HACE unos días la Unidad de Inteligencia de The Economist presentaba un informe sobre el estado de las democracias en el mundo y concluía que la pandemia del coronavirus ha venido a lastrar (más de lo que estaba) la calidad democrática en todo el planeta, excepto en Noruega, que sigue siendo el país más democrático, con una nota de 9,81 de 10 puntos posibles.
Pues bien, en España damos fe de la degradación democrática en tiempos de Covid 19. Por citar sólo un ejemplo, el coronavirus se llevó por delante el portal de transparencia en nuestro país. Fue entrar en el estado de alarma y el manto de la opacidad lo cubrió todo. No sólo por obra y gracia del Gobierno central. Ojo, que aquí no se queda nadie atrás.
En muchas comunidades empezamos a leer en la prensa local cómo se han adjudicado a dedo cientos de contratos amparados en la urgencia que acompaña a la situación de emergencia sanitaria que vivimos.
Es trabajo de la oposición repasar el estado de la contratación pública, pero en otras partes del país nos encontramos con que ese ejercicio de investigación lo está haciendo la prensa con la ayuda inestimable del fuego amigo.
De la oposición en Melilla esperamos poco. Dieron en la diana con el contrato marítimo y de ahí no se han movido. Entraron en bucle. Y cuando uno pierde la voz cantante o se busca titulares o queda para rellenar huecos en las páginas de los periódicos.
Pues bien, el coronavirus ha sido esta vez la excusa esgrimida por el Gobierno central para justificar la suspensión de la cumbre hispano-marroquí prevista para este mes de febrero. Es un pretexto que encaja en la situación actual, pero que no cuela. Todos sabemos que el virus no es lo único que nos separa.
Creo que en esta columna hemos hablado hasta la saciedad de lo importante que es para esta tierra llegar a un acuerdo con Marruecos en el que ganemos las dos partes. Esa solución se sigue aplazando y cada vez son más los melillenses que barajan la posibilidad y la necesidad de marcharse a buscar trabajo en otro sitio.
Es triste, pero la emigración ha dejado de ser una opción para convertirse en la única salida a los problemas gravísimos que enfrenta esta tierra. Yo, que soy emigrante, no aconsejo la huida. Entendí muy tarde que no hay otro mundo mejor que el que nos vio nacer. La solución no es mudarnos a otro punto del planeta o del país sino resolver los problemas del nuestro. Y a eso invito a los melillenses; a que participen más de la vida política de esta tierra. No basta con votar, hay que exigir que se cumplan las promesas electorales y si nos han tomado el pelo, hay que pedir dimisiones. Y si no basta con reclamarlo frente a la Delegación del Gobierno, pues entonces no queda más remedio que plantarnos en Madrid. Pero esto no puede ser cosa de cuatro gatos.
Judíos, musulmanes, cristianos, hindúes, chinos, gitanos… todos hemos salido perdiendo con el coronavirus y con la falta de respaldo de las autoridades de Madrid. Todos, de todas las culturas, hemos visto cómo cerraban nuestras tiendas, nuestros cafetines, nuestros bazares. Nos hemos hundido todos y si todos estamos en el mismo barco, lo realmente honesto con esta tierra es hacer algo por ella.
Es probable que no lo consigamos, pero al menos hay que intentarlo. Llevamos muchos años siendo presa de la apatía. Primero nos reorganizaron la frontera y perdimos dinero. Luego nos la cerraron a cal y canto y lo perdimos todo.
Tenemos un puerto que se muere de asco. Uno mira hacia Beni Enzar y ve el barco de Balearia durmiendo allí, mientras a nuestra dársena no entran ni las moscas. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Marruecos no es el único culpable. El Gobierno central, tampoco. Los grandes culpables somos nosotros, los grandes perdedores que llevamos haciendo gala de sumisión demasiado tiempo. Ignorar que nos aplastan no nos exime de estar aplastados.
Sé que nuestros representantes políticos nos decepcionan a diario, pero ha llegado el momento de colocar a un melillense en Bruselas, que pelee por nuestro derecho a seguir siendo un orgullo de la Europa multicultural de harira, cuscús y torrijas; de Navidad, Semana Santa, Hanuka y Pascua Grande. De Año Nuevo Chino, tamazight y calé.
Conocemos a los partidos tradicionales y sabemos lo que nos dan: la espalda. Prometen, prometen y prometen y luego nos encontramos con que perdemos derechos de conexión con la península; con que no somos capaces de reclamar a Marruecos que nos entregue o que juzgue a los asesinos de Emin y Pisly. Tampoco somos capaces de reclamarles el cierre de la Aduana de Beni Enzar o el maltrato a los empresarios de Melilla, que ahora tienen que crear empresas pantalla en Andalucía para poder exportar sus productos al país vecino con beneficios fiscales.
Ya sabemos lo que nos dan: nada. Ese descontento no puede traducirse en emigración. ¿Adónde vamos a ir si está el mundo patas arribas? No queda otra que quedarnos en nuestro mundo y reclamar nuestros derechos. Nosotros tenemos algo que los políticos necesitan para llevar un sueldazo a sus casas: nuestro voto. Que no se nos olvide.
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