Sociedad melillense

Enrique Alcoba, entre el fútbol y los zapatos

Enrique Alcoba nació en 1959 en la casa que sus padres tenían en la calle explorador Badía. En aquella época no se iba a un hospital a dar a luz. Vivían justo al lado de la antigua Policía Local y el Mercado Central de antes, donde ahora se encuentran el Conservatorio y la Escuela Oficial de Idiomas. Era un lugar que en aquella época albergaba mucho bullicio.

Con una hermana, su padre siempre trabajó en el comercio. Su último empleo a sueldo fue en Casa Méndez, una tienda de calzado en la calle O’Donnell. Ahora está Foto Imperio. Era la zapatería que más vendía en aquella época en la zona del Protectorado.

Algo más tarde, en 1968, creó la primera tienda de Rual, que recoge las iniciales de su madre –Ruiz- y de su padre –Alcoba-.

En 1965 comenzó en el colegio La Salle, donde permaneció 10 años y que entonces era diferente a ahora. Los hermanos iban con una sotana negra y el cuello blanco e imponían un gran respeto. Si los niños hacían algo malo, se llevaban un par de coscorrones o un tirón de pelo y, si se lo decían a su padre, todavía se llevaban un guantazo. Otros tiempos. Sólo con ver bajar las escaleras de la capilla a los hermanos ya imponían, incluso aunque los niños no estuvieran haciendo nada malo. Su profesor de inglés llegaba a dar clase, a las 15:30 horas, vestido de legionario, así que uno se puede imaginar el impacto que causaban los uniformes de los hermanos y de este profesor, algo diferente de lo que sucede hoy en día.

De cualquier forma, Enrique tiene un grato recuerdo de aquella época, que coincidió con la inauguración de la piscina del colegio, allá por el año 1972 ó 1973. Una de sus mejores experiencias, de las que le hizo más ilusión, cuando ya estaba en Bachiller, fue el viaje de estudios, que llevó a un grupo de entre 40 y 50 chicos que nunca habían salido de Melilla de viaje de estudios por Madrid, Toledo o Granada. Todo en conjunto, de La Salle Enrique no puede tener mejores sensaciones ni recuerdos.

Por cierto, después de un encuentro en el año 2000 por los 25 años de su promoción con todos los estudiantes que lograron localizar, en junio del año que viene celebran los 50 años y, de nuevo, van a intentar juntar al máximo número de personas a través de las redes sociales, porque, según dice, es importante mantener vivos los recuerdos.

En 1975, Enrique pasó al IES Leopoldo Queipo, de donde, al estar un año solamente, no guarda una imagen tan nítida, ni una buena ni una mala sensación. Había 7 COUs de todos los colegios, porque, al ser el único instituto de Melilla, iban distribuyendo allí a todos los alumnos que acababan el bachillerato.

Pero no hay que pensar que todo en la vida de Enrique era estudiar. También tenía tiempo para otras cosas. Con 13 ó 14 años pasaba mucho tiempo entre el Parque Lobera y el Parque Hernández, donde había una pista de patinaje y un estanque con patos. Con 16 ya empezaron los guateques, que eran fiestas en las casas, con un montón de amigos y hermanos de amigos, con chicos y chicas, pero sin novios. “Todos muy inmaduros, pero con mucha nobleza, y se sabía mucho menos de lo que se sabe ahora”, rememora.

El fútbol

Durante su época de niñez y juventud, ya se sabe, se vivía en la calle, en su caso por las calles Castelar, Barceló o Padre Lerchundi, además de los parques. Las zonas aledañas, vamos. Por la noche, con los padres sentados a las puertas de las casas, los niños podían jugar hasta las once o doce de la noche perfectamente a policías y ladrones, a las chapas, a las canicas o al pañuelo, entre otros juegos típicos.

Sin embargo, si hay algo que siempre ha apasionado a Enrique es el fútbol. Al principio, jugaba con niños de los barrios más próximos en la explanada del cementerio y en la plazoleta de La Salle, los dos lugares más próximos. No contaban más que con la calle, dos piedras que usaban como portería y una pelota, pero tampoco necesitaban más.

