Opinión

España profundiza su compromiso en favor de la estabilización en el Sahel

El Sahel que traducido en árabe significa “borde, costa, orilla”, se refiere a la frontera que es la zona de transición entre el Norte y el Sur de África; pero, también, la superficie que se amplifica entre el Sáhara y la sabana, franqueando de Este a Oeste el corazón del continente desde el Océano Atlántico al Mar Rojo por diez estados: Mauritania, Senegal, Malí, Burkina Faso, Níger, Nigeria, Chad, Sudán, Eritrea y Etiopía.

Esta área fluctuante compuesta mayoritariamente por países islámicos con gobiernos escurridizos, aparejan evidentes inconvenientes para desplegar el control y existen desafecciones políticas donde azotan males de diversa índole, como la propagación de conflictos interétnicos y religiosos, la anomalía del terrorismo yihadista, la pugna por los recursos naturales o los estragos del cambio climático, y coligados a los componentes anteriores, una pobreza endémica y la violencia extrema avivan los flujos migratorios que, indiscutiblemente, ponen en jaque la subsistencia de los ciento cincuenta millones de personas que lo ocupan, de los cuales, más de treinta y ocho millones precisan desesperadamente ayuda humanitaria.

A ello hay que añadir, que este delicado contexto desenmascara que los índices de desarrollo humano están rezagados: más de la mitad de la urbe prosigue conviviendo por debajo del umbral de la pobreza; servicios primordiales como la salud o el agua y el saneamiento o la educación, continúan estancados. Es así de sencillo de puntualizar con palabras sucintas, pero, a su vez, tan complejo con hechos constatados, como el Sahel se convierte en el caldo de cultivo y el epicentro por el embate inexorable del hambre más descomunal.

Si bien, quienes conocen a fondo esta demarcación azotada por sus avatares, afirman que es un espacio en el que es posible mirar a los ojos de cualquier conocido o extraño, porque creen estar en la certeza, que la generosidad y la resiliencia de sus habitantes son el verdadero motor de cambio.

“Es así de sencillo de puntualizar con palabras sucintas, pero, a su vez, tan complejo con hechos constatados, como el Sahel se convierte en el caldo de cultivo y el epicentro por el embate inexorable del hambre más descomunal”

Si acaso, para resistir a la imponente crisis multidimensional que allí se aglutina, pero que en esta aldea global se agranda vertiginosamente y de una u otra manera acaba salpicándonos en su totalidad.

Con lo cual, el Sahel, es la tierra multidimensional más intrincada e incierta del planeta por los factores tangibles e intangibles que la delimitan. Las condiciones atmosféricas, dícese de un suelo preferentemente desértico y condicionado arduamente por el cambio climático, junto con las tradiciones éticas enraizadas, son el origen del nomadismo de numerosos poblados y de la incertidumbre alimenticia de la región.

Recuérdese al respecto, que Burkina Faso, Níger, Chad y Malí se hallan entre los estados con menor índice de desarrollo humano y se considera que treinta millones de individuos no dispondrán de racionamiento de comida y que doce millones demandarán asistencia alimentaria.

A las coyunturas climáticas han de añadirse los matices geográficos y políticos. Los pueblos de la comarca salvaguardan como pueden frágiles fronteras, gracias a la libre circulación de sujetos decretada por la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, por sus siglas, CEDEAO, prevaleciendo un importante volumen de migración interregional por causas laborales. Asimismo, los laberintos en la franja han producido migraciones internas.

En cuanto a los entornos políticos, la escasez de estructuras de Estado han generado vacíos de poder en regiones propensas para el establecimiento de grupos terroristas y otras facciones organizadas y promotoras de la desestabilización de la zona.

Como ejemplos indiscutibles que perfectamente retratan este panorama con desafecciones políticas, podría hacerse mención a la rebelión de los combatientes tuareg tras la caída de Muamar el Gadafi (1942-2011), repercutiendo principalmente a Malí; o la progresión yihadista con grupos como Al Qaeda en el Magreb Islámico y Movimiento para la Unidad de la Yihad en África Occidental; o el protagonismo de Dáesh por medio de Boko Haram que actúa en el Norte de Nigeria; además, de las pugnas étnicas y los golpes de Estado sostenidos que constituyen algunos de los ingredientes determinantes del curso geopolítico del Sahel.

A los elementos derivados de las acciones terroristas han de incorporarse otros procedentes de la seguridad como la trata de personas o el tráfico de armas y drogas. El litoral atlántico es la puerta de acceso predominante de estupefacientes tanto para África cómo para el Viejo Continente.

A su vez, el Golfo de Guinea se ha erigido en un foco de secuestros y en fuente de ingresos para las partidas armadas que se aprovechan de la porosidad de los límites fronterizos, reasentando a los rehenes de un recinto a otro.

