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El giro de Sánchez sobre el Sáhara que recondujo la relación con Marruecos

La decisión del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de aceptar las exigencias de Marruecos sobre el Sáhara permitió reconducir las relaciones con un vecino del sur, pero desató una catarata de consecuencias que van desde la división interna del Gobierno hasta la ruptura con el otro gran vecino del sur, Argelia.

La "nueva relación del siglo XXI" alcanzada con Marruecos sólo fue posible gracias a un giro histórico de la política española sobre el Sáhara que el Gobierno niega, pero que ha provocado la crítica unánime de todos los partidos salvo el PSOE.

Casi dos meses más tarde, Sánchez debe explicar este miércoles ante el Congreso el acuerdo alcanzado en abril con la Casa Real de Marruecos que supuso un cambio histórico en la posición española sobre su antigua colonia a cambio de restablecer las maltrechas relaciones con Rabat.

Pese a que el Gobierno ha asegurado una y otra vez que la postura española no ha cambiado en nada, lo cierto es que la decisión ha provocado una catarata de reacciones.

Desde la invitación del rey Mohamed VI a Sánchez a compartir la cena del Ramadán en Rabat hasta la indignación de Argelia, que de inmediato retiró a su embajador de Madrid y parece dudar sobre la venta de gas a España.

También el Frente Polisario rompió sus relaciones con el Gobierno de España y criticó duramente el “abandono” a los saharauis, críticas que secundaron todos los partidos políticos, incluidos los socios del gobierno de Sánchez.

La decisión del presidente se conoció a última hora de la tarde de un viernes de marzo, cuando la casa Real marroquí filtró la carta que Sánchez había escrito a Mohamed VI en un último intento por solventar una crisis con el vecino del sur que duraba ya más de un año.

El inicio de la crisis con Marruecos se suele fechar en el mes de abril 2021 cuando se supo que el líder del Frente Polisario, Brahim Gali, había entrado de incógnito en España y estaba siendo tratado en un hospital de Logroño.

En mayo de ese año, el enfado de Marruecos se desató en forma de avalancha humana sobre las ciudades de Ceuta y Melilla donde llegaron más de 10.000 irregulares, muchos de ellos menores marroquíes y la retirada de la embajadora marroquí en Madrid, Karima Benyaich.

Pero lo cierto, es que el malestar marroquí ya se había percibido antes, por ejemplo cuando en diciembre de 2020 Rabat canceló de improviso y ‘sinne die’ la Reunión de Alto Nivel a la que estaba previsto asistiera medio Gobierno de Sánchez.

O cuando, con la excusa de la pandemia, decidió restablecer las conexiones aéreas y marítimas con otros países, pero no con España.

Nada, ni la destitución de la entonces ministro de Exteriores, Arancha González Laya, ni las reiteradas llamadas del ministro José Manuel Albares a su homólogo marroquí y las decenas de declaraciones sobre la solidez de la amistad hispano-marroquí y la inexistencia de una crisis bilateral, lograron aplacar el enfado marroquí.

Tan solo la aceptación por parte de España del plan de autonomía marroquí como “la solución” para el conflicto del Sáhara lograron desatascar la situación.

Nada más conocerse la carta que Sánchez había enviado a Mohamed VI, las relaciones volvieron a fluir: llamadas, declaraciones amistosas, invitaciones a reuniones bilaterales, regreso de la embajadora…

Incluso la invitación por parte del monarca marroquí a que Sánchez participara en la cena del iftar en el palacio de Rabat, que pese a los buenos augurios no se saldó sin suspicacias ya que la cena se celebró ante una bandera de España colgada “accidentalmente” bocabajo.

Desde entonces se ha puesto en marcha una “hoja de ruta” en la que se enumeran 16 asuntos que deben restablecerse como parte de la nuevas relaciones, en la que destaca la creación de al menos seis "grupos de trabajo" y la voluntad de "iniciar conversaciones" en numerosos asuntos.

Sin embargo, los críticos subrayan la falta de concreción, detalles y plazos, y la falta de elementos nuevos que permitan considerar a esta nueva etapa en las relaciones como “el nuevo partenariado para el siglo XXI”, como gusta llamarlo al ministro de Exteriores, José Manuel Albares.

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