Opinión

La estrategia híbrida y asimétrica de Moscú más allá del Viejo Continente

Que la Federación de Rusia está a sus anchas en África, es un hecho más que constatable desde hace años y no solo lo hace en el ámbito militar, porque su estrategia pasa por esparcir su influjo de manera asimétrica, desplegando campañas de desinformación y desestabilización para valerse de las percepciones erróneas del oponente. Y es que, en la cuestión concreta de este continente, nos atinamos con naciones que prósperas en recursos naturales, han de desenvolverse ante arduas crisis políticas y económicas e inconvenientes como el terrorismo o el crimen organizado, donde entra en juego el ‘Grupo Wagner’, para ofrecer ayuda a cambio de convertirse en actores de poder admitiendo un compromiso con ellos.

‘Wagner’, es algo así como una organización paramilitar secreta de procedencia rusa que administrativamente no existe. Hay quienes lo definen como una empresa militar privada o agencia de contratos militares, que interviene en diversas demarcaciones del globo, especialmente en el Este de Ucrania y la República Árabe Siria. Otros lo enmarcan como un escuadrón clandestino de las Fuerzas Armadas de Rusia que es empleado como puntal de apoyo en complejidades donde está implicada. Indudablemente, la coyuntura de ser mercenarios quebranta las leyes rusas.

Si se contempla detenidamente el protagonismo que alcanza la nación más grande del mundo en África, habría que hacer un alto en el camino para ver que la tendría enlazando en el corredor Mediterráneo desde el Estado de Libia con el Atlántico a través de la República de Guinea, por donde se suceden las principales galimatías de movimientos ilegales y crimen organizado.

Con estas connotaciones preliminares, históricamente, África ha desempeñado un papel circunstancial en los alicientes geoestratégicos de Rusia, mayormente por lógicas de lejanía terrestre. En esta realidad de difícil acceso, la República Democrática Federal de Etiopía es el país con el que Moscú ha sostenido una conexión más fluida.

Esta correspondencia vino precedida por la seducción de Rusia en el Cuerno de África e incluso, por afinidad religiosa y se plasmó en el refuerzo ruso en la ‘Primera Guerra Ítalo-Etíope’ (1895-1896). No obstante, es la etapa soviética en la que destaca por producirse un incremento exponencial de la aparición militar en África.

En estos trechos, la URSS dispuso de bases en la República Federal de Somalia o en la República Árabe de Egipto, apuntaló a regímenes conexos con instructores y armamento en la República Argelina Democrática y Popular, República de Angola o en la República de Mozambique. El estímulo no era simplemente la disputa ideológica contra el colonialismo, lo que le facilitó peso político, sino también, acercarse a los recursos naturales y a enclaves geoestratégicos propicios.

Ni que decir tiene, que, tras el desmoronamiento de la Unión Soviética (1991), se redujo notablemente, máximamente por la carencia de recursos y la optimización en parcelas prioritarias. Pero en los últimos años el interés por África es cada vez mayor, contrastado por las inclinaciones positivas económicas y demográficas actuales.

Dentro de este abanico de posibilidades, el cariz de la seguridad se contornea con mayor ímpetu, amplificándose la comercialización de equipos militares y pertrechos rusos a varios estados, lo que comporta el aumento de los vínculos y la proyección de Rusia. Hay que subrayar al respecto, los pactos técnico-militares logrados en Egipto, Argelia o en la República de Guinea Ecuatorial. Asimismo, en los últimos tiempos la disposición militar sobre el terreno ha sido indirecta. Así, las gestiones de empresas privadas en Mozambique, Libia o la República Centroafricana, le permiten conservar cierta valía al prescindir de una intromisión directa.

