la excelsa Patrona coronada.
La Santísima Virgen ha recibido en los expresados días el homenaje espontáneo de amor y veneración de los melillenses, que alcanzará su grado máximo en la tarde de hoy, cuando la ciudad toda le acompañe en su triunfal recorrido, entre nubes de incienso, aromas de flores y salmos de alabanzas, hasta retornar a su Santuario donde se depositan los generosos sentimientos de este pueblo que lo aclama y adora.
Melilla, hoy como ayer, mañana como siempre, rinde en fecha tan señalada como es la de hoy, en que celebramos su festividad, el fervor pudoroso de su más acendrado amor hacia su amantísima Patrona y renueva con su gozosa actividad de alegre regocijo y unción reverente, expresión elevada de pleitesía filial que late en los corazones de los que nos sabemos acogidos bajo su manto protector”. Francisco Pérez Álvarez, 1956.
“TÍTULO DE ELECCIÓN Y DE AMOR.- Es el que le da la Ciudad y Plaza fuerte de Melilla, la que, desde principios del siglo XVII- casi a raíz de su reconquista-, rendía culto a esta imagen en su primitiva Ermita de Extramuros, y la que también, en 3 de febrero de 1756, ratifica solemnemente como Patrona suya a Nuestra Señora de la Victoria «Divino Embeleso de los fieles y Consuelo de toda la guarnición»- dicen las crónicas-, ya que, como es constante tradición, la Virgen de la Victoria se quiso quedar a compartir los azares de los españoles afincados en esta punta de África, pues estando destinada su imagen para recibir culto en una ciudad americana, varios acontecimientos, de signo providencial, la hicieron fijar su residencia en el rocoso bastión de Melilla la Vieja. Con lo que los deseos de la Señora vinieron a juntarse con los votos de los primitivos melillenses y hace que el origen de su celestial Patronato sea doble y coincidente.
En calidad de Patrona la Virgen de la Victoria velará por el bienestar de Melilla. Epidemias públicas, daños por temporales, asedios, escasez de víveres y agua, ataques por sorpresa, las mil angustias de una plaza fuerte hostigada por enemigos, cuantas puntadas ha costado este manto de púrpura que es Melilla, fueron menos lacerantes en la carne de sus habitantes por el bálsamo de consolación y de gracia derramado por esta Madre de Melilla, la Virgen de la Victoria”. Fray Daniel de Palencia, 1963.
Deseamos a todos los melillenses, sin excepción, un feliz día de Nuestra Señora de la Victoria, Patrona Coronada y Alcaldesa Honoraria Perpetua de Melilla
¡Madre, desde lo más profundo de nuestros corazones te pedimos que tus ojos misericordiosos no dejen nunca de mirarnos. Eleva al Padre las súplicas que te hacemos!
¡Paz y Bien!