Editorial

El buen funcionamiento de la cárcel de Melilla

Ayer se celebró la patrona de las instituciones penitenciarias, la Virgen de la Merced, y la prisión de Melilla fue visitada por distintas autoridades encabezadas por el presidente de la Ciudad Autónoma, Juan José Imbroda, y la delegada del Gobierno, Sabrina Moh.

En la cárcel se pudo ver a mucha gente, especialmente, militares, policías y guardias civiles. En el acto, además, se aprovechó para entregar medallas de bronce a personas e instituciones que colaboran con el centro, así como a jueces y funcionarios. En el caso de éstos últimos, no debe de ser nada fácil dedicar tu vida entera a servir desde un lugar como este y, sin embargo, lo hacen con mucha dedicación y esmero.

En su discurso, de hecho, Moh elogió el trabajo de los funcionarios de prisiones, algo que también hizo, en un acto en Madrid, el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska.

Por su parte, el director de la cárcel melillense, Francisco Rebollo, aprovechó para mostrar su satisfacción por el hecho de que la de Melilla es una de las cárceles más seguras, tanto para los funcionarios como para los internos.

El buen comportamiento de los presos ha permitido conceder, entre el 1 de enero y el 15 de septiembre, 140 permisos de segundo grado, 181 permisos de tercer grado y 898 permisos de fin de semana. Como muestra de esa buena conducta, está el dato de que, de esos 1.219 permisos concedidos, sólo en dos casos -un ridículo 0,16 por ciento- los internos han quebrantado la condena.

Ello habla también, y a este punto se refirió Moh, de la labor que en la cárcel se ejerce para la reinserción de los presos, que en Melilla son 164 -sólo siete de ellos, mujeres- y que en el conjunto de Esaña andan en torno a los 55.000.

No hay que olvidar que, en última instancia, la cárcel es la institución a la que el sistema encomienda la función de recuperar a las personas condenadas a fin de evitar la reiteración de hechos delictivos. Debe facilitar, asimismo, los medios para que su integración en la sociedad tras salir de la cárcel sea real y efectiva. Así pues, para entendernos, además de castigar, la prisión tiene también una función educadora o, si se prefiere, socializadora.

Nadie está libre de cometer un error y justo es que pague por ello. En este sentido, la estancia en la cárcel es un castigo lo suficientemente grande, y, si el interno sale de ella reconvertido y habiendo cumplido su pena, no parece preciso, ni siquiera justo, seguir castigándolo.

Por supuesto, no todos los delitos son iguales, ni todos los hombres son iguales, pero de lo que se trata aquí es de evaluar la función correctora de la pena, que, por lo que dijo el director de la cárcel, está funcionando bien.

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