LA canción de la Milicia Universitaria cuya primera parte cité en mi colaboración semanal del domingo pasado y que llevaba por título “Con fe y voluntad”, continúa de la siguiente manera:
No debe nadie hacer alarde
de sus penas o dolor;
que jamás logró el cobarde
ser de nadie vencedor.
Porque en la paz como en la guerra,
en la vida y el amor,
sólo vence quien destierra
de sus dudas el temor.
La semana transcurrida nos ha permitido vivir una trágica continuidad de lo que en aquella colaboración se citaba en relación con los desencuentros entre España y Marruecos con impacto en las ciudades españolas de Ceuta y Melilla.
Hemos vivido la más multitudinaria violación de nuestra frontera terrestre en Ceuta con el resultado, como mínimo, de dos jóvenes fallecidos en el curso de esta estéril demostración de fuerza por parte de Marruecos utilizando a su población, de manera cruel en algunos casos, especialmente en el caso de los niños, para enfrentarla a nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y a nuestras Fuerzas Armadas. Como de costumbre, ambas han tenido una conducta ejemplarmente comprometida con la protección de los derechos humanos y la integridad física de los empujados a esta aventura.
Se habla de entre 8.000 y 10.000 personas, la mayor parte de las cuales, mayoritariamente las adultas, ya han vuelto a su país. En Ceuta quedan, como víctimas de su propio Gobierno, más de 1500 menores de edad a los que España tiene que buscar ahora alguna salida.
Asumiendo que la conducta de Marruecos con sus ciudadanos es absolutamente reprobable, induciéndoles a acometer una peligrosa aventura de incierto resultado, aparentemente para manifestar su disconformidad o desagrado con una decisión adoptada por el Gobierno español, merece la pena ahora extraer algunas conclusiones y formular algunos propósitos para el futuro.
Para empezar, es preciso poner de manifiesto, de manera clara, que marroquíes y españoles no somos enemigos sino buenos vecinos. Es necesario también asumir que entre buenos vecinos no todo alcanza siempre el máximo acuerdo y se desarrolla de manera armónica en todas las situaciones.
Dicho esto, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Qué errores hemos cometido y cómo hemos de subsanarlos?
Es bueno recordar que desde mediados de 2018, poco después de la llegada de Pedro Sánchez al Gobierno de la nación, Marruecos acometió una serie de actuaciones orientadas a Ceuta y Melilla que ponían en serias dificultades la sostenibilidad de ambas ciudades desde el punto de vista comercial. En Melilla se cerró la aduana comercial de manera unilateral por parte de Marruecos y sin previo aviso. A comienzos de 2020, en Ceuta, se canceló el paso de mercancías a través de su frontera acompañando este hecho con declaraciones de las autoridades aduaneras marroquíes indicando que Ceuta y Melilla no eran más que puntos de tránsito de pasajeros sin entidad para el sostenimiento de actividad comercial alguna. En marzo de 2020, con el comienzo de la pandemia, Marruecos procedió al cierre total de los pasos fronterizos entre Marruecos y España en Ceuta y Melilla, quedando ciudadanos marroquíes retenidos en Ceuta y Melilla y españoles de ambas ciudades en Marruecos, con muchas dificultades para regresar a sus hogares respectivos.
El asunto del Sahara vino a enturbiar aún más el panorama con la utilización del mismo por la administración Trump para obtener el respaldo de Marruecos en el conflicto árabe israelí. A partir de ese momento, Marruecos se vino arriba y comenzó a presionar a España y al conjunto de la Unión Europea para obtener su adhesión a la postura estadounidense.
Las desafortunadas e innecesarias manifestaciones de algunos miembros de nuestro bipolar gobierno nacional sobre eventuales referendos de autodeterminación del Sahara, así como el confuso y chapucero asunto de Brahim Gali, no han venido sino a complicar aún más la situación.
Mientras todo esto sucedía, nuestra Ministra de Asuntos Exteriores permaneció silente en lo tocante a las actuaciones relacionadas con el perjuicio para nuestro comercio y en torpe contradicción con nuestros intereses en todo lo relacionado con el asunto del Sahara. Pero nada se le podía pedir ni reclamar porque su arrogante personalidad, incapaz de reconocer equivocación alguna, no le permitía detenerse a reflexionar sobre lo adecuado o inadecuado de sus actuaciones. Al final, la culpa era de todos menos de ella.
Procede recomponer nuestras relaciones, lo cual se antoja difícil con la actual Ministra de Asuntos Exteriores en su puesto, volver a analizar los problemas reales de la sostenibilidad de Ceuta y Melilla y adoptar decisiones firmes y eficaces para garantizar el retorno de ambas ciudades a la senda de la que nunca debieron salir.
Teníamos serias dificultades antes de mediados de 2018, pero todas ellas no han hecho más que empeorar en el transcurso de estos casi tres años. Se hace preciso obtener un diagnóstico claro, multidisciplinar y honesto de la situación en la que nos encontramos, identificar sin complejos las medidas a adoptar en defensa de nuestros intereses y proceder, igualmente sin complejos, en consecuencia. No podemos permanecer indecisos por más tiempo, sin saber a qué atenernos y manteniendo sometida a nuestra ciudadanía a incógnitas insuperables, no para el 2050, sino para 2021. Para ello conviene recordar, como decía la canción, que “en la paz como en la guerra, en la vida y el amor, sólo vence quien destierra de sus dudas el temor”.
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