Tres jóvenes de Mali han muerto intentando saltar la valla antes del 18 de marzo.l Cerca de 600 malienses conviven en el CETI Muchos salieron juntos y a pie de su país.l La mayoría se dedicaba a cosechar la tierra en Mali y quiere ir a trabajar a Almería.
Los malienses eran mayoría en el Gurugú hasta el pasado 18 de marzo, cuando medio millar de ellos consiguió entrar de una tacada en Melilla. Ahora son unos 600 los nacionales de Mali que viven en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI). Representan casi una tercera parte del total de residentes (más de 1.900). Pero sólo una decena de ellos ha imitado a los sirios y ha montado una ‘chabola de ocio’ junto a la alambrada del campo de golf. Allí ayer jugaban a las cartas, en silencio.
Los chicos, de entre 20 y 27 años, pasan el día juntos en la rudimentaria tienda levantada con palos y mantas porque juntos salieron de su Kayes natal. La región, que está a unos 500 kilómetros de la capital, Bamako, es rica en oro y hierro, pero todos ellos eran campesinos. La sequía los dejó sin trabajo y ahora están en Melilla, a miles de kilómetros de su casa. La marcha atrás es imposible: La guerra ha destruido el país. Si regresan, serán reclutados por los grupos separatistas que tienen a Mali hundido en la miseria y a la sombra de Al Qaeda.
El grupo de campesinos de Kayes que ahora vive en el CETI de Melilla pasó casi dos años en el Gurugú. Algunos lograron entrar en Melilla a la primera. Otros lo intentaron “muchas veces”. A todos, la estancia en Marruecos y el salto a la valla les ha marcado de por vida: Están llenos de cicatrices. Unas, provocadas por las cuchillas de la frontera. Otras, por las cuchillas de los ‘mejanis’ y la mayoría muestra las huellas de los porrazos que la Policía marroquí les pegó en la cabeza cuando intentaban entrar en Melilla.
A ellos no les habría importando quedarse en Marruecos si hubieran podido trabajar allí. Ninguno escuchó hablar del proceso de regularización de inmigrantes que desde el pasado enero tiene en marcha el país vecino. Tampoco de las ayudas que da la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) a los inmigrantes que desean retornar voluntariamente a su país. Y aunque hubieran oído hablar de esa ONG, no habrían acudido a ella: En sus planes de futuro entra, incluso el infierno, pero no regresar a Mali.
Como la mayoría de inmigrantes que ha pasado dos años en las montañas de Marruecos, Boubou, el único que además de francófono, habla inglés, reiteró ayer a El Faro lo que dicen todos los jóvenes que han pasado por el Gurugú: Que el monte no es fácil.
Boubou dejó su Kayes natal, junto con un grupo de amigos y echó a andar sin dinero hacia Argelia y de ahí, pasó a Marruecos. “No hemos pagado a nadie, porque no tenemos con qué pagar. Venimos a Melilla porque no teníamos dinero. De haberlo tenido, nos habríamos quedado en Kayes. Pero allí no hay trabajo”, se lamenta este maliense.
Contrario a lo que comentan otros inmigrantes que han saltado la valla, Boubou asegura que cuando supo que había saltado la valla y que ya casi estaba en España, sin peligro de que le detuviera la Guardia Civil, miró para atrás y vio que un amigo de Kayes estaba sangrando, con el brazo destrozado por la concertina. Se dio la vuelta y le ayudó a saltar. Los dos estaban ayer, juntos, en la chabola de ocio de los malienses.
Lo que más sienten Boubou y el resto de sus amigos es no haber poder avisar a los padres de tres jóvenes de su país que fallecieron, según ellos, asesinados por la Policía de Marruecos a pie de valla. “Murieron antes de que consiguiéramos saltar el 18 de marzo”.
Nada más ha podido saber El Faro sobre este trágico suceso. Boubou no quiere hablar de ello. Sólo dice que cree que sería capaz de reconocer al ‘mejani’ marroquí que mató a sus compañeros.
Sobre el trayecto hacia Melilla, Boubou admite que sabía que el camino era duro. Aún así, nadie le dijo que no lo hiciera. No había otra salida. Si se hubiera quedado, habría muerto de hambre o en la guerra. Por eso no cree que todo el esfuerzo haya sido en vano. “Echamos a andar hacia el norte, hacia Argelia, porque era el único camino para seguir vivos”, dice impávido.
“Si nos devuelven a Mali, nos quitaremos la vida”
El joven pertenece al grupo de malienses de la región de Kayes que el pasado 18 de marzo saltó la valla. Ese día, Melilla vivió la mayor avalancha que se recuerda. “Era martes”, recuerda.
Él y sus compañeros de viaje y fatiga han escuchado rumores de que el Gobierno español está devolviendo a Mali a jóvenes de su país. Y no lo entiende. Él es un campesino al que no le cabe en la cabeza que un Estado europeo, “tan grande como España”, devuelva a la gente a un sitio en guerra.
Los malienses que han salido del CETI, trasladados a CIEs de la península, se ponen en contacto con ellos y por eso saben que hubo una huelga de hambre en un Centro de Internamiento de Extranjeros de Valencia para evitar las repatriaciones. “Nosotros no vamos a hacer huelga de hambre. En cuanto nos demos cuenta de que nos van a devolver a Mali, nos quitaremos al vida”, dice Diadie. Los demás asienten con la cabeza. Piensan como él. Llegar a España ha sido lo más difícil que han hecho en sus cortas vidas y si todo este tiempo no ha servido nada...
La posibilidad de que el Gobierno español los devuelva a Mali depende si España tiene o no convenio de repatriación con este país. La Agencia de la ONU para los Refugiados sabe que los malienses y los sirios son refugiados de libro. Sin embargo, ni unos ni otros solicitan asilo porque saben que eso sería quedarse mucho tiempo en Melilla.
Y ninguno quiere quedarse aquí porque son campesinos y en Melilla no hay cultivos ni trabajo para ellos. Por eso quieren llegar a Almería porque saben de oídas que en los invernaderos le dan trabajo a la gente de su país.
En 2013 España repatrió a 23.889 personas, un 10% menos que en 2012 (26.457). La bajada en el número de devoluciones se debe, según explica Interior, al descenso en la cifra de entradas de inmigrantes de un año para otro.
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