La Plaza de Toros de Melilla se convirtió este Viernes Santo en el epicentro del recogimiento, la devoción y la tradición durante la salida del Santo Entierro, la procesión oficial de la ciudad autónoma. Cientos de personas se congregaron en las inmediaciones del emblemático edificio para presenciar un cortejo que, año tras año, despierta una profunda emoción colectiva entre los melillenses.
Este desfile penitencial no solo representa uno de los momentos culminantes de la Semana Santa local, sino que también encarna el acto más institucional del calendario cofrade. Presidido por el comandante general, Luis Cortés Delgado, quien ostenta la representación del Rey Felipe VI, el cortejo incluyó a las principales autoridades civiles y militares de Melilla. Junto a él, desfilaron el presidente de la Ciudad Autónoma, Juan José Imbroda, parlamentarios nacionales, consejeros del Gobierno local y miembros de la Asamblea. La comitiva cerraba con la presencia de la delegada del Gobierno, Sabrina Moh, escoltada por el jefe superior de la Policía Nacional, José Antonio Togores, y el coronel jefe de la Comandancia de la Guardia Civil, Jesús Rueda.
Tradición, arte y solemnidad
La procesión comenzó con la salida de la Cruz de Guía, que anuncia el inicio de la estación de penitencia. A continuación, avanzó con paso firme el Cristo del Socorro, una imagen portada exclusivamente por un grupo de chicas jóvenes, una estampa que refuerza el papel activo de la mujer en el mundo cofrade. El silencio solo era roto por los compases de la Agrupación Musical de la Cofradía del Nazareno, que acompañaba la escena con marchas procesionales que erizaban la piel.
Tras este primer trono, irrumpió el Cristo Yacente, una de las imágenes más emblemáticas y representativas de la Semana Santa melillense. Se trata de una talla original de Benito Barbero (1943), que representa a Jesús descendido de la cruz, con el cuerpo exánime, los ojos y la boca entreabiertos, y las piernas ligeramente flexionadas. Esta obra sufrió un trágico incendio en 2003 que obligó a su reconstrucción. El proceso fue llevado a cabo por el maestro Isidro, en los talleres de la Sociedad Ábaco Andaluza de Arte y Artesanía, devolviéndole su esplendor original.
El Cristo descansa en una imponente urna de cristal y madera labrada por Inocencio Molero, que va montada sobre un trono de 1942 decorado con incrustaciones de marfil, ébano y nácar, con relieves de pasajes de la Pasión. La sobriedad y majestuosidad de esta imagen calaron hondo en los asistentes, que acompañaron su paso con absoluto respeto. Le acompañaba la Banda de Música Ciudad de Melilla, que interpretó marchas con una precisión que elevó el carácter ceremonial del momento.
El dolor de una madre
Finalmente, hizo su aparición Nuestra Señora de los Dolores en su Soledad, una imagen de gran valor artístico e histórico, cuya autoría se desconoce, pero cuya estética evoca claramente la escuela granadina del siglo XVIII, con influencias del imaginero José de Mora. Datada entre 1730 y 1760, se trata de una imagen de candelero que desfila sin palio y a paso sevillano, una particularidad que le otorga un dinamismo conmovedor. El paso fue elaborado por el escultor Paulino Plata en 1943 y la Virgen se caracteriza por su expresión de angustia contenida, el rostro desencajado por el dolor y una gestualidad que transmite la desolación de una madre que ha perdido a su hijo.
A su paso, el público se sumió en un silencio absoluto ante lo imponente de ver cómo avanzaba con elegancia. Como cada año, la Guardia Civil le rindió honores, en una escena que ya forma parte de la identidad colectiva melillense.
Procesión con alma colectiva
El Santo Entierro no es solo una manifestación de fe; es también una celebración de la historia, del arte sacro y del sentimiento de comunidad. Vecinos de todas las edades, familias enteras, jóvenes y mayores llenaron las calles con una mezcla de devoción, respeto y orgullo. Para muchos, esta cita no es negociable: es una cita con las raíces, con la memoria familiar y con la esencia de una ciudad que encuentra en su Semana Santa un espejo de sí misma.
No faltaron las lágrimas discretas de quienes recordaban a seres queridos ausentes, ni los gestos de cariño entre costaleros y cofrades que, tras semanas de ensayos, ofrecían su esfuerzo al pueblo de Melilla. Especial mención merecen también los trabajadores de servicios municipales, Protección Civil, y las fuerzas y cuerpos de seguridad, que velaron para que todo discurriera con normalidad.