l Alex y Xavi son dos inmigrantes de Gabón y Chad que viven en el CETI desde primeros de año l Ambos pasaron cuatro años en las montañas de Marruecos lNo soportan despertar cada mañana y ver el monte.
Las mafias existen, pero no están donde las autoridades y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado español creen verlas. Así lo confirman a El Faro inmigrantes subsaharianos que conocen las montañas de Marruecos como las palmas de sus manos. Allí han pasado los últimos cuatro años de sus vidas.
“En el Gurugú no hay ni mafias ni dinero. Es el infierno. Ahí sólo luchas por seguir vivo”, comentan a la vez Alex, un joven electricista de 22 años, de Gabón, y Xavi, un mecánico de Chad. Los dos están alojados en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla desde que saltaron la valla el pasado 28 de enero.
Alex y Xavi reconocen que al otro lado de la valla hay mafias a las que se puede acudir para llegar a Melilla. “Necesitas dinero para salir de Marruecos en patera. Por eso pasamos de dos a cuatro años en el Gurugú, porque no teníamos nada que ofrecer ni nada con qué pagar”.
El Gurugú es el infierno
Para ambos, lo peor de vivir en Melilla es tener que despertar cada mañana y ver el monte Gurugú justo en sus narices.
Pero ni siquiera las noches de frío y hambre de las montañas marroquíes les hacen reconocer que venir a Europa ha sido un error. “En mi país era gordo (señal de bonanza económica) y mira ahora cómo estoy (lo dice mostrando su figura atlética). En Gabón tenía dinero en el bolsillo, pero decidí venir a Europa porque quería mejorar mi calidad de vida”, comenta Alex.
Él sabe lo que significa vivir cuatro años en el Gurugú y por eso no para de repetir que es el infierno: “C’est l’enfer”. “Es más de lo que se puede contar. Ves cómo se te llenan la cabeza y los brazos de piojos y no puedes hacer nada para frenarlo. No puedes ducharte ni cambiarte de ropa. Vivir en las montañas te cambia la mentalidad. Mucha gente pierde la cabeza. Incluso hay quien muere. El monte te mina física y moralmente. Creo en Dios, pero Cáritas siempre estuvo cerrado. No podíamos pedir ayuda”, recalca Alex a El Faro.
España, la tierra prometida
Otra cosa es cuando los inmigrantes subsaharianos consiguen saltar, superar la barrera de la Guardia Civil y correr hacia el CETI. “La felicidad que se siente cuando entras en España es increíble. Has pasado frío y llevas cuatro meses con la misma ropa. Te sientes sucio, pero sabes que estás en la tierra prometida. Luego te vienes abajo porque ves que el tiempo pasa y que nada se mueve. Nada camina hacia donde tú quieres ir”, apunta el electricista de Gabón.
“Quiero salir de Melilla y estar muy lejos, en Europa, para no ver el Gurugú. Los días no pasan porque sigues viendo el monte”, continúa Alex su relato.
Su único sueño, como el de Xavi, es ser el mejor profesional, el número uno, en lo que sabe hacer. “Todos los caminos que vengan por delante, a partir de ahora, son buenos para mí”, concluye.
Lo volvería a intentar
Alex y Xavi se quedan sin voz al ser consultados por El Faro sobre si saben que los trasladan a la península para ingresar en un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE), donde les aplicarán la Ley de Extranjería y los devolverán a sus países de origen si se cumplen las condiciones legales. “No es posible. No puedo regresar a mi país. Si me devuelven, volveré a intentar llegar a Melilla. Lo intentaré una y otra vez como los soldados. Hemos sufrido mucho en el Gurugú. Todo ese tiempo no puede haber pasado en vano”, insiste Alex.
Xavi, por su parte, no entiende por qué España los retiene en Melilla o en la península. “No queremos quedarnos en Málaga ni en Madrid. España no es buena para nosotros porque no hay trabajo ni oportunidades. Tenemos que continuar camino”, dice.