Como acicates a los trastornos anteriormente aludidos, la disposición geomorfológica del Sahel lo hace más vulnerable. Siendo la travesía de comunicación con Europa y, por ende, transitando la migración con víctimas y no víctimas de tráfico humano. En paralelo, su proximidad al Centro de África, fundamentalmente, con la República Democrática del Congo y la República Centroafricana y los núcleos de grupos terroristas como Nigeria, indisponen su dominio.

Con estas señas de identidad, el binomio seguridad-desarrollo se hace más implacable en esta parte del continente. Porque el desenvolvimiento de los territorios está fusionado a la seguridad, como al fortalecimiento de la vigilancia de las fronteras y de los Estados de derecho, pilares sobre los que se cimientan los proyectos de cooperación de España y de la Unión Europea, en adelante, UE.

A pesar de las circunstancias desfavorables que subyacen en los últimos años, el interés de España por el Sahel emerge en 2005 con el envite por África en la política exterior del primer Ejecutivo de José Luís Rodríguez Zapatero (1960-61 años), con el ‘Plan África en 2006’.

Obviamente, prevenir y precaverse de los flujos migratorios ilegales aparecidos en la Península, Islas Canarias y Ciudades Autónomas de Ceuta y Melilla, se convirtieron en el principal empeño en materia de migración.

Por aquel entonces, España promovió fórmulas para crear empleo en la región, formalizó programas de migración regular para las épocas de recolección en España, e indujo a la contribución bilateral con diversas naciones del Sahel. Sin inmiscuir, que la CEDEAO, colaboró para la previsión de la migración irregular en eventos de concienciación.

Ni que decir tiene, que en los años 2005 y 2006, respectivamente, Madrid impulsó una incursión diplomática, dando pasos a embajadas y consejerías, e inaugurando relaciones bilaterales con unos cuantos estados de África Occidental. Sin embargo, las vicisitudes críticas de Mali de 2012 y sus derivaciones en Níger, Burkina Faso, Chad, Nigeria y la República Centroafricana, alteraron la agenda de la cooperación española y europea.

El devenir de los grupos armados y terroristas de la circunscripción y los potenciales desenlaces que aparejaban para Europa, apremiaron a la UE a acrecentar su aparición a través de los Estados miembros, colocando al terrorismo en una aspiración cardinal de los contactos con la región.

A las enormes dificultades de Malí se yuxtapuso la crisis económica en España por la que se comprimieron las partidas en cooperación al desarrollo. Para ser más preciso en lo fundamentado, en 2012, el presupuesto decreció hasta los 1.294 millones de euros, o lo que es igual, un 65,4% menos al año anterior.

En atención al ‘Marco de Asociación País’, contemplando a Níger, la ‘Ayuda Oficial al Desarrollo’ rebasó los 170 millones de euros entre 2008 y 2012, acortándose hasta los 20,1 millones de euros entre 2014 y 2016; y observando a Malí, la colaboración española entre 2008 y 2011 correspondió a 104 millones de euros y la computada para 2016-2018 cayó a los 21 millones.

No obstante, aun con los recortes presupuestarios, el término expreso del Sahel, junto con América Latina, vuelven a ser prioritarias para España, porque las dos regiones alcanzan el 75% de la ‘Ayuda Oficial al Desarrollo’ en el ‘Plan Director de la Cooperación Española 2013-2016’.

En nuestros días, la aportación de la UE pasa irremisiblemente por la ayuda humanitaria, el soporte en razón de desarrollo y políticas de seguridad y defensa, como conclusión en la conformidad del ‘Plan de Acción Regional Sahel’. Dicho método focaliza sus desvelos en el cuidado de la radicalización, la plasmación de condiciones recomendables para la juventud, la migración y movilidad y el cometido denodado de las fronteras para repeler el tráfico indebido.

“Es sabido que España dejó de mirar de reojo a este cóctel de militarización hace algo más de una década, cuando las mafias de tráfico de personas despuntaron para internarse en los derroteros migratorios desde Mauritania y Senegal, con sentido a la Península Ibérica, explotando las Islas Canarias y los enclaves de Ceuta y Melilla”

Aunque geográficamente la franja se prolonga hasta Eritrea y el Norte de Etiopía, es la porción Occidental la que sostiene mayores desequilibrios e inestabilidades, convergiendo a los advenimientos migratorios con destino a Europa. Me refiero al puzle que amasa el Norte de Senegal, el Sur de Mauritania, Malí, el Norte de Burkina Faso, el extremo Sur de Argelia, Níger, Centro de Chad y Norte de Nigeria.

Queda claro, que la seguridad y las variables intervinientes de índole política, económica y humanitaria se han ido erosionando incesantemente, quedando áreas sin apenas control estatal. Actualmente, el multiplicador redundante es la proliferación de grupos terroristas y yihadistas que se valen de los círculos desprovistos de inspección gubernamental para aplicar sus dietarios de extremismo radicales, descifrándose en una crisis humanitaria sin precedentes.

