Por mucho que intentemos explicarlo nos resulta terrible que, con tanta naturalidad, hayamos asumido que la guerra es un hecho necesario para el progreso y que la paz es un objetivo imposible y una cándida aspiración. Las palabras de Kant, escritas hace dos siglos, en las que explica que el estado de naturaleza del ser humano es un estado de guerra, suenan dramáticamente en nuestros oídos en los que siguen retumbando los ruidos de las armas. Es doloroso que tengamos que reconocer que la historia de la humanidad sea el relato ininterrumpido de sangrientas guerras y que los episodios más valorados sean las victorias de quienes han sido más violentos, más brutales, más destructores y más crueles. Creo que no exageramos cuando concebimos “la historia de la humanidad como una especie de matadero, de matanza universal”.
¿En qué hemos progresado –podríamos preguntarnos- tras considerar las informaciones diarias que nos transmiten con detalle los medios actuales de información? ¿Es realmente un avance que, en vez de piedras, espadas, lanzas o escopetas ahora se empleen ametralladoras, cañones, tanques, misiles o drones? En mi opinión la única manera de responder a esta cuestión es enfocarla desde una óptica política fundamentada en principios, criterios y pautas éticas. Éste es el planteamiento de esta obra elaborada por Enrique Bonete Perales, catedrático de Filosofía Moral en la Universidad de Salamanca y que, en sus análisis, nos descubre las actitudes y los comportamientos “bélicos” evitando tanto el pacifismo idealista como el belicismo realista. Además de proporcionarnos una “visión ética” y, por lo tanto, humanizadora de los enfrentamientos armados, apoyándose en los actuales pensadores políticos, refiere las sucesivas concepciones en las diferentes épocas históricas: grecorromanas, medievales-cristiana, renacentista europea, española y alemana.
Puntualiza y explica la obviedad de que la venganza no es la justicia porque, aunque en la práctica se confunda con ella y aunque la justicia sea una acción socialmente necesaria, su ejercicio no está destinado a apaciguar ninguna pasión insatisfecha. Estoy de acuerdo en que la venganza, como toda pasión absoluta, aunque, a veces adopte la forma de guerra justa, carece de objeto y, por eso, no se satisface jamás. Cuando la justicia la decide la fuerza y cuando la victoria del más fuerte es la que proporciona la paz, la conclusión es que el final es inevitablemente el exterminio de los contendientes y que la guerra es la menos humana de las tareas del hombre.
En mi opinión, Ética de la guerra: evolución histórica y debates actuales nos proporciona, además de datos actualizados, principios fundamentados, criterios válidos y pautas orientadoras para que reflexionemos sobre los fundamentos morales de unos comportamientos que, por muy universales que sean, son inhumanos. El punto de partida ético ha de ser que, aunque el progreso moral sea lento y costoso, hoy no debemos seguir prolongando el recorrido milenario de la guerra de todos contra todos y considerar a los demás como fines en sí mismos y no como meros instrumentos.
Los detallados análisis de esta obra constituyen, a mi juicio, una ayuda imprescindible para que los profesores de Filosofía expliquen este capítulo fundamental de la Ética, para que los críticos analicen los conflictos actuales apoyándose en principios y en criterios humanos y, ojalá, se lea como una llamada fundamentada para que los políticos reflexionen y adopten decisiones que contribuyan a suavizar y apagar los traumas emocionales que las guerras generan. Es lamentable que hoy sigamos aplaudiendo las victorias de los más violentos.
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