Melilla no puede permitir que un solo niño de nuestra ciudad pase hambre. No hay excusa posible para justificar que un pequeño no reciba una alimentación adecuada. Es imposible encontrar entre los melillenses alguien que piense lo contrario, pero no basta con defender esta afirmación.
Es necesario poner los medios necesarios para llevarla a la práctica. Y antes de eso, es necesario evaluar la dimensión exacta del problema. Los datos oficiales referidos a Melilla señalan que el 43% de los menores se encuentra en una situación de pobreza. Sin embargo, EAPN, la plataforma de ONGs que luchan contra la exclusión social, asegura que el dato está equivocado. Afirma que es preciso actualizarlo porque describe la situación que había hace dos años y desde 2012 el problema no ha hecho más que acrecentarse.
Tanto si EAPN está en lo cierto como si las cifras no han registrado grandes variaciones en los últimos 24 meses, lo cierto es que en primer lugar se hace necesario que un estudio certifique cuál es la realidad en nuestra ciudad. Sin una actualización de los datos resulta difícil que la Administración y las ONGs acuerden una estrategia acertada. Precisamente, en relación a este punto, se echa en falta el liderazgo de la Consejería de Bienestar Social. El encomiable trabajo de las distintas asociaciones que luchan contra la pobreza en Melilla muchas veces no va más allá de batallas en solitario que, aunque sirvan para sumar algunas victorias, son insuficientes para ganar la guerra contra la exclusión social. Es preciso marcar los objetivos, ordenarlos según un plan y orientar la acción de las distintas ONGs para coordinar de modo efectivo su trabajo. No es suficiente responder con partidas económicas a cada una de las propuestas que planteen estos voluntarios. En definitiva, se echa en falta que aquello que se dio en llamar ‘Plan de Inclusión Social’ sea algo más que un brindis al sol. Es necesario que de una vez por todas ese proyecto se materialice en un documento que sirva de guión para saber cuál es la estrategia a seguir. Sólo así será posible evaluar los resultados y hacer las correspondientes correcciones a medida que se vaya cumpliendo los plazos fijados para alcanzar cada objetivo.
Mirar hacia otro lado y dejar hacer a las ONGs es desperdiciar gran parte de la potencialidad del esfuerzo de los voluntarios de estas asociaciones. Por otra parte, también es la postura más cómoda para la Consejería de Bienestar Social porque supone no asumir ninguna responsabilidad si la planificación no consigue los objetivos fijados.
En la lucha contra la pobreza, y más si ésta afecta a niños, no se pueden perdonar muchos errores, pero lo que está totalmente injustificado es la falta de valentía para afrontar el problema por temor a las consecuencias del fracaso.
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