"Es un grito a voces que la sutileza de Moscú es híbrida y asimétrica sembrando cruzadas de desinformación y desestabilización, combinando a la perfección la acción directa del Estado con la que lanza agentes y capital privado, siempre estos últimos en sintonía con las apuestas del Kremlin”

Es sabido, que África es la superficie más pobre de la aldea global: el 40% de la urbe convive con menos de dos dólares diarios. Si bien, en su subsuelo se aglutina una grandiosa variedad de recursos minerales como el platino, níquel, cobalto, litio o radio, además de oro, diamantes, gas y petróleo. Minerales que por otro lado se hacen imprescindibles para la elaboración de mecanismos tecnológicos avanzados.

Con lo cual, las piezas del puzle que conforman África están en el punto de mira de las atracciones de grandes potencias, al percibir el desequilibrio crónico que repercute a muchos pueblos y, a su vez, es catalogada como una encrucijada para ensanchar su competencia política y encaje económico.

En repetidas ocasiones el modus operandi del Kremlin es enrevesado: una derivación es lo que especifica y otra muy distinta lo que ejecuta. Y este es el proceder que emplea tomando como modelo Libia, una nación clave por su extraordinaria situación geopolítica y excepcionalmente próspera en términos de fuente de energía.

Con el vacío de poder dejado por Muamar el Gadafi en 2011, las fuerzas regionales exploran su liderazgo en la conformación de lo que está por venir, y en esto Rusia lleva visiblemente la iniciativa. O lo que es lo mismo, en la teoría, se desenmascara como el mediador imparcial entre el ‘Gobierno de Acuerdo Nacional’ y el ‘Ejército Nacional Libio’, mientras que, en la práctica, facilita amparo político y militar.

Precisamente es aquí, donde surge el retrato irreemplazable del ‘Grupo Wagner’, una entidad de contratistas militares, hipotéticamente exclusiva y que maniobra como punta de lanza de los intereses comerciales rusos en el extranjero.

Y tras la rúbrica se encuentra el dueño de negocios de restauración y vinculado a una firma de mercenarios, Yevgeni Prigozhin (1961-61 años), interrelacionado perfectamente con el Kremlin y encargado de la denominada ‘Agencia de Investigación de Internet’, cuyas acciones no dejaron de meter baza en las Elecciones Presidenciales a la Casa Blanca en 2016.

Con lo cual, según los analistas y expertos, más que mercenarios se trata de milicias preferentes de Vladimir Putin (1952-69 años), magníficamente equipadas y pertrechadas que no solo salvaguardan las operaciones de empresas rusas en el extranjero, sino que se aprovechan para consolidar el prestigio político de Moscú y afianzar la sustracción de recursos cotizados.

Desde entonces, ‘Wagner’ está activo en poco más o menos cada uno de los escenarios internacionales donde Rusia guarda algún interés propio, pero que no puede permitirse una representación militar directa, al menos en el curso inicial para hilvanar su concurrencia, como Ucrania, Siria, Libia, República del Sudán, República Centroafricana, República de Madagascar o Mozambique.

De igual forma, se ha obtenido la traza de otras compañías militares en espacios como la República de Ruanda, República de Angola, República de Burundi, República Gabonesa, República de Guinea-Bissau, República del Yemen, República de Azerbaiyán o República de Nicaragua. Habiendo operado en primera línea en la ‘Guerra del Donbas’, con un rol más tradicional de capacitación y de seguridad en el ‘Conflicto Interno’ de Sudán y la ‘Segunda Guerra Civil’ en la República Centroafricana y la ‘Guerra Civil’ de Siria.

Por ello, el ‘Grupo Wagner’ se desenvuelve en Siria, Libia, Sudán y en una importante amplificación del África Subsahariana, donde se premia a sus integrantes con salida a reservas de energía, oro y otros metales preciosos que tienen un denominador común: lugares donde Moscú busca sus ganancias. En otras palabras: ‘Wagner’ es cualquier corporación militar dentro del armazón a la sombra de Prigozhin, o que ejerce un molde parecido.

