La Casa de Melilla en Almería, desde su sede del Zapillo, se ha convertido en embajadora de la ciudad en aquellas tierras tan cercanas a Rusadir por muchos motivos. Las tierras del dios Indalo pero, además, esa Casase ha ganado un sitio de privilegio en el ránking del protagonismo de las diferentes casas regionales. Se lo ha ganado por la densidad de su agenda de actividades, su despliegue estratégico. Buena parte de la culpa de estos éxitos la tiene su presidenta, Lola Ruiz, siempre activa, siempre solícita. Desde la discreta atalaya de las tripas de cualquier organización, hay personas imprescindibles. La Casa de Melilla en Almería tiene un mecanismo que funciona mejor que un reloj suizo y ese mecanismo tiene nombre y apellidos: Francisco Aguirre Tortosa, vicepresidente y relaciones públicas de aquel grupo humano que suele pasar las noches viendo cómo el barco de Melilla abandona el puerto almeriense para acercarse a la África española. Suelen venir a Melilla dos veces al año: Encuentro de Casas Regionales y Feria. Bueno, Paco Aguirre viene más porque trabaja en Cajamar y tiene que seguir la buena evolución de la institución de ahorro en la ciudad. Y ¿qué pasa en Almería?Muchas cosas. En la otra orilla del Mediterráneo hay teatro, poesía, canciones, bailes, ‘plato del mes’ –gastronomía de lujo– y una iniciativa que destaca por aquello de la representaión diplomática melillense: ‘Conozcamos nuestros pueblos’. La Casa de Melilla en Almería ha peinado y peina toda la provincia almeriense para detenerse y disfrutar de los encantos de sus poblaciones, que no son pocos. Siempre llevan en el brazo la chaqueta de la cordialidad y su condición de melillenses. Y el guión suele ajustarse a los siguientes cauces: visita al Consistorio, saludo a los munícipes, intercambio de presentes –ellos siempre llevan ejemplares de ‘Melilla Viva’– y, a la calle. Visitan castillos, bodegas, rastaurantes, museos, personas, paisajes y no paran de conocer todas las demarcaciones de esta provincia indálica que, hace años, les recibió con los brazos abiertos cuando, por una razón u otra, tuvieron que embarcar a bordo del ‘Antonio Lázaro’ o el ‘Vicente Puchol’. Allí están en la gloria, como en Melilla, y mucho más desde que, tras plúmbeos litigios judiciales, todas las magistraturas hayan decidido que son dueños de su sede. Y allá, con más propiedad que nunca, se encuentra la legación diplomática de Melilla. Cuando uno comprueba la ineficacia de algunas campañas promocionales –que cuestan lo suyo, vaya– y certifica que la verdadera promoción nace en los seres humanos, no tiene más remedio que rendirse, claudicar, ante la grandeza contrastada de los socios de la Casa de Melilla en Almería.