A la pregunta de cuáles son sus sueños, Xavi no se lo piensa: “Ahora no podemos tener sueños. Sólo le pedimos a Dios que nos dé fuerzas para poder aguantar lo que está por venir. Yo estoy luchando por mi vida. No sé cuánta gente de Chad hay en el Gurugú. Yo vine solo en busca de mi futuro”, aclara.
Xavi no encuentra motivos para explicar por qué eligió la ruta de Melilla en lugar de dirigirse hacia Libia o Túnez e intentar llegar a Italia. “Dios me guió. Él me indicó lo que tenía que hacer. No sabía que era tan difícil. Si España me manda de regreso a mi país, lo volveré a intentar, pero le diré a todos los que vea que es muy difícil conseguirlo y les pediré que se queden. Nadie nos cuenta lo difícil que es”, asegura con tranquilidad.
Xavi no quiere decir su edad, aunque puede que no tenga más de 22 años. Se queda pensativo y comenta que no quiere regresar a su país. “He perdido mucho tiempo en llegar”, afirma.
Alex piensa como él. “En cuatro años intenté entrar en Melilla casi 4.000 veces. Por eso perdí tanto de peso. Lo intenté hasta seis veces por semana durante cuatro años. Todos los días. Uno tras otro”.
Ninguno de los dos sabe cuándo podrá salir de Melilla. Tampoco tienen una explicación clara sobre por qué no solicitan asilo político. Se limitan a explicar que porque sólo pueden hacerlo durante el primer mes tras llegar al CETI. Pasado ese tiempo ya no pueden solicitar ningún tipo de protección internacional en España y, de necesitarla, tienen que pedirla en otro país de la UE. Según comentaron a El Faro, no piden asilo político en ese primer mes en Melilla porque eso les condenaría a quedarse en la ciudad desde que hacen la entrevista hasta que se resuelve su expediente.
Alex tiene claro por qué no solicita protección. “Lo asumes. Sabes que estás solo, luchando por tu vida y que sólo Dios manda”.
“Bajamos desde el Gurugú en fila india porque si vas solo te matan”
A muchos nos sorprenden las imágenes difundidas por la Guardia Civil en las que se ven largas columnas de inmigrantes subsaharianos bajando en fila india por el monte Gurugú en plena noche. Aunque muchos suelen pensar que es una torpeza que los hace fácilmente localizables por las cámaras de la Benemérita, ellos creen que es la única manera de salir vivos del intento. “Si lo intentas junto a mil personas, sabes que no te van a matar. Es muy difícil subsistir en grupos pequeños porque si te enfrentas solo a un policía marroquí, te mata. Si vas en grupos grandes, puedes salvar la vida. Si te cortas, si caes, si te tuerces un tobillo o te partes un pie, sabes que alguien te recogerá y te ayudará a huir”, explicaron ayer a El Faro.
En cuanto a la hora elegida para los saltos, inmigrantes consultados por este periódico comentaron que a nadie se le ocurre saltar de día. “Entre nosotros hay milicianos y saben que de noche estamos más seguros. En Marruecos no tenemos la vida a salvo. Cien metros más atrás de esa valla, la vida no vale nada. Trepas, entras en Melilla y la Guardia Civil es otra cosa. Esto es Europa”, dicen.
También explican que el día no es bueno para saltar la doble alambrada que separa Melilla de Marruecos porque hay más Policía marroquí vigilando la frontera. “En una noche podemos hacer muchos kilómetros buscando un lugar por dónde saltar sin que nos vean”, comentan en las afueras del CETI, donde se ha juntado un grupo de inmigrantes con El Faro a recordar los días amargos en el monte Gurugú.
Pero no siempre el ‘waka waka’ (la caminata) funciona. “A veces pasas las noches huyendo de la Policía marroquí. Tienes que huir y pasar un día entero huyendo. Es el infierno”.
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