Esto es bastante significativo, porque el dibujo exprime distintas compañías militares implantadas ‘ad hoc’ y ligadas a firmas que dispone en diversos estados en los que trama, contabilizándose miles de individuos, en particular veteranos del Ejército o de los Servicios de Seguridad.

Tal y como explicita el Centro Carnegie de Moscú, un grupo de expertos y sede de investigación que se encarga de profundizar en la política nacional y exterior, así como en la seguridad, la economía y las relaciones internacionales, ‘Wagner’, es lo disfrazado con oscuros tentáculos de Rusia, abarcando dos cometidos fundamentales. Primero, aportar al Kremlin una vía de negación durante el desarrollo de guerrilleros en sectores de conflagración y, segundo, prestarse como instrumento exterior capacitado para fortalecer su influencia con los países receptivos.

Hay que señalar que la evolución se justificó por estudios verificados por grupos de investigación independientes. Parece ser que su rastro está perdiendo chispa que tal vez, pudo haber alcanzado en los acometimientos contra el denominado Estado Islámico en Siria. En cambio, su engranaje en Libia ha sido menos notorio, porque tuvo que insistir en el despliegue de su supremacía aérea desde Siria para intensificar su posición.

Los corresponsales y observadores que han seguido su estela lo sintetizan como una malla de mercenarios formados con las afinidades de la Administración de Putin, a la que llegan a generalizar como una especie de avanzadilla en favor de Rusia.

Conforme con el servicio de la BBC, el Kremlin contradice la efectividad de esta estructura y desmiente que la Dirección pueda aparejar cualquier proximidad o lazos con ‘Wagner’, que conquistó resonancia al respaldar a los rebeldes prorrusos en el laberinto armado de Ucrania, enardeciendo la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014.Desde aquel momento, quienes lo han examinado con escrupulosidad, lo definen como una facción de mercenarios dedicados a actividades en regiones de guerra o labores diferenciadas como ofrecer seguridad o ejecutar embates selectivos. Amén, que algunos lo equiparan con los contratistas de seguridad privada, aunque este está mucho más implicado con la política rusa que sus contrapartes occidentales.

A tenor de lo expuesto, el automatismo de la influencia militar semioficial es una materia ambigua para Moscú. Ejemplo de ello es la incursión producida en el Este de Siria en 2018, cuando una unidad de dimensión destacada de mercenarios arremetió contra fuerzas norteamericanas próxima a un campo petrolero crítico.

Ya fuese el ataque más que necesario y concerniente con la política del gobierno ruso, o se adueñara de los recursos petroleros por una empresa semiprivada, el caso es que dicha agresión acarreó una réplica contundente de Estados Unidos con probablemente cientos de bajas entre los asaltantes soviéticos. Aun siendo un medio rentable para Moscú, estos procedimientos asumen riesgos inherentes, como en el episodio sirio que indujo a una colisión inmediata entre las tropas estadounidenses y los rusos.

Conjuntamente, existen nexos confirmados que ‘Wagner’ es un activo incuestionable del Kremlin. Fijémonos en los Informes proporcionados por Naciones Unidas, donde se indica cómo aviones de transporte de las Fuerzas Aeroespaciales Rusas son destinados para trasladar mercenarios a Libia.

De hecho, los territorios extorsionados por el mercenariado ruso han procedido de cara a este como si correspondieran al Kremlin. Y éste, embauca a todas luces un hormiguero en la reglamentación internacional, al acordar tratados que conceden a los contratistas facilitar asistencia local. Si bien, la dificultad subyace en que las compañías militares privadas rusas no son únicamente contratistas.

Otros Informes recientes sobre la misión de estas organizaciones en África, la inercia de estos proveedores permanece en un patrón preciso, en el que comisionados rusos mantienen diálogos con los regímenes locales para que se les corrobore la utilización de puertos o terminales, al mismo tiempo que se armoniza algún tipo de mediación que escude la recalada de esos contratistas privados, algo así como los servicios de protección o entrenamiento.

Sobre la manera de actuar en el modus operandi, estos grupos asistidos por militares espléndidamente financiados y altamente curtidos, forjan una amenaza embarazosa para las Fuerzas Armadas Occidentales. El margen en el que se mueven debe ser contradicho, porque de lo contrario exentos de leyes bajo las que traman, están libres de impulsar cualquier acto irrebatible en nombre de una nación con total arbitrariedad.

La llamada Revisión Integrada de Downing Street de Londres sobre ‘Exterior, Defensa y Desarrollo’, previene cómo los estados enfrentados al Reino Unido “trabajan cada vez más con actores no estatales, para lograr sus objetivos, entre estos, el terrorismo y el crimen organizado”.

En atención a las indagaciones que establecen los Servicios de Inteligencia de EE. UU., y el Reino Unido, el ‘Grupo Wagner’ ejerce en Libia con más de 2.500 componentes, artillería pesada, tanques y aviones de combate, en el que el Kremlin demuestra poseer evidente atracción, al quedar desde hace más de una década sin su principal socio en el Magreb desde los períodos de la Guerra Fría.

El incentivo del Kremlin por este contorno norafricano encierra un factor geopolítico sustancial: Libia, a unos 353 kilómetros aproximadamente de la Unión Europea, UE, se ha erigido en uno de los itinerarios vitales para la inmigración ilegal rumbo a Europa. Tras advertir la repercusión de esta en la Unión y en muchos de sus estados miembros, Moscú interpretó que esta envolvente podría ser un as en la manga considerablemente eficaz de presión e intimidación.

Además, el Kremlin no solo está preparado para cristalizar proyectos prolongables de exploración petrolífera, sino que igualmente mueve los hilos para imposibilitar que otros lo originen. El propósito es previsiblemente salvar la dependencia estratégica de la UE, sobre todo, de los países miembros del Centro y Sureste, de los hidrocarburos rusos y tomar o coger la delantera a Bruselas para que no diversifique las fuentes de importación de energía.

"Y entretanto, en el preludio de una nueva guerra, Putin ambiciona restaurar la antigua URSS invadiendo Ucrania y Europa se prepara para acoger a los miles de refugiados derivados del conflicto"

A este tenor, las compañías privadas militares rusas practican cualquier modalidad de funciones. Aparte de los quehaceres paramilitares, como las actuaciones cuajadas de ‘tropas de choque’ en Siria y Ucrania, los irregulares son empleados como consultores paramilitares, instructores de facciones y fuerzas extranjeras y para llevar a término actos insurgentes en un estado anfitrión.

En esta tesitura, en 2019, los rebeldes lanzaron una ofensiva a gran escala contra la capital libia, en la que contribuyeron dos centenares de mercenarios, básicamente francotiradores. Una acometividad que podría haber resultado determinante, de no haberse originado la interposición de la Republica de Turquía en auxilio de la conducción de Trípoli.

A resultas de todo ello, en 2018, la Duma, cualquiera de las asambleas representativas de la Rusia moderna, emitió el voto haciendo valer la ilegalización de los grupos militares privados. Sin embargo, en su reunión de prensa anual y para sorpresa de todos, Putin declaró literalmente que “mientras no violen la ley rusa, tienen derecho a trabajar y perseguir sus intereses comerciales, en cualquier lugar del planeta”.

La aparente complicidad del Kremlin hacia estas compañías, entre las que se acentúa el ‘Grupo Wagner’, no es de extrañar. Se tiene la opinión que Rusia no reforma la ley para entretejer el control sobre una configuración que es particular, aunque integrada en el Ministerio de Defensa y el Servicio de Inteligencia. Luego, la valoración de ‘Wagner’ es que permite lo que los rusos llaman ‘falta de evidencia’, o mejor aún y para ser más riguroso, la ‘negativa aceptable’.

Con ello, Rusia actúa militarmente lejos de sus fronteras sin las altas cuantías que presumiría una fuerza militar de envergadura. Estos gastos podrían ser en forma de las bajas causadas de sus soldados y redundando en su reflejo de cara a la galería internacional y juicio público o costes diplomáticos, al asistir a tiranos en asuntos como la represión.

A la par, prescinde del peligro de la escalada bélica, porque no son militares los que se sacrifican o sucumben, sino elementos que en principio Rusia no reconoce. Todo lo anterior simula que posea un ingenio de política exterior mucho más cimbreante de las que monopolizaba hasta hace pocos años.

Libia es el paradigma más elocuente de cómo Putin estaría procediendo en la rehabilitación de atar los cabos sueltos históricos, políticos y militares con unos cuantos estados de África y Oriente Medio, como compensación a la pujanza de los territorios de Occidente y el nuevo líder regional en la palestra: Turquía.

Toda vez, que se constata otra casuística como el Informe del Ministerio de Relaciones Exteriores germano que denota que se ‘aseguraba por contrato’ que a Rusia ‘se le permitiría construir bases militares en seis países’. Estos son la República Centroafricana, Egipto, Madagascar, Mozambique, Sudán y el Estado de Eritrea. Dicho documento clasificado sugiere al pie de la letra que Putin ha convertido África en su ‘máxima prioridad’.

A decir verdad, en la República Centroafricana ‘Wagner’ no percute únicamente por motivaciones económicas, al tratar de hacerse con recursos minerales y otros contratos potenciales, intentando comprimir la influencia de Francia en lo que antes era un baluarte francés, a merced de Rusia.

Aunque sería compendiar demasiado en esta disertación, ha de comprenderse que los intereses de Rusia contra más se distancian de su periferia, son cada vez más minúsculos en lo que atañe a la Seguridad Nacional.

Su intrusión en continentes como África, primordialmente, en el cinturón subsahariano o en la República Bolivariana de Venezuela, pasa por el semblante económico, estratégico, promoción de la multipolaridad y estatus internacional. Obviamente, a cambio de su cooperación en este tipo de artimañas, Rusia gana más influencia y estatus.

Véase la notoriedad adquirida por Rusia en Siria respaldando a un líder totalitario y absorbente sitiado por la Comunidad Internacional, valiendo de muestra para transferir estos servicios y otros más, como la cábala electoral por medio de expertos con experiencia en el sistema político ruso.

Consecuentemente, sea como fuere, haya o no afiliados del ‘Grupo Wagner’ capaces de movilizar a miles de combatientes mercenarios a zonas de conflicto, la República Centroafricana se ha constituido en la catapulta del tercer continente más extenso, tras Asia y América y rediseñando el mapa de África.

Es un grito a voces que la sutileza de Moscú es híbrida y asimétrica sembrando cruzadas de desinformación y desestabilización como ocurre en la República de Mali, combinando a la perfección la acción directa del Estado con la que lanza agentes y capital privado, siempre estos últimos en sintonía con las apuestas del Kremlin. Y, como resarcimiento, el Estado o las empresas rusas se apoderan de suculentos contratos comerciales, adjudicaciones para el disfrute de recursos naturales o áreas para ubicar bases militares.

Por lo tanto, la eclosión y revelación del ‘Grupo Wagner’ parece imparable en la trastienda de Rusia. Primero fueron Mozambique y Sudán (2017), a continuación, la República Centroafricana (2018), posteriormente, Libia (2019) y, últimamente, Mali. Y en el ojo del huracán, Burkina Faso.

A diestro y siniestro, no son pocos los territorios de la zona occidental y saheliana, fundamentalmente sacudidos por las garras del terrorismo yihadista y el crimen organizado, que han registrado tumultos o conatos golpistas como la República de Chab, Guinea o Mali.

Y entretanto, en el preludio de una nueva guerra, Putin ambiciona restaurar la antigua URSS invadiendo Ucrania y Europa se prepara para acoger a los miles de refugiados derivados del conflicto.

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