Como no se le daba del todo mal, con 14 años entró en la Juventud Deportiva Real, donde jugó en infantil, juvenil y regional. Había tres equipos de cada categoría. El presidente, Ramón, tenía la bodega Ramón, en el Real. El club incluso tenía un ojeador, Agustín García, quien, fuera de su trabajo en Cine Foto Red, en la Avenida Juan Carlos I Rey, donde ahora está la sucursal de La Caixa, se dedicaba a reclutar a niños por los barrios para la Juventud Deportiva Real. Agustín también ha sido muy conocido en Melilla por sus fotos y hace poco se le hizo un homenaje.

Enrique permaneció varios años en el equipo. En juveniles, llegaron a quedar campeones de Melilla y también del norte de África, al ganarle al Ceuta. Luego les tocó jugar contra el campeón de Andalucía, que era el Betis. Allí jugaba de defensa central un melillense llamado Álex que luego llegó hasta Primera División. Y también estaba nada más y nada menos que Rafael Gordillo. Había, es evidente, una gran diferencia entre ambos equipos y el Betis ganó con facilidad por 8-0 en Sevilla y 0-6 en Melilla.

Daba igual. Los viajes, igual que en el colegio, eran inolvidables para los chicos en una época en la que no se llevaba tanto salir de la ciudad ni irse de vacaciones.

Gordillo luego jugó en el Real Madrid y posteriormente regresó al Betis. Aún le dio tiempo, ya con más de 30 años, de volver a Melilla a jugar el torneo de Feria durante la pretemporada. Corría el año 1994 y Enrique, quien había estado dos años de vicepresidente de la UD Melilla, ese año fue presidente e hizo las gestiones pertinentes para traer al Betis, con Gordillo en sus últimos coletazos como jugador. Aún se acordaba de cuando había venido de juvenil a jugar a la ciudad autónoma.

La mili

Tras acabar el instituto, Enrique estudió contabilidad y administración de empresas y tuvo la idea –no sabe “si buena o mala”- de alistarse como voluntario en la mili con 20 años. Entonces eran 13 meses de servicio militar obligatorio, pero él estuvo 20. Comenzó en Intendencia, en cuya panadería estuvo tres o cuatro meses haciendo chuscos en uno de los dos turnos que había. El suyo era de diez de la noche a cuatro de la mañana.

Aunque no tenía que ir al cuartel, no le gustaba demasiado porque le obligo a cambiar sus horarios de comidas y de sueño y por eso duró poco allí. Después, en el garaje, fue “más divertido”, porque podía conducir el camión con las duchas y el horno cuando se iban de maniobras por Almería. Aunque allí tenía que ir de uniforme, guarda un gran recuerdo de ese tiempo, del que disfrutó mucho más que de panadero. Todo en conjunto, fue una buena experiencia para él, ya que también le permitió conocer a mucha gente.

La empresa

Al terminar la mili, se metió en la empresa de su padre, que al principio sólo tenía una tienda, pero que abrió otra en 1977. La desgracia para Enrique fue que su padre falleció de un infarto durante el viaje a una feria de calzado cuando él tenía 25 años. Ello le cambio todo el escenario, porque, “de ser el hijo del dueño, con todas las comodidades”, pasó a asumir, siendo tan joven, todas las responsabilidades con los empleados, las compras y las ventas, y tuvo que “dejar muchas cosas en el camino”.

Amplió el negocio con una tienda en la calle General Marina, enfrente del quiosco del Parque Hernández, y luego otra en la calle General Pareja. Incluso montó dos tiendas en Málaga. Poco a poco se fueron cerrando y ahora conserva el establecimiento de la calle General Chacel.

Con todo, no le ha ido mal la cosa, hasta el punto de que en 1996 fue elegido presidente de la Asociación de Comerciantes de Melilla (Acome) y en 2020 salió de presidente de la Confederación de Empresarios de Melilla (CEME-CEOE), cargo para el que fue reelegido este año. En total, son 56 años en la empresa familiar, 30 años en Acome y cuatro en la CEME.

Añoranza

Según él, “son dos Melillas diferentes” y, si tuviera que elegir, se quedaría, “sin duda”, con la antigua en todos los aspectos, entre los que cita la vida, la gente, las calles, los comercios y la frontera, todo mucho más vivo. Respecto a la frontera, aún se acuerda de la facilidad con la que antes se pasaba en ambas direcciones y la seguridad que había. “Hasta el año 2000, era una Melilla muy viva, el comercio funcionando muy bien en todas las direcciones y se podía ir a Marruecos con muchísima facilidad”, apunta. Pura añoranza de la Melilla de antes.

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