Estado Islámico y la conexión de 5 puntas

Escribía en mi última colaboración en este periódico, sobre el discurso del Rey Mohamed VI y el mensaje si no escondido, sí sibilinamente disimulado que sus palabras transmitían.

Se hablaba entonces, y de esto hace dos semanas, de la necesidad de que Marruecos, sus dirigentes (más abajo del Palacio Real de Rabat-Salé), y sus Servicios de Seguridad, continuasen, o quizás comenzasen, una verdadera lucha contra el islamismo radical que, oficiosamente (ya que no hay datos oficiales) redunda en los bajos fondos de la sociedad.

Se daban detalles, más o menos afinados por razones de seguridad, de la presencia de elementos radicales en determinadas zonas del país, y sobre los cuales la presión ejercida por los Servicios de Inteligencia era cuanto menos, suave.

Pues bueno, ahora, dos semanas después, se está demostrando que el radicalismo existe en Marruecos, que una parte significativa de su sociedad, no por cantidad pero sí por peligrosidad, está impregnada, afectada y contagiada del germen del islamismo radical.

Esta constatación de hechos no se ha producido, curiosamente, en los territorios patrios del Reino alauita, sino allende sus fronteras, en Europa.

Desde que se descubrió el primer vehículo cargado con bombonas de gas dispuestas de manera que pudiesen producir una explosión de magnitud impactante en París, tanto las Fuerzas de Seguridad galas, como las de Bélgica, e incluso las de España, han llevado a cabo diferentes operaciones, que han concluido con la detención de numerosos potenciales o probados terroristas.

El detalle de interés, y que desde Rabat debería poner todas las alertas a funcionar, es que la mayoría, en el caso de los elementos hostiles de sexo masculino, son de procedencia marroquí.

¿Casualidad?, bueno podría ser, aunque la fórmula matemática que diese lugar a esa probabilidad se me antoja complicada. Sin embargo, lo que es evidente, irrefutable y probado es que los individuos que, de manera directa o indirecta, apoyan, incitan e incluso planean acciones violentas en territorio francés, belga o español, tienen en muchos casos nacionalidad marroquí.

Esto no significa mucho, si se tiene en cuenta la numerosa comunidad que del Reino norteafricano está afincada en los países citados, menos aún cuando dentro de la lógica que orbita alrededor de los movimientos migratorios, Marruecos es, por proximidad geográfica, el país que debiera, y lo hace, tener más compatriotas en territorio europeo. No obstante, más allá de esta justificación socio-geográfica, se adivina, para quien lo quiera ver, otro componente que si bien no afecta directamente a Europa, sí tiene una importante repercusión en los dominios del Mohamed VI.

A nadie se le escapa, por lo inverosímil y casi imposible de evitar, que aquellos marroquíes que viven en Europa, permanente o transitoriamente, mantienen sus vínculos familiares con Marruecos.

Prueba de ello es la famosa Operación Paso del Estrecho que verano tras verano colapsa los puertos españoles con cientos de vehículos buscando cruzar el Estrecho de Gibraltar para volver a Marruecos.

De la misma manera, a nadie se le escapa que esos vínculos familiares pueden tornarse de “otro tipo” usando esa excusa de la visita anual a sus seres queridos. Por último, tampoco es ajeno a cualquiera que, la proximidad de Marruecos a Europa, en concreto los aproximadamente treinta metros que cubre la valla fronteriza española en sus ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, facilita y hasta fomenta, ese flujo humano de cadencia constante entre el Reino alauita y el “viejo continente”.

Siguiendo con este razonamiento, que más parece una lección de geografía que otra cosa, y sin querer ser extremadamente exhaustivo porque ello daría para llenar más de las dos páginas que tengo autorizadas, lo que es verdaderamente preocupante es que la procedencia marroquí de un buen número de los detenidos durante las últimas semanas en los tres países europeos, marca un patrón humano que Rabat no puede obviar.

La existencia de elementos radicales en Marruecos es un hecho, probado y constatado, incluso por las propias autoridades cuando dan publicidad a sus operaciones policiales, sin embargo, también se está demostrando que esta presencia puede ser más letal, o cuanto menos preocupante, de lo que parece. Si de España se habla como país “logístico” para aquellos que buscan unirse a los grupos armados que luchan su Yihad en África u Oriente Medio, Marruecos es el “hub” (anglicismo de moda para llamar al centro de actividad de algo) de esos individuos, donde se les asigna un “destino” por Allah (su Profeta ad hoc, que no el de los millones de practicantes del Islam que, como los marroquíes, pueblan la Tierra) donde acabar con el infiel. Se ha repetido hasta la saciedad resultando casi cansino (y no quiero entrar más en ello para que mi buena amiga Tania, a la sazón directora de este periódico, no me saque tarjeta amarilla), la existencia de campos de entrenamiento primarios en territorio marroquí.

Se han dado detalles, más o menos concretos, de la ubicación de los centros de recepción y distribución de esos voluntarios. Incluso se ha llegado a publicar, y este periódico es puntero en ello, datos sobre redes de financiación que asientan sus tentáculos en el mundo del narcotráfico. Y ante todas estas informaciones, la respuesta desde Rabat parece ser excesivamente nimia, por no decir, parafraseando a una figura significativa de la historia moderna española, “ni está ni se le espera”.