Fijándonos en la reseña aportada por el Departamento de Seguridad Nacional de España, al ceñirse en un aumento del 42,2% de la inmigración vía marítima y terrestre de población subsahariana, delata como la crisis humanitaria posee una afectación incuestionable en los flujos migratorios.

Habida cuenta del peso alcanzado en su fluctuación, es legítimo interpelarse por la situación de las cuestiones en el Sahel Occidental, cuando el Archipiélago Canario y las Ciudades Autónomas de Ceuta y Melilla padecen las severidades de las crisis de refugiados de Europa que por momentos parecen agudizarse.

A criterio de no pocos expertos y analistas, no es pertinente constituir un vínculo directo con los sucesos de oleadas masivas de migrantes, mucho de ellos subsaharianos acaecidos en Ceuta, porque no es una oscilación migratoria en sí, más bien, nos estamos refiriendo a una crisis diplomática en toda regla entre España y el Reino de Marruecos como arma arrojadiza de la política.

Luego, la conjunción entre la realidad en Marruecos y el Sahel, son las disposiciones de externalización de fronteras que está conformando la UE en ambas zonas. Palpablemente, son escenarios diferentes.

En cierta manera, Marruecos apuesta su partida de forma siniestra, porque estos compases de externalización de fronteras lo han agravado y dotado de poder de proyección sobre Europa. Pero este no es el asunto de los territorios del Sahel, donde hasta lo que se supone, no existen coerciones ni extorsiones.

Pero, hoy por hoy, ¿qué desafíos y amenazas encara el Gobierno de España en la agenda de política exterior emplazando en primera línea el Sahel? Es sabido que España dejó de mirar de reojo a este cóctel de militarización hace algo más de una década, cuando las mafias de tráfico de personas despuntaron para internarse en los derroteros migratorios desde Mauritania y Senegal, con sentido a la Península Ibérica, explotando las Islas Canarias y los enclaves de Ceuta y Melilla.

A partir de este intervalo, España como actor interesado, se percató de la trascendencia del continente africano y, en especial, de las cunas del contorno Occidental. El sentir público se habituó con estas raíces culturales y la detonación de las crisis migratorias obligaron a pactos bilaterales con los países neurálgicos, en la escapatoria de embarcaciones para regular los movimientos migratorios.

La acentuación de la inseguridad por la carencia de alimentos, la elevada pobreza en los sectores contiguos de los estados sahelianos y la práctica de la actividad criminal de los grupos armados aflorados en tierras desérticas o medio desérticas, con resultados perjudiciales en la denominada ‘frontera Sur de Europa’, han avivado una atracción característica no ya sólo en la órbita de la seguridad con las intimidaciones, sino igualmente, en el apoyo y avance con la inseguridad alimentaria y sanitaria, y en la esfera político-institucional por la inexistencia de organismos, la nefasta gobernanza y una descomposición generalizada.

Haciendo referencia a la diplomacia económica, en algunos pueblos del Sahel Occidental como Malí, Mauritania y Senegal, la inversión española ha mejorado notablemente en los últimos años y los lazos del tejido empresarial con los estados de la CEDEAO cada vez es más amplia en varias parcelas.

En resumidas cuentas, España, en la palestra europea, es muy competitiva, otorgándole ocupar un peldaño aventajado en el conjunto de las oportunidades económicas en África. Toda vez, que su mediación en el Sahel se encamina a aquellos antagonismos de seguridad y defensa que puedan repercutir, circunscribiendo el terrorismo, la piratería o los tráficos ilícitos.

Habría que aguardar al año 2009 para una toma de conciencia integral sobre los verdaderos peligros en el Sahel, cuando tres cooperantes españoles fueron apresados por un comando terrorista, concretamente, Al Qaeda por el Magreb Islámico, y posteriormente, conducidos hasta el Norte de Malí.

En aquel lugar, grupos armados de naturaleza yihadista se preparaban e intervenían en la red del crimen organizado, un fenómeno en la demarcación que comporta la reactivación de otras tácticas de los estados de la CEDEAO y la Unión. Este rapto impuso al Estado español a emprender una fuerte política exterior en el rompecabezas saheliano, creando nexos con los jefes de Estado de la zona para liberar cuanto antes a Alicia Gámez, Roque Pascual y Albert Vilalta.

A resultas de todo ello, la colisión del crimen organizado determinó una reconfiguración con el espectro de otros grupos armados impulsados por demandas económicas y militares.

Y, como no podía ser menos, el encaje tribal en cada uno de estos clanes era esencial, valorando el molde de sociedad identificada por un armazón social y político tribalista, en donde los engarces de influencia se gradúan según la visión jerárquica dentro de una comunidad.

