Al mediodía del pasado jueves, día 20 de marzo, Sheila Ahmed se encontraba en la calle Ibáñez Marín junto a su marido, Ismael Ismael, comprando un nuevo váter. La tienda Hayisara estaba situada justo enfrente del edificio que se derrumbó -el número 49 de esa calle- y el almacén, en la planta baja del inmueble siniestrado. Los dos estaban esperando a que les sacaran el nuevo váter para su casa, por lo que vieron todo lo que sucedió. De hecho, de ella es el vídeo que circuló por Melilla y ahora Sheila reproduce la escena para El Faro.
“Estábamos mirando en esa dirección cuando vimos que el trabajador de la otra obra le dio con la pala de la excavadora a la pared del edificio e hizo un agujero enorme a través del cual se veía que la pared no era de ladrillo. Era de piedra, un muro de carga. Empezó a agrietarse la fachada. Las grietas cada vez se hacían más grandes. Mi marido empezó a tocar el timbre de las viviendas para avisar a todo el mundo de que saliese y, en poco menos de tres minutos, se desplomó el edificio”, explica esta mujer.
Todo vino a raíz del golpe del obrero, asegura Sheila, ya que fue él quien hizo el agujero previo al derrumbe del edificio. Desde su punto de vista, se trató de un fallo del obrero y, como prueba, cita que, “nada más ver lo que pasó, se bajó de la máquina y se fue corriendo del lugar sin avisar a nadie”, como si no quisiera verse incriminado. Mientras tanto, estaba cayéndose la fachada sin que la gente que por allí pasaba se diera cuenta.
Afortunadamente Ismael había tenido tiempo de poner unas vallas y avisar a las dos personas que había en el interior del edificio: una mujer -la primera en salir- y un hombre.
Con todo, a Sheila se le quedó un tremendo “mal cuerpo”. Tampoco sabía si había más gente dentro o no ni si a todo el mundo le había dado tiempo a salir. Y, aunque los vecinos de la zona decían que esas casas no estaban habitadas, ellos quisieron asegurarse tocando todos los timbres. Cuando se desplomó el edificio, podían verse colchones, neveras y otros enseres que le hicieron ver a Sheila que las casas sí que estaban habitadas. Pero, como ella dice, “gracias a dios, no pasó ninguna desgracia”.
Ya cuando vieron el boquete causado por el obrero, Ismael había llamado a los Bomberos, quienes tardaron en llegar unos seis o siete minutos, esto es, tres o cuatro más después del derrumbe.
Sheila cuenta que, a pesar de las informaciones aparecidas en el sentido de que hubo una persona que se rompió la pierna, cree que eso no pasó. En ningún momento vio a ninguna ambulancia y todo el mundo estaba fuera del edificio. Ella y su marido hablaron con todas las personas que vivían ahí y con los trabajadores y no localizaron a ningún afectado. Por tanto, al no haber fallecidos ni heridos, está feliz de que todo quedó en “una anécdota, por decirlo de alguna manera”, descontando los daños materiales, muchísimo menos importantes que los físicos.
Esta mujer está contenta y satisfecha con la labor que hicieron tanto ella como Ismael, quien “actuó bien y muy rápido” y se puso en peligro a sí mismo.
“Yo le pedía que no se pusiese tanto en riesgo, pero es que le nació. Todo lo hizo sin pensar en que podía ponerse en riesgo él”, concluye Sheila su explicación sobre el suceso ocurrido hace una semana en uno de los bloques de esta arteria del barrio del Príncipe.
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Pero ese agujero no es por casualidad o por accidente...