El 2 de diciembre, Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud es un hito y un claro recordatorio de los siglos de lucha y los progresos para combatir la esclavitud, pero también de que todavía no hemos logrado eliminarla completamente.
Este día debería ser a estas alturas una conmemoración, el corolario de lo escrito en los libros de historia sobre uno de los peores actos cometidos por el hombre. Debería ser, pero no es así. La realidad es otra.
En nuestro mundo globalizado se han ido perfilando nuevas formas de esclavitud. En realidad, millones de seres humanos iguales a nosotros viven sometidos a las formas contemporáneas de esclavitud y son víctimas de prácticas abominables. La lista de prácticas aberrantes, tanto antiguas como modernas, es trágicamente larga e incluye, entre otras muchas, la servidumbre por deudas, la servidumbre de la gleba, el trabajo forzoso, el trabajo y la servidumbre infantiles, el tráfico de personas y de órganos humanos, la esclavitud con fines rituales o religiosos, la esclavitud sexual, la utilización de niños soldados, la venta de niños y esposas, el matrimonio forzoso y la explotación de la prostitución.
El hecho de que esas atrocidades se estén cometiendo hoy en el mundo debería cubrirnos a todos de vergüenza. Deberíamos indignarnos al constatar que, en muchos casos, esas prácticas son autorizadas, alentadas o pasadas por alto por quienes tienen el poder y la responsabilidad de ponerles fin. Pero, sobre todas las cosas, las penurias de las personas esclavizadas son las que deben incitarnos a tomar medidas.
La mayoría de quienes las padecen son pobres y pertenecen a grupos excluidos por la sociedad, como las minorías y los migrantes. La superposición de los factores de pobreza, clase social y raza genera problemas estructurales y ciclos de marginación difíciles de frenar.
Hay otros que se ven atrapados por las desigualdades y la discriminación por razones de género, las carencias educativas, la desesperación por conseguir un trabajo y la demanda de mano de obra barata. La crisis económica y financiera mundial amenaza con amplificar aún más esa vulnerabilidad.
En este Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud, reiteremos nuestra convicción de que la dignidad humana debe ocupar un lugar preferente en nuestra labor y que, para velar por el pleno respeto del ser humano, es necesaria una tolerancia cero en relación con la esclavitud.
Todos y cada uno de nosotros debemos alzar la voz para denunciar esos crímenes que privan a innumerables víctimas de su libertad, dignidad y derechos humanos. Debemos trabajar juntos para alcanzar la igualdad de derechos prometida a todas las personas en la Carta de las Naciones Unidas. Entre todos, debemos dar sentido a la frase de la Declaración Universal de Derechos Humanos que dice "nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre".
Ningún individuo, ninguna comunidad, ningún país puede guardar silencio ante este flagelo. La esclavitud es un problema que incumbe a todas las regiones y todos los gobiernos. Deberíamos hacerle frente a escala nacional, regional y mundial. Deberíamos también procurar comprender las causas y los factores que hacen que la esclavitud sea tan común en una época supuestamente tan civilizada. Tenemos que reconocer que la pobreza endémica, la exclusión social y la discriminación generalizada permiten que esta práctica se extienda como la gangrena. Quienes practican la esclavitud se aprovechan de los desesperados, los desposeídos y los desfavorecidos.
En este Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud reafirmemos la dignidad inherente a todos los hombres, mujeres y niños. Redoblemos nuestros esfuerzos para construir sociedades en que la esclavitud sea realmente una palabra relegada a los libros de historia.
Los gobiernos, las organizaciones de la sociedad civil, las empresas y los particulares deben unir fuerzas para proteger a las víctimas, elevar la conciencia y exigir que se ponga fin a toda forma de esclavitud y explotación. Necesitamos nuevas estrategias para hacer frente a este antiguo mal. Necesitamos reformar las leyes y necesitamos cambiar las actitudes y las costumbres.
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