A todo lo cual, España, ha de hacer frente a un conjunto poblacional estratificado dentro de la colectividad taureg, árabe, peul o songhai que se ensancha a lo largo del cinturón del Sahel.

Aparte de las ramas inspiradas en la corriente yihadista, se despliegan otros grupos armados de signo secesionista, mayormente los que han venido fraguando las insurrecciones en el Norte de Malí contra el poder central para lograr la independencia, y que en analogía se levantan con el fundamento tribal; pero, de igual forma, sobresaliendo la competitividad militar de cada uno de ellos.

Cada uno de los grupos armados rivalizan por la supremacía de un espacio que le sea favorable para las operaciones criminales, resultando complicado averiguar las divisorias entre los ejecutantes del yihadismo, el narcotráfico o el secesionismo. Todos, sin excepción, fracturan los equilibrios de poder obtenidos con el Estado, alzándose en armas e induciendo a una desmembración entre Norte y Sur.

Por lo demás, una interposición internacional liderada por Francia en 2013, trató de reponer la integridad territorial ratificada tras una resolución de Naciones Unidas e involucró la participación de otros integrantes de la UE como España.

Años más tarde, en el Norte de Malí permanece dilatándose un conflicto multidimensional, porque no sólo intervienen los secesionistas inclinados a llegar a un acuerdo de paz con la Administración Central, del mismo modo, median los yihadistas malienses en total disconformidad con cualquier normativización política.

El Gobierno español respaldó esta encomienda trasladando efectivos al Sur de Malí en Kulikoró, para la formación e instrucción de fuerzas autóctonas en el marco de la ‘Misión de Entrenamiento de la UE’ en Mali, por sus siglas en inglés, EUTEM.

Sin lugar a dudas, el menester de confeccionar un ejército en Malí es apremiante, pero dificultoso en un plazo de tiempo relativamente corto, puesto que por la insuficiencia de medios y recursos humanos, el poder central no está capacitado para contrarrestar a los grupos contendientes y competidores del Norte.

Otros encargos civiles con refuerzo español bajo la bandera de la UE, se han desplegado en el estadio de la formación y capacitación de Cuerpos y Fuerzas de Seguridad de Malí, EUCAP, también en Níger, en aras de la mejora de capacidades y mayor estabilización en un estado que experimenta una dicotomía de facto entre el Norte y Sur.

En este aspecto, la complicidad de los países de la Unión y especialmente de España, es significativa para la gestión de unas fronteras socavadas y traspuestas por los grupos del crimen organizado, indisociables a las anomalías yihadista o secesionista. Este patrocinio a los territorios del Sahel, en concreto a Malí, es imprescindible para contener las corrientes rigoristas provenientes de los estados del Golfo, cuyo adoctrinar salafista está degenerando el islam sufí de instintos malikí que severamente prevalece en el Sahel.

Además, es transcendental realizar un acompañamiento para que en la posterioridad puedan facilitarse instrumentos pertinentes a una juventud estancada, cuyos precarios resquicios de futuro les acorrala a desplomarse en las garras armadas o en los trayectos migratorios indagando mejores perspectivas.

Los flujos migratorios no descienden justamente por la falta de oportunidades que muestran sus patrias y les arrastran hacia puentes de tránsito a Europa como el Estado de Libia, cuyo vacío desde la ‘Guerra’ (15-II-2011/23-X-2011) ha dejado a las mafias echar mano de esta llave para el comercio de seres humanos. Sin soslayarse, que nuestras Fuerzas Armadas concurren afanosamente en una labor de la UE en aguas del Mediterráneo, para combatir contra un prototipo de pretensión millonaria que cada jornada pone en trance la vida de miles de individuos.

Consecuentemente, pese a que España parece percatarse del alcance del Sahel como una pieza indispensable para la estabilidad regional y su intervención activa en diversas praxis, aún queda muchísimo camino por recorrer.

Un rumbo eurocentrista no servirá de nada, ya que el giro aparecerá cuando deduzcamos la incógnita y los mecanismos para enmendarlo. De ahí, que pueda encabezarse un nuevo punto de vista civil, amplificando sus efectos en el auge económico y social, de manera que se aproveche como escudo para sortear el esparcimiento del extremismo yihadista.

Un indicativo de ello es que España lleva numerosos años implicada con el Sahel y ha duplicado sus energías, al igual que en Malí, donde acoge la aplicación del ‘Acuerdo de Paz y Reconciliación’ rubricado en 2014 entre la Administración y los grupos revolucionarios. Con este deseo, se integra en misiones civiles y militares de la UE, llámense, EUTM Malí, EUCAP Sahel Malí, EUCAP Sahel Níger y MINUSMA, perteneciente esta última a las Naciones Unidas.

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