FUE un psiquiatra y neurólogo alemán quien identificó por primera vez sus síntomas y quien puso nombre a la enfermedad.
Ocurrió hace más de un siglo. En 1906 Aloysius Alzheimer hizo públicos sus descubrimientos. El ex presidente Adolfo Suárez ha sido una de las últimas víctimas de esa patología. Poco a poco, a lo largo de los últimos años, ha ido perdiendo sus recuerdos hasta olvidar que hubo una época en que estuvo al frente del Gobierno de este país. No era consciente de que había sido el hombre que supo conducir España de la dictadura a la democracia suavemente y sin brusquedades, a pesar de las muchas piedras y baches que había en el camino.
Es muy probable que algún día se encuentre remedio para enfermedades como la del ex presidente Suárez. En cambio, será más difícil hallarlo para el mal que nos aqueja a los españoles como pueblo. Los síntomas son parecidos a los descritos por el médico alemán. En nuestro caso es un virus que portamos la mayoría de los ciudadanos de este país, pero las consecuencias de esta dolencia recaen sobre muchos de nuestros más ilustres compatriotas. Una de estas ‘víctimas’ ha sido precisamente Adolfo Suárez. La paradoja se ha ensañado muchas veces con este político, olvidado por sí mismo y por su mismo pueblo. Pocos personajes han sido tan injustamente arrinconados por una enfermedad y tan inmerecidamente ignorados por sus conciudadanos. Su muerte servirá a muchos para echar la vista atrás. Unos recordarán quién fue Adolfo Suárez y otros descubrirán al personaje. Ese viaje al pasado servirá para constatar que esta España que tenemos hoy no fue siempre así. Hubo una época en la que los políticos dimitían. En este país había hombres de Estado. Existieron líderes que miraban más allá de los intereses de sus formaciones políticas. Defendían una ideología, un modo de ver las cosas sabiendo que desde otros puntos de vista se percibían de manera distinta. Se hacía uso de la palabra para intentar tender puentes y en ocasiones incluso era posible llegar a acuerdos con el adversario político. Algunos que detentaban el poder quisieron empezar a ostentarlo aún a riesgo de pasar del sillón del Palacio de La Moncloa a dos sencillos y dignos escaños en el Palacio de San Jerónimo.
Uno de estos ‘extraños’ personajes era Adolfo Suárez. Los españoles fuimos afortunados al contar con él en los difíciles momentos de la Transición. España estaba irrevocablemente ‘condenada’ a ser un país democrático, pero entonces no lo sabíamos, había mucha incertidumbre y el camino estaba lleno de individuos emboscados, de toda calaña, índole y fanatismo. Con muchos de ellos fue necesario sentarse a hablar, y lo hizo Suárez personalmente o por delegación.
Hoy todo aquello ha ido desapareciendo de la memoria colectiva de nuestro país, como lo hizo de la de Suárez. Pero el alzheimer no se lo pudo quitar todo. Sobrecogía escuchar a uno de los hijos del ex presidente cuando explicaba que muchas veces su padre no reconocía a la personas que tenía enfrente, pero siempre respondía con una sonrisa y cariño a la más mínima señal de afecto. Quizás sea una reacción característica de los pacientes con una enfermedad como la de Suárez, pero en su caso definía perfectamente al político que fue y la persona que había sido hasta las15:03 horas de 23 de marzo de 2014.
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