Lleida, Almería, Granada, Málaga, Huesca, Lugo… todas estas provincias han sufrido rebrotes de coronavirus en los últimos días. ¿Qué nos hace pensar que no ocurrirá lo mismo en Melilla? Todas las precauciones son pocas porque como no sabemos nada del virus, lo que ayer era una verdad absoluta, hoy está en cuarentena. Sería una soberana estupidez encomendarnos a San Moha. Los santos protegen, pero el milagro lo obramos nosotros solos.
Ahora tenemos más dudas que certezas. Por ejemplo, se ha dicho que la Covid-19 no se transmite por el aire. Sin embargo, un número cada vez más importante de científicos ha pedido ya a la Organización Mundial de la Salud que refrende esta vía de contagio.
Preocupa, especialmente a la población de riesgo, la mutación del virus, que nos convierte a todos en objetivos vulnerables. Si bien el estudio nacional de seroprevalencia nos ha venido a decir que aquí el nivel de inmunidad es de un 3,4%, superior al de Valencia, Castellón, Sevilla o Huelva, eso no nos garantiza nada.
El pasado fin de semana, el Ministerio de Sanidad contabilizó en nuestro país 1.244 nuevos positivos, la cifra más alta de los últimos 30 días; a la que hay que sumar otros 12 fallecidos. Estos datos tienen su explicación en los 47 brotes que han devuelto al confinamiento a 300.000 personas en las comarcas del Segriá, en Lérida, y La Mariña, en Lugo.
Parar la propagación del virus es responsabilidad ahora de las comunidades autónomas, que nada pueden hacer sin la complicidad de todos y cada uno de nosotros. Supongo que quienes han regresado a la nueva normalidad como si el virus hubiera desaparecido de la faz de la tierra, han olvidado lo mucho que sufrimos durante tres meses de confinamiento, encerrados en casa, viendo cómo la economía se nos moría lentamente sin que pudiéramos hacer absolutamente nada por impedirlo.
Todavía no hemos podido quitarnos los kilitos de más que cogimos durante el estado de alarma y ya hay compatriotas que han tenido que volver a encerrarse en casa para evitar el contagio de un virus cada vez más letal.
Pesa a nuestro favor el hecho de que no tenemos temporeros en Melilla, uno de los principales focos de contagio en la península. No lo decimos con el ánimo de criminalizar al sector agrícola sino porque la Covid-19 ha venido a confirmar que la contención del virus entiende de clases sociales, de nivel cultural y de dinero. No es cierto, como pensábamos al principio, que la pandemia no distingue entre ricos y pobres. Los estudios han demostrado que los barrios más deprimidos, con mayores índices de pobreza son los que más han sufrido la enfermedad. Para muchos trabajadores del campo, confinarse 14 días es un lujo que no pueden permitirse. Necesitan el dinero para mantener a la familia y por eso ocultan los síntomas y al final terminan regando el virus como la pólvora.
Para una economía deprimida como la nuestra, volver al confinamiento puede ser mortal. Especialmente porque los incentivos económicos son insuficientes, no sólo en Melilla sino en el resto de España. Un mes después de iniciada la nueva normalidad todavía no hay fecha para que llegue el dinero del Plan Marshall de Bruselas. De momento, tenemos titulares, promesas y buenas palabras, pero con esto no se come, ni se salvan empresas.
No son buenos tiempos para cabrear a la gente. El ciudadano tiene demasiada presión encima como para que nuestros políticos se den el lujo de apretarles un poco más las tuercas. Pero duele constatar cómo a pie de calle observamos un exceso de relajación que no se corresponde con lo que hemos vivido hasta hace apenas un mes.
Ahora hablamos de posible rebrote, pero en cuestión de dos o tres meses estaremos hablando de una previsible segunda oleada del virus. ¿Estamos preparados? ¿Hemos comprado suficientes mascarillas, guantes y EPIs? ¿Hemos hecho todos los tests recomendables? ¿Disponemos de PCR? ¿Tenemos previsto qué hacer con la vuelta al cole o a la universidad si las cosas se tuercen?
Son demasiadas preguntas que espero que a estas alturas no cojan a nadie desprevenido. Porque con la frontera cerrada es evidente que el coronavirus que nos llegue de rebrote vendrá en barco o avión hasta tanto no se confirme que el aire que respiramos lleva y trae el virus. Si lo refrenda la OMS, quedaría esclarecido el misterio de la transmisión comunitaria.
Por eso apelamos a la prudencia. Todos tenemos ganas de abrazos, de besos, de dejar de chocar los codos y en su lugar volver a estrechar las manos. Pero no se puede. El uso de la mascarilla ha demostrado su sobrada eficacia, siempre que ésta sea eficiente y no un trapito de cocina de esos que no valen ni para limpiar cristales. En estos tiempos y con estos calores se hace cuesta arriba ponérsela, pero nos jugamos mucho. Como personas, la vida. Como país, la supervivencia económica de nuestras empresas.
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