UN marroquí ha muerto después de saltar la valla de Melilla para volver a su casa. Dice un medio de comunicación de Nador que la caída le dejó fracturas gravísimas, una de ellas en la cabeza. A saber lo que le pasó a ese hombre. El caso es que ya no está en este mundo. Se fue. Ya no está para contarlo.
El incidente es más que una anécdota. Es simbólico. Marruecos ha conseguido que se nos vea y se nos entienda como una cárcel. Y lo ha logrado. Como dice un lector de El Faro, en uno de sus comentarios en nuestra web, lo ha conseguido porque Pedro Sánchez manda menos que un ‘mejani’ en la Bocana.
Con este Gobierno no vamos a conseguir que nos respeten. De los socialistas no esperamos nada, pero de Podemos se espera que no dejen de defender la causa saharaui aunque sólo sea por tocarle las narices a Marruecos. Pero como decía Eduardo Galeano, el poder es como un violín, se coge con la izquierda y se toca con la derecha.
Puedo imaginarme el nivel de desesperación que puede llegar a sentir una persona para saltar la valla de Melilla en dirección a Marruecos. Hasta ahora eso era impensable y hasta que puede que pase a la historia de esta ciudad como una leyenda urbana.
Hasta ahora no había motivos para tamaña desesperación. Sin embargo, Rabat los encontró. Es un remedio santo que tienen en común las dictaduras. Entienden el país como algo suyo y como es suyo, ellos deciden quién entra y quién no. Secuestran familias y las convierten en rehén dentro de su territorio. Y así consiguen chantajear a las personas que osan salir y dejarlos atrás. Pasó con Franco. Pasa en Cuba y pasa en Marruecos.
Uno puede entender, porque así ha sido desde hace años, que los migrantes subsaharianos que vienen huyendo del hambre y las guerras en el Sahel salten la doble alambrada en dirección a Europa. Pero hasta ahora no habíamos pasado por la experiencia de ver saltos a la valla “al revés”.
Estamos encerrados y asfixiados. Eso es una realidad. Marruecos sabe que aislarnos no sólo nos condena a abastecernos exclusivamente de productos de la península, a precios más elevados, sino que, además, nos convierte en una olla pronto. Mirad, si no, lo que ocurrió el miércoles en el Paseo Marítimo. Es la primera gran reyerta, pero si no le quitamos presión a esto, no es descabellado pensar que habrá más.
La gente no tiene adónde ir ni qué hacer. Muchos ni siquiera tienen trabajo y en casa, con estos calores, no se puede estar. No hemos entendido el estado de emergencia real que vivimos en el mundo con la Covid 19. Tampoco hemos entendido la magnitud de la crisis que atraviesa nuestro país. Seguimos pensando que nada ha cambiado y eso es un error. Nada volverá a ser como antes.
Las aerolíneas se enfrentan a una crisis brutal. Las navieras resisten como pueden, pero hay que plantearse soluciones porque ninguna empresa aguanta tanto tiempo ingresando menos de lo que necesita para subsistir. Nosotros estamos donde estamos en el mapa y sin aviones ni barcos esto sería aún peor.
Es impactante ver las imágenes de este miércoles con el Paseo lleno de furgones de la Guardia Civil. Impresiona que a estas alturas todo haya empezado por tres jóvenes que no entendieron que no se puede compartir una cachimba. No se han enterado de que las cosas han cambiado y de que no está prohibido por capricho sino por seguridad. Porque en eso nos jugamos la vida. No la de tres personas aisladas ni la de sus familias y vecinos: la de todos. No podemos arriesgarnos a un rebrote que se convierta en segunda oleada y nos devuelva al confinamiento. Nuestra debilitada economía no lo soportaría. No estamos hablando sólo de salud pública. Estamos hablando de supervivencia y viabilidad económica.
Y todavía habrá quien se queje. Es lo que tiene la democracia, que te da la posibilidad de patalear cuando algo no te gusta. Todo tiene consecuencias, pero en ellas no te va la vida. Es así de simple.
Previsiblemente la frontera seguirá cerrada. Hay que esperar a que sea Marruecos quien dé el primer paso. Es absurdo creer que somos los únicos que estamos desesperados. ¿De qué os creéis que viven en Nador? Ellos no están encerrados como nosotros, pero necesitan nuestros 12 kilómetros cuadrados para comer. Tarde o temprano Rabat cederá y España tiene que esperar a que eso pase. Abrir las puertas antes de que ellos decidan hacerlo sería una bajada de pantalones brutal.
Aquí hay que buscar la manera de templar los ánimos. Y en eso la responsabilidad no pueda recaer sólo sobre la Guardia Civil, la Policía Nacional y la Policía Local. Esta batalla es responsabilidad de todos. Cada uno de nosotros debe hacer por aplacar los ánimos porque volver al confinamiento sería un desastre. No habría dinero para reconstruir tantos destrozos. Pongamos todos de nuestra parte.
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