Opinión

La estatua de Franco

El Gobierno local aprobó en Consejo de Gobierno retirar la estatua de Franco que da la bienvenida a todo el que llegue en barco a Melilla, por su ubicación estratégica a la salida (o entrada) de la Estación Marítima. Para darle mayor seguridad jurídica a la cuestión, llevarán este tema al Pleno de la Asamblea de la Ciudad, en un ejercicio de democracia.

Vaya por delante que a mí, personalmente, me molesta la estatua de un dictador en cualquier rincón de mundo, pero entiendo, en este caso, que hay muchas sensibilidades en juego, por la relación que tuvo Franco con Melilla y también porque la escultura que, desde el punto de vista artístico, a mí no me dice nada, levanta pasiones en ciertos sectores de esta ciudad.

Entiendo que la Ley de Memoria Histórica justifica la retirada de la escultura sin más explicaciones que las justas: estamos en democracia y los nostálgicos de tiempos pasados tienen que aguantarse, les guste o no.

Sin embargo, veo bien que se lleve este tema a la Asamblea para que cada uno de los partidos políticos se retrate. Los que creen que la estatua de Franco es arte y, por tanto, debe ser conservada, pueden defenderlo y así, como mínimo, tenemos la oportunidad de identificar los gustos estéticos de cada uno de nuestros dirigentes.

Para entender este problema siempre lo traslado a lo que me afecta emocionalmente, como es el caso de Cuba. Cuando llegue la democracia a Cuba, ¿me gustaría llegar a una ciudad remota de la geografía cubana y encontrarme una estatua de Fidel o Raúl Castro o del Che Guevara? La respuesta es un no rotundo.

En eso los alemanes mantienen la política de tolerancia cero. No hay estatuas de Hitler en las calles de Alemania sean o no obras de arte. ¿Y saben por qué? Porque independientemente de los radicales, que los hay en todas las sociedades, Alemania se unió como nación para superar la barbarie del nazismo.

No nos engañemos. No hay dictaduras buenas o malas. Todas las dictaduras son malas porque nos privan de derechos civiles y políticos (incluso económicos, sociales y culturales) que hoy en España nos parecen naturales, pero que en otros países, como el mío, hay jóvenes que los están peleando con todas sus fuerzas y eso les está costando ir presos día sí y día también.

Sé que hay quienes creen que dictaduras como la de Pinochet, que contrapuso los crímenes de los desaparecidos a un desarrollo económico sin precedentes no pueden ni de lejos compararse con la de Cuba, que tiene el país completamente arruinado y camino a una hambruna, que no se veía desde el Período Especial, eufemismo con que Fidel Castro denominó la mayor crisis económica que hemos vivido los cubanos desde las guerras de independencia.

Pues no. Tan mala es la que hace crecer la economía como la que la hunde en el fango. No hay dictaduras buenas y malas, de la misma manera que no hay violaciones intrascendentes de derechos humanos. Es una cuestión de abrazar con ganas la democracia.

No soy ajena a la exacerbación del sentimiento nacional en Melilla. Lo entiendo debido a nuestra cercanía geográfica con Marruecos y lo mucho que el país vecino hace por doblegarnos. También entiendo que para muchos militares es difícil no respetar a otros militares, de otras épocas e incluso de otras ideologías.

Por eso tenemos a Sanjurjo enterrado en nuestra ciudad sin que ese entierro haya causado disgustos mayores ni indignación mayúscula ni protestas multitudinarias entre la ciudadanía. Los muertos, en algún lugar tienen que estar y Melilla es tierra de acogida. Aquí los que venimos de fuera nos sentimos como en casa.

Pero de ahí a venerar la estatua de Franco con fotos como la que hace unos años se hizo un grupo de miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad de élite de este país no ayuda a vender la imagen de una Melilla próspera y moderna. Todo lo contrario, nos convierte en un reducto franquista, donde incluso hemos tenido a mandos defendiendo que el cuadro de un dictador forme parte de un salón militar junto al del Rey.

Sé que este debate es ante todo emocional. Pero desde mi condición de española de adopción y de cubana exiliada creo que los muertos, muertos están y por el bien de todos no debemos avivar viejos rencores. Eso no significa que ignoremos la estatua de Franco para no poner de uñas a unos cuantos franquistas residuales que quedan por ahí. Hay debates que hay que enfrentarlos. Y éste es uno de ellos.

No podemos permitirnos ser la última ciudad de España en retirar una estatua franquista de sus calles. Vamos a dejarnos ya de hacernos los locos, los nostálgicos o lo que sea.

La democracia ha traído prosperidad y libertades a este país. No reneguemos de ello. Y como jugada política, llevar el tema a la Asamblea es una encerrona en toda regla al resto de partidos. Les obliga a retratarse. Nos dan una oportunidad de oro de comprobar quién echa de menos a Franco y quién lo ha superado.

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