Vivimos en una de las mejores democracias del mundo. El Índice de democracia 2023 de The Economist, que califica en función de cinco indicadores (proceso electoral y pluralismo, funcionamiento de gobierno, participación política, cultura política y libertades civiles) el grado de democracia de 167 estados y dos territorios, considera a España como una democracia plena, dentro de la clasificación de cuatro categorías que realiza: “democracia plena”, “democracia defectuosa”, “régimen híbrido” o “régimen autoritario”.
Para que nos hagamos una idea de la proporción de territorios que son considerados “democracias plenas”, The Economist consideraba como tal en 2023 a 24 de los 167 países, lo que representa menos de un 15% del total de países analizados y tan sólo un 7,8% de la población mundial. Porcentaje que ha ido a menos desde el 2020, cuando ascendía a un 8,4%.
En el otro extremo tenemos a los regímenes considerados autoritarios, 59 países que representan el 39,4% de la población mundial, habiendo aumentado el porcentaje desde 2020 en 4 puntos. Lo que significa que cuatro de cada diez personas en el mundo viven en regímenes autoritarios.
El número de “democracias defectuosas” aumentó de 48 en 2022 a 50 en 2023. Estos representan el 37,6% de la población mundial. Y 34 países fueron clasificados como “regímenes híbridos”. Lo que representa que un 15,2% de la población mundial habitan en países que combinan elementos de democracia formal y autoritarismo.
España logra una puntuación media del 8,07% en la media de los indicadores que analizan la fortaleza democrática en este estudio. El mayor porcentaje de nota (9,58%) lo obtenemos en el sistema electoral y el pluralismo democrático; un 8,53%, en la calidad de las libertades civiles; y un 7,50 y un 7,22 por ciento, en cultura política y funcionamiento del gobierno y en participación política respectivamente.
Todo estos datos lo único que nos demuestran es que la democracia es un ecosistema frágil, una realidad en retroceso en la mayor parte del planeta y hasta, podríamos decir, un oasis de bienestar político en la que España se encuentra gracias, sobre todo, a la calidad del sistema electoral, el nivel de pluralismo y el ejercicio de libertades civiles. Ello sitúa a nuestro país entre las pocas democracias plenas del planeta, no exenta de sufrir polarización y crispación.
Contar con instituciones democráticas no es garantía de perdurabilidad de la democracia. El derecho a una información veraz es fundamental para que los ciudadanos puedan decidir en libertad. Su merma, junto con la falta de impulso democrático en más espacios de nuestras sociedades para que, de este modo, pueda sobrevivir e incrementar la equidad, se ha convertido en una de las mayores amenazas.
Hay que desterrar la confrontación artificial para llegar al poder. La crispación y la polarización extrema pueden terminar destrozando la democracia y pueden terminar destrozándonos a todos. Son estrategias que de darse, como es el caso de nuestro país, por parte de las derechas, tienen que reconducirse hacia el diálogo y el acuerdo.
En un mundo donde la tendencia global es el retroceso y el estancamiento de las democracias, o ampliamos los espacios de democracia ante el deterioro y el malestar, fruto de la polarización y la crispación a la que nos pueden terminar por acostumbrar los posicionamientos extremos en el debate público; o, peor aún, la democracia puede llegar al colapso por inacción.
No podemos caer en la autocomplacencia cuando en el ranking democrático España es considerada una de democracia plena. Pero, frente a la estrategia de las derechas políticas, económicas, mediáticas y judiciales, desde 2018, para tumbar al Gobierno de la nación y volver al poder; frente a las acusaciones de “deriva autoritaria” de Feijóo y de “gobierno autoritario” de Ayuso, podemos afirmar con orgullo que España se encuentra entre las democracias más avanzadas del mundo. Y eso se lo debemos a la construcción colectiva de un país en el que cabemos todos, incluso aquellos que se afanan en desgastar las instituciones democráticas desde discursos populistas y excluyentes que, entre todos, debemos esforzarnos por erradicar.
En España, cuestiones relacionadas con la convivencia y la desigualdad urgen ser corregidas desde el diálogo y el acuerdo, no desde la crispación y la polarización. Porque la democracia es un camino de libertad e igualdad que debemos de transitar con firmeza y convicción, no con ruido y crispación.
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