“Hola, buenas; ¿me puede decir cómo llego antes al Cementerio de la Purísima?”. Ese es el detonante para que Farjani descargue toda su ira en los lomos de su interloutor; de éso nada, ni muertos ni cementerios ni ritual funerario alguno. Por las buenas, lo que usted quiera, pero por las funerarias, mala cosa, porque los riñones acaban oliendo a roble, gracias al garrote que esgrime Farjani en los momentos comprometidos.
Es uno de los guardianes de la paz, el orden y la amistad del Instituto de la Juventud, cuyas instalaciones funcionan como un reloj suizo gracias al trabajo y el alto grado de responsabilidad del equipo de currantes de la Cooperativa Estopiñán, un grupo humano de mucho valor al alza, los mismos que mantienen a la perfección el Pabellón Deportivo Javier Imbroda Ortíz.
Hay que ir de vez en cuando a Farjani para preguntarle cómo le va la vida. Y siempre hay una sonrisa, una cara de bien, un cafelillo y alguna ocurrencia. No lo mueve ni un terremoto de su puesto de trabajo y es que el Instituto de la Juventud está en muy buenas manos. Busi es su compañero y también amigo, aunque algunas veces se comporte como su peor enemigo porque, mira que le hace putadas. Yonaida, de vez en cuando, se sienta con la panda para pasar un buen rato y el centro deportivo de la calle del Músico Granados va de miedo, de bien, de mejor administrado, gracias a los cooperativistas y, en este caso, gracias a Farjani.
Papá de un manojito de bellísimas niñas, Farjani presume porque puede de su trabajo, un trabajo basado en la profesionalidad de buenas personas que se las saben todas, mucho cuidado. A esta gente es imposible tomarle el pelo porque cuando tú vas, ellos vienen de regreso. Farjani vale tanto para un roto como para un descosido, se las sabe todas de memoria y, además, pese a su presunta –fingida la mayoría de las veces– agresividad es un ser humano de activos indescriptibles, un pedazo de tío que esnifa amistad por los cuatro costados, un señor, vaya.
A diario, tras tomarse su cafetito a primera hora de la mañana, comparece en el Instituto de la Juventud para garantizar el orden y la normalidad del funcionamiento de sus diferentes dependencias, no sólo de la pista sino de las sedes federativas y locales anexos, que necesitan de orden y, sobre todo, de buen ojo que vigile imperturbable el ir y venir de cualquiera. Y lo hace por devoción. Sí, porque hay gente que entiende que tiene que trabajar por obligación. Este pollo –Farjani– también trabaja por obligación pero, fundamentalmente, por devoción. Ama a su trabajo.
De Busi, su amigo, ya hablaremos; hablaremos de los problemas de su barriada –Príncipe Felipe–, pero hablaremos porque esto no tiene nada que ver con la amistad que le une al voluntarioso Farjani, a quien Dios guarde.