“El Rif siempre ha sido la oveja negra de Marruecos. Ya a finales de los años cincuenta hubo matanzas por parte de las autoridades marroquíes”, cuenta Ahmed Soultana, un joven de 33 años que llegó hace dos meses a Melilla procedente de Nador, donde actuaba como una especie de portavoz del Movimiento Popular. Su activismo le costó seis meses de cárcel pero no piensa resignarse: “Hablamos por los rifeños que ya no están con nosotros en esta vida”.
El joven, que está en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), explica a FaroTV que comenzó a involucrarse con este movimiento en 2016. El pueblo ya estaba “harto” de la falta de derechos aunque Ahmed recuerda que el desencadenante final de las protestas que se extendieron por numerosas ciudades rifeñas fue la muerte en el otoño de ese año de un vendedor de pescado que murió aplastado dentro de un camión de basura en el que las autoridades habían tirado la mercancía que le había sido confiscada.
El grito del pueblo amazigh sonó cada vez más fuerte y las protestas sociales se sucedieron en numerosas ciudades del norte de Marruecos, como en las vecinas Nador y Alhucemas, esta última epicentro de las revueltas iniciales. “Los problemas son los mismos en los dos sitios, indica Ahmed.
El joven explica que no estaban pidiendo nada extraordinario, solo los derechos más básicos: trabajo, y centros de salud y escuelas, entre otras infraestructuras. “Hay muchos niños abandonados”, añade. Además, exigían que se esclarecieran muertes como la del vendedor de pescado.
Participar en esas protestas le costó seis meses de prisión al joven. A él, como a tantos rifeños, les acusaron de manifestarse sin autorización y de usar la violencia contra la policía.
Recuerda que el Estado marroquí optó por la represión para acabar con las revueltas rifeñas. Esto llevó a la apertura de juicios contra 772 activistas y manifestantes, entre ellos 152 menores, según la agencia Efe. “Los militares rodean el Rif, no es la policía”, asegura.
Pero cuando salió de la cárcel, Ahmed siguió reclamando sus derechos. Fue citado dos veces por el juzgado y a la tercera ocasión, tuvo miedo y decidió cruzar la frontera y venir a Melilla.
Dice que quiere a su país y que desea volver allí para continuar reclamando derechos pero sabe que si entra en Nador, irá a la cárcel de nuevo.
“Quiero volver a luchar en Nador pero temo por mi vida. El Gobierno castiga duramente porque lo que le interesa es que toda la gente del Rif se vaya fuera del país”, asegura.
De hecho, el último informe de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), publicado este lunes, señalaba que una de las causas que estaban detrás del aumento de la entrada de inmigrantes de forma irregular por vía marítima registrado en 2017 eran precisamente las revueltas en el Rif. Por un lado, por los activistas que huyeron a España y, por otro, porque se redujeron los efectivos de la Gendarmería marroquí destinados a controlar las fronteras puesto que fueron enviados a “reprimir las revueltas”.
Hace quince días, también llegó a Melilla su mujer, de 23 años. Ambos han solicitado protección internacional y aguardan en el CETI su traslado a otra ciudad del sur de la península, porque temen estar en nuestra ciudad debido a la proximidad con Marruecos.
Ahmed pide al reino alauita que los presos políticos sean liberados de las cárceles marroquíes. No obstante, es consciente de que en esta lucha la Unión Europea también tiene mucho que decir: “Pedimos a la comunidad internacional que ponga fin a la masacre que hay en Marruecos, que interceda para que se respeten nuestros derechos”.
En Nador, el joven tenía una tienda y no pasaba dificultades económicas. Resalta que en su caso, no ha sido la miseria la que le empujó a salir de su país. Él solo pide que el pueblo rifeño pueda vivir “en paz y en libertad”.
La liberación de los presos políticos de las cárceles marroquíes es una de las principales reivindicaciones del pueblo rifeño tras las revueltas que el pasado año se extendieron por el norte de Marruecos. Ahmed Soultana, que procede de Nador y lleva dos meses en Melilla, fue una de las personas que pasaron por la prisión de la vecina ciudad. Recuerda las duras condiciones que había en prisión, donde afirma que dormían como “en una lata de sardinas”.
El joven, de 33 años, denuncia “los castigos muy fuertes” a los que el Estado marroquí somete a los presos políticos. Afirma que se les trata muy mal y que los habitáculos para cada interno son muy pequeños. “¿Cómo se te queda la cabeza al final al estar así?”, se pregunta.
Algunos de sus amigos también están en la cárcel. Además de él y su mujer, en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) también hay alrededor de una veintena de personas procedentes del Rif.
El joven pide al rey de Marruecos que se acabe con tanto sufrimiento y mire por su pueblo y no solo para Casablanca.
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