En estos momentos, Estado Islámico, la principal amenaza de Europa, está en sus horas más bajas, y se espera que sigan bajando, lo que implica que la única salida que tiene la organización es la de convertirse en un grupo terrorista al modo de al-Qaeda, pero más letal si cabe, por lo que este tipo de individuos son muy necesarios.

No se trata solo de personas que, de una manera u otra, han sido imbuidas del germen radical y que pueden acabar segando vidas de inocentes en Europa, sino que, colateralmente, son utilizados para esparcir, cual virus de la gripe en pleno mes de enero, su semilla islamista en sus círculos de influencia (familia, amigos, conocidos).

Y en este segundo aspecto, Marruecos corre un importante peligro el cual irremediablemente afecta a Europa.

Que los Servicios de Seguridad marroquíes son eficientes, profesionales y activos es un hecho conocido; que esos mismos servicios son los responsables parciales de las detenciones realizadas en España y otros países europeos de compatriotas relacionados con el terrorismo islamista también, sin embargo, la pregunta clave es ¿por qué no en Marruecos?

Parece que la vieja política de “nadar y guardar la ropa”, como ya comenté en mi anterior artículo, sigue estando presente en los entornos de Rabat. De hecho, es prácticamente imposible que ante una detención de un individuo en Europa, como la que la Policía Nacional ha realizado hace dos semanas, no exista una operación similar en territorio marroquí.

Es imposible, o al menos difícilmente asimilable (por no decir injustificable), que los detenidos en Francia y Bélgica no tengan conexiones con amigos, conocidos o familiares en Marruecos.

Pues bueno, a pesar de lo que el lector pueda pensar, lo tristemente cierto es que no hay operaciones relacionadas en nuestro vecino del sur. Parece ser que los marroquíes detenidos en España, Francia o Bélgica son individuos aislados, que viven en un vacío existencial que les hace pensar en el mal solo cuando cruzan la valla fronteriza de Ceuta o Melilla, o cuando suben la escalerilla del avión en Rabat. Esta forma de “no querer” ver lo evidente está haciendo mucho daño a un país que no lo merece.

Decía en mi anterior artículo que el mayor peligro para Marruecos es al-Qaeda, y no me retracto de ello; sin embargo, no profundizando en la semilla islamista que poco a poco se extiende por el norte, puede llegar un momento, no muy lejano, en que el peligro también se llame Estado Islámico.

Es necesario que, de una vez, se tome en serio el problema, se actúe con determinación y se ponga freno a la amenaza que poco a poco se cierne sobre el país.

No es suficiente que los Servicios de Inteligencia apoyen a sus colegas del norte, desde España hasta Bélgica, sino que además es imperativo que también operen con la misma eficiencia en su propia casa.

Me decía un buen amigo con quien estuve comiendo el jueves en un restaurante en Blackfriars Road, en el centro de Londres, que en Marruecos no se mueve nada sin el conocimiento de los Servicios de Inteligencia, y me puso un ejemplo de ello. No voy a entrar en detalles pero tiene toda la razón. Por ello, me pregunto ¿dónde están esos Servicios de Inteligencia cuando se trata de localizar y neutralizar a los elementos islamistas?

El Rey Mohamed VI tenía toda la razón cuando dijo en su discurso de agosto que “es necesario unir fuerzas para luchar contra el terrorismo”. Ya entonces al respecto de estas palabras comenté que también era necesario escucharle, no solo oírle. Las operaciones policiales en España, Francia o Bélgica, por citar las últimas, si bien son positivas para los países citados, serían mucho más para Marruecos si tuviesen su eco operativo en el país.

No se trata en estos momentos de demostrar lo buen vecino que es uno ayudando a descubrir los problemas que pueden afectar al otro, sino de unir esfuerzos, combinar acciones y perseguir el mismo objetivo si se quiere vivir en paz.

El momento de “nadar y guardar la ropa” toca a su fin, como de manera opuesta toca arrebato el de preparase para recibir a aquellos que meses hace marcharon a luchar bajo la bandera de Estado Islámico o al-Qaeda en Siria.

Si Marruecos no pone freno ahora a esa presencia de elementos islamistas en su territorio, luego será tarde. Esas conexiones que sin lugar a dudas tienen los detenidos en Europa, pueden ser (y seguramente serán) usadas por aquellos que regresan de su Yihad bien para establecerse de nuevo en el país bien para seguir camino hacia terceros del viejo continente. La responsabilidad es grande, y quizá más que eso, crítica, pero como ya se definió una vez, el Reino de Marruecos es la última barrera al islamismo radical que tiene Europa.

La bandera de Marruecos es roja en fondo y ostenta una estrella de cinco puntas en el centro, símbolo del Sello de Salomón. Por su parte, esta estrella, verde en color, representativo del Islam, simboliza la vida, la salud y el conocimiento. Es momento, más ahora que nunca, de hacer que este simbolismo sea una realidad y que la conexión de “cinco puntas” que los islamistas pretenden fortalecer por lo útil que les viene, se rompa. Es en beneficio de Marruecos y de